C6: Lavoro del diabolo.

1235 Words
VLAD GRAYSON Cañones apuntan en diferentes direcciones. Agentes federales se dispersan en la corta extensión del helipuerto. Las aspas del helicóptero que recién arriba hacen ondear fuertes ráfagas de viento. Divisar más allá de nuestras narices se hace imposible. Llevo la mano a mi barbilla, dubitativo, ¿esto habrá sido buena idea? Lanzo un bufido exasperado mientras el rumor de la nave va silenciándose poco a poco. Finalmente, cuando la hélice se detiene por completo, troto en pasos lentos para recibir a mujer que ha decidido contribuir con nuestra investigación. El cabello corto y perfectamente estilizado de Leila Fernandes Da Silva aparece en mi campo de visión. —¡Despejado, detective! —me informa Jordan Weiswerman—. ¡Avancen rápido! —ordena uno de los federales. Los escoltas se abalanzan sobre nosotros y aprovechamos la fisura de tiempo para correr hasta el interior del edificio. —Bienvenida señora Da Silva, es un placer volver a reunirme con usted. —El placer es todo mío detective Grayson, espero serle de ayuda. La portuguesa de mediana edad me regala una sonrisa sin desplegar los labios. —Lo será —le aseguro tan pronto empezamos a descender los peldaños. —¿Alguien está al tanto de su viaje a Sídney? ¿Su hija tal vez? —Ella cree que estoy de paso por cuestiones de negocios, no he mencionado palabra alguna a mi marido. ¿He hecho mal? Niego con la cabeza, regalándole una expresión confortable con la mirada. —Al contrario, mientras menos sepan de su estadía aquí, menos personas morirán a partir de ahora. Respondo en una negativa silenciosa. —Usted me pidió discreción y eso hice. Mariano —refiriéndose a su actual esposo—, cree que estoy acá por asuntos laborales de mi hija. Sonrío complacido. —Perfecto. Por el bordillo del ojo veo a alguien acercarse a la barandilla superior. Un celaje aterrador. La tez de la silueta es oscura, tal vez por las bombillas rotas incrustadas al cielo raso. Su porte es recto, en absoluto solemne. Sin pensármelo dos veces empuño el arma y aprieto el gatillo de mi arma. —¡Policía de Sídney! Exclamo lo suficientemente audible, mientras alumbro las esquinas oscuras del piso. La linterna si es útil, aunque al principio me negase a usarla. Mis ojos deambulan de un lado a otro, estudiando las irregularidades de la estructura. Oigo un ruido… me volteo con tanta rapidez que mi cerebro duele. El ruido se intensifica y cuando estoy por darle forma humana, un gato blanco se escabulle entre los escombros. Sus ojos felinos se clavan en los míos y un maullido suave llena mis oídos. Un maldito gato. No me gustan los gatos, ningún animal en general. Siempre he creído que los animales anuncian malos augurios para las personas supersticiosas como yo. Una docena de peldaños más abajo, Hailey Shenzhen inquiere: —¿Todo en orden? La pregunta taladra mis oídos, no hago más que masajearme las sienes con la yema de los dedos. Este caso está siendo realmente difícil para todos aquí en la estación, Aciago continúa acechándonos y hasta ahora hemos sigo incapaz de conseguir pistas que nos guíen hasta a él. Es sumamente cuidadoso a la hora de limpiar su escena del crimen…, el muy bastardo no comete errores. —Define orden. —Según la Real Academia Francesa de Hailey —apunta con una sonrisa—, es un estado mental de bienestar y placer visual cuando todos los pensamientos, sentimientos, objetos y relaciones interpersonales están a término medio. Una telaraña roza la parte posterior de mi cuello y la comezón tarda pocos segundos propagarse. Me rasco la nuca. Soy alérgico al polvo, también a las telarañas. —Estás inventándolo —contraataco. —Pruébalo. —Me reta. La alumbro con la linterna, de inmediato la palma derecha de Hailey se eleva a la altura de sus ojos —No estoy para bromas, Shenzhen. —Yo tampoco, Grayson. Estamos a mano. —¡Hey, detective! —Jared capta mi atención—, tiene que ver esto. Comparto una mirada secuaz con Hailey antes de descender al piso que Weiswerman nos ha indicado. Estoy por abrir la boca cuando el hedor putrefacto a carne descompuesta impregna la estancia completa. Frente a nosotros, un grueso edredón blanco recubre el cuerpo decapitado de una persona y, a la par, el zumbido de las moscas añade un sonido mortífero y deplorable. Una mezcla de crucifixión, degollamiento y ejecución en la hoguera. La habitación está repleta de velas multiformes, un viejo tocadiscos reproduce una melodía fúnebre. En el centro, se alza un altar de piedra caliza con la cabeza desangrada de una persona… una mujer. Cabello castaño trenzado al costado, ojos arropados por una cortina transparente, pétalos naranjas incrustados a las rendijas de la crineja. Es sorprendente como la expresión de pavor prevalece a pesar de haber muerto hace horas. —¿Qué es esto? —Jared, el médico forense de la unidad, pregunta sin poder evitarlo. —A juzgar por la cantidad y el color de sangre derramada en el piso, la decapitación fue postmortem. —¿Y cómo explicas el horror que la pobre mujer tiene pintado en el rostro? —Exige saber Jordan, ajustándose las granadas al cinturón. —No sé ustedes, pero hay algo que no termina de cerrarme en todo esto. —¿Ven estas marcas? —Los dedos enguantados del forense apuntan a la mandíbula desencajada de la chica. —Fue asfixiada con una bolsa, hay restos de plástico en sus aretes. En efecto, la persona que lo hizo pertenece a un culto satánico. Tal vez el asesino quería dejarnos un mensaje. Muy a mi pesar, empiezo a unir los puntos de inflexión de este acertijo. Fénix sabía que vendríamos por la señora Da Silva. De alguna manera, con este homicidio sacrílego está evocando a la condición física en que mi padre encontró a . Hay un silencio breve que yo decido romper. —Este es el escondrijo de una antigua secta. Una que todavía sigue sacrificando humanos. De espaldas a nosotros, Jasper alcanza a preguntar: —¿Fue él? ¿El Fénix lo hizo? Al ver el malestar que ha provocado la pregunta en mí, Hailey se apresura a responder: —No lo sabemos. —¡Por el amor de Dios! —prorrumpe Jared, haciendo gestos desesperados con las manos—, ¡claro que tiene que saberlo! ¿No fue Fénix quien mató a su padre? —Eso no es de su incumbencia. —¿Qué les pasa a los dos? —Mi compañera bisbisea mientras se abre paso al fondo de la habitación. —No había visto una muerte así desde… —La inquisición, detective. —Jasper finaliza por mí. —Los Iluminati marcaban a sus víctimas en el pecho, pero estamos hablando de siglos atrás. Es imposible que esa secta esté de vuelta. —No sólo los Iluminati seguían este modus operandi, ¿lo sabían? Hailey, quien hasta ahora permanecía de cuclillas frente al altar tallado a mano, se pone en pie para cegarme con la luz blanca de la linterna. La luminosidad excesiva en este espacio tan oscuro, provoca un ardor tremendo a mi visión. Luego, una nueva orden de parte de mi ex-novia taladra mis oídos. —Vaya al grano, detective. ¿Qué no nos está diciendo? —¿Alguno de ustedes ha oído hablar de El noveno círculo?
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