C5: Mentiras despiadadas.

4564 Words
CASSANDRA Miro el fondo de pantalla de mi celular. Constantemente medito en los colores de la naturaleza y sus diferentes significados. ¿La razón? A veces me enfrasco tanto en mis preocupaciones que respirar y vivir pasan a un plano inexistente. En lo personal, el lila me tranquiliza. Representa pureza, limpieza, castidad. Es el primer color de la tarde. La calma que precede el caos. —Estás exagerando, nadie me ha hecho nada. De un golpe, alejo la mano de Liam de mi ostro. —Claro, y yo me chupo el dedo. Los ojos se me salen de órbita y volteo la mirada hacia un costado del Café. —Estoy siéndote honesta —miento. —Ya… y esperas que me crea ese cuento. Dime, ¡¿Gareth te agrede?! —Obvio no —mascullo por lo bajo masajeándome el cuello, Liam me estresa. No le miro la cara—. Me ama. Miento porque nunca me lo ha dicho, Gareth es de los chicos que da por hecho que sabes las cosas que él piensa y por eso no revela lo que siente. —¿Y esos moretones que son? No estoy obligada a responder, no somos nada para que exija explicaciones de mi vida que no le atañen. —No te metas en mi vida —le advierto. ¡Lo odio! ¡lo detesto con todas mis fuerzas! ¡Lo digo en serio! Centro la atención en los cuadros que penden a un costado de la pared. El Mediterráneo. Las postales me trasladan a sitios como Laponia y Roma. Pese a querer distraerme en las fotografías, soy incapaz de deshacerme del malestar que me embarga. Detesto que Liam conozca todas mis expresiones faciales, odio que estudie mi estado de ánimo y odio que se preocupe en exceso. Estoy emocionalmente hecha trizas y Liam no hace más que escudriñarme con la mirada. Es, hasta cierto punto, molesto. Wadskier tiene la capacidad de leerme con solo darme una ojeada y ahí radica el problema. Sabe burlar las cerraduras de mi alma. —¡¿Estás de broma?! —la voz áspera roza sus cuerdas vocales, percibo más el enojo cuando frunce el ceño—. ¡Tienes moretones en el rostro, Cassandra! ¿De verdad dices que estoy exagerando? El volumen centra otras personas a nuestro alrededor. De golpe recuesta la espalda en la silla y se estruja el rostro como si fuese a arrancarse la piel. —Sí —afirmo retándolo con la mirada, su actitud me tiene al borde del colapso— porque esto —con el dedo índice señalo el pómulo derecho adornado con pequeños círculos violáceos—, no es lo que parece. Hace unos días compré un kit de maquillaje elaborado con productos naturales como flores y otras hierbas aromáticas. Pero la crema hidratante que usé para preparar mi piel resultó ser a base de eucalipto y ya sabes el resto. Soy alérgica al eucalipto, miel, sábila y cúrcuma. Él enarca una ceja, poniendo en duda mi argumento. —¿Tuviste una reacción alérgica? Sus gestos faciales se relajan, aunque no deja de mirarme como si quisiese matarme. —¿Por qué nunca me crees? —¡Por el amor de dios! Te la vives encubriendo a Gareth, ¿cómo esperas que lo haga? —¿En serio estas dudando de mí? —el nudo empieza a cobrar vida en mi garganta—. Nunca te he mentido, Liam. Ni siquiera cuando Chiara te engañó y pude habérmelo callado. —Últimamente no sé qué creer, Cassandra. —Créeme. —Le suplico porque no sé qué otra cosa hacer. En esta oportunidad me cuesta sonreír por la farsa que estoy estampándole en la cara. Dentro del bolsito sobre mis piernas, mi celular empieza a vibrar de forma incesante. Una ráfaga de incertidumbre y temor me invade el cuerpo, me aterra saber cómo acabarán las cosas. Sin embargo, opto por actuar lo más normal posible. —Te creo, pero solo me preocupo por ti. —Y espero que sea así siempre. Sin querer me muerdo el labio inferior, y os curiosos zafiros de Wadskier van directo a mi boca. No sé cómo reaccionar, mi rostro se transforma en un esplendoroso rubí y lo nota sonrojándose también. —Lo sé, es que eres tan bueno —mi mano derecha a aprieta su rostro. Le pellizco el moflete con fuerza y los cascabeles del brazalete que llevo emiten un sonido agradable. —Compórtate, Cassandra —arruga el ceño fingiendo enojo y lo miro con ojos suplicantes. Al mismo tiempo que le regalo una sonrisa. —¡Deja de hacer eso! —¿Hacer qué? —Mirarme así, ¿entiendes? Es que no sé cómo explicarlo... Quiero decir, me transmites una ternura que no puedo describir con palabras. —Oh vaya, nos pusimos románticos. —Bromeo, desbloqueando la pantalla de mi celular. Sin embargo, tan pronto leo el mensaje, dejo de escuchar los ruidos externos. De: Gareth Estás con Liam, ¿no es así? El corazón empieza a bombearme más sangre de la habitual. Respirar, bien, es momento de aplicar las terapias en mí misma. Lo último que necesito es un ataque de pánico, no aquí. ¡Lo sabía! ¡Sabía que venir aquí era mala idea! Gareth tiene ojos en todas partes… obvio iba a dar con mi paradero. Mi corazón late a una velocidad inhumana y mis manos se sienten temblorosas. El silencio se tiende largo entre nosotros. Una parte de mi piensa que Gareth es un imbécil que no merece mi amor y cariño, pero la otra, la parte ingenua, está perdidamente enamorada de él. Piensa que actúa así por impulso, que su ira radica en algo genético. —Cassie —la mano de Liam alza mi mentón—, estás ausente de aquí, ¿acaso viste un fantasma o algo así? ¿Quieres que lo hablemos? Si quieres vamos a fuera. Por primera vez en tantos años medito en lo índigos que son sus irises, pese a que estamos bajo la luz opaca de las lámparas, el color azul no deja de emitir destellos. Iguales a las estrellas del cielo. —Necesito silencio, por favor. Me concede la petición y en absoluto silencio terminamos la comida. Poco a poco la gente empieza a marcharse del Café. Las manecillas del reloj dan casi la media noche. El coraje y la frustración que estaban anidándose en mí, llegan a su punto más crítico. Los nervios me carcomen lentamente porque soy consciente de lo que vendrá después: dolor. —¿Cómo le está yendo a Gareth? —Trabaja en emergencias los fines de semana, ¿por qué? Alza las cejas con incredulidad. —Curiosidad. Una sonrisa espontánea se me desprende. Veo hacia las afueras del local…, las negruzcas sombras acompañadas de soledad nos envuelven. Soy susceptible a la noche porque, cuando fui secuestrada, ella me arropaba. —Creo que deberíamos irnos —me levanto de la mesa antes que pueda decir otra cosa—. Además, debo ir a trabajar temprano mañana y necesito descansar. Una fina sonrisa tira de sus labios cuando imita mi acción. —No te lo tomes personal, pero intento embaucarte en mis tretas del amor. ¡Eso que no me has visto en pañales mientras le a punto a todos con flechas! —camina a mis espaldas empujándome suavemente de los hombros. —¿Perteneces a una tribu indígena o algo así? Me volteo a verle de frente. —No —los dedos índice y pulgar van a parar al puente de la nariz—. ¡Soy Cupido! —Qué perturbador, acabo de imaginármelo todo. Al salir del Café Montmartre las campanas suenan en lo alto de la colina. La noche nos abriga con su velo y echamos a andar sobre el empedrado que adorna el bulevar. Hojas secas de árboles desnudándose crujen, olas volviéndose espumas en la orilla, brisa marina oliente a salitre. Porto Moniz, Portugal. La voz chillona de mi amigo es un recordatorio perenne de que no camino sola. Tan pronto doblamos la esquina, una hilera de pinos oculta la escasa luz de la noche. —¿Sabes? La vida universitaria es una montaña rusa. Uno pasa de sonreírle a todos a enterrar la autoestima de uno mismo. Involuntariamente, la universidad se convierte en un abismo que arropa las expectativas que una vez soñamos de adolescentes. —No comprendo, ¿cuál es el punto? —Los puntos de partida no existen. Uno simplemente los crea porque no hallamos otra alternativa. Muy a mi pesar tengo que admitirlo, Chiara me destruyó en todos los sentidos. —Te equivocas —le aseguro. Niego con la cabeza imaginando su carita de arrepentimiento. —Deja de maquillar la realidad, ¿quieres? ¿Quién querría estar con alguien como yo? —¡Vamos! No piensas rendirte, ¿o sí? —contraataco ya hartándome del tema—. ¡Apenas tienes veinticuatro! No puedes dar por sentado que la vida se acabó porque la persona que presumía ser centro de tu vida cambió de opinión —las palabras brotan suaves pese a el enojo injustificado que siento. —Es fácil decirlo para alguien cuyo novio que apenas se preocupa por ella. Golpe bajo, demasiado bajo. Una desagradable sensación se instala en mi pecho, calando hasta lo profundo de mis huesos. Sin mencionar una palabra, reanudo el paso. —No necesitas recordármelo —le sonrío de forma hipócrita. El comentario me aturde, pero como siempre, termino restándole importancia. En ese instante cambiamos a un atajo; bombillas incandescentes predominan en los árboles desnudos. La fragancia a madera y pino, el escaso ruido de los autos… es relajante y a la vez aterrador. Como psicóloga sé que el dolor evoca las palabras desatinadas que no son del todo ciertas. Sacudo la cabeza sacándole ventaja considerable en la caminata. ¡Odio las quejas! ¡Odio que la gente se lamente por cosas banales! Siempre se trató de ella y así será el resto de la vida. Liam Wadskier no tiene ojos para nadie más. ¿Qué Chiara tiene una personalidad arrolladora? Por supuesto que sí. Pero su ego creció demasiado al firmar con la selección italiana de gimnasia artística; de algún modo, ella cumplió mi sueño. Nunca creí que a estas alturas tendría que preocuparme por sentirme inferior. En ocasiones me pregunto: ¿es normal que una estudiante de Psicología tenga constantes crisis existenciales cuando su deber es ofrecer ayuda a otros? No tengo en claro cual la respuesta a esa incógnita, pero algo debo estar haciendo mal. —Perdón, Cassidy, yo no quise… —rezonga, halándome bruscamente del brazo en dirección a él. —Mejor no digas nada. Reconozco los ladrillos terracota que adornan el edificio y diviso el balcón de mi apartamento; me sorprende lo rápido que vuelan las horas cuando estamos juntos. Mis remembranzas hacen acopio de mis caminatas universitarias, mientras el olor a pétricor inundaba nuestras fosas nasales. El tiempo pasa volando, estoy de pie frente al portón de la residencia, cuyas rejas se ocultan tras las espesas enredaderas. —Ven conmigo. Wadskier me mira como si librase una batalla a muerte con sus demonios. Los rizos le caen sobre la frente y escasas gotas de sudor le resbalan por el cuello. A juzgar la entonación del enunciado, lo que dice es una súplica disfrazada de propuesta. Hasta ahora me doy cuenta de lo bien que luce. Pantalón de chándal, hoodie verde, zapatillas deportivas y una gorra puesta hacia atrás. —¿A dónde? —abro los ojos con sorpresa—. ¿Eres loco o te haces? —Lejos de aquí. Sus palabras me dejan en piedra. Siendo ganas incontenibles de abrazarlo; no obstante, mi abdomen, espalda y brazos dan punzadas constantes producto de la golpiza. Lavanda tiñe mi piel, cuerpo y lo más recóndito de mi alma. Entonces, la magia se esfuma. Un Jeep n***o azabache entre la penumbra se estaciona al costado de la acera; de pronto, se la respiración se me ataca en la garganta. Gareth Cadwell baja del vehículo y su imponente aspecto físico me congela por completo. Aunque los ojos aguamarina me dicen que no está borracho del todo, por el olor nauseabundo que emana, sé que ha estado bebiendo más de la cuenta. Su aspecto me disloca porque, aunque viste el mismo traje de esta mañana, su cuerpo grita licor. El nudo de su corbata está deshecho, la camisa arrugada sobresale del pantalón y tiene cabello echo un nido de pájaros. Un halo ónix ahoga por completo el color esmeralda de sus irises brillantes. Trago duro porque… me recuerda a Adam. —Cassandra —pronuncia, tambaleándose en el camino—. Lo sabía, sabía que estabas con él. ¿¡Por qué!? —No deberías conducir en ese estado de ebriedad, Gareth. Intuyo, las palabras de Liam son detonantes para él. Es el fuego que enciende dinamitas y hace colapsar toneladas de guijarros. A la velocidad de un rayo, Cadwell empuña la botella con fuerza y la despedaza contra el asfalto humedecido por el rocío. Me tapo la boca y contengo el nudo ya enlazado a mi garganta —¿¡Y quién eres tú —refiriéndose a Liam—, para… para —hace equilibro para no caerse de bruces—, decirme qué hacer!? —Amor, amor —le susurro con voz suave—; tranquilízate. Todo está bien. En cámara lenta, sus ojos reposan en mí, arremolinando una furia irrefrenable. —Tú no te metas en esto. Algo me dice que esto no terminará bien. Automáticamente, el órgano que bombea la sangre a mi cuerpo empieza a palpitar con fuerza. Su apariencia es, en pocas palabras, salvaje. —Creo que deberías marcharte. —Le pido a Liam porque conozco su nivel de volatilidad tanto como el de mi novio. Soy consciente de que golpearía a cualquiera con tal de protegerme. —¿Bromeas? —Wadskier me mira incrédulo—. ¡¡No pienso dejarte sola con este demente!! —Vete. Le suplico. —¿No sabes de qué cosas es capaz? Míralo, ¡Gareth está borracho! Vámonos, tengo una habitación libre en mi departamento… ¡Puedo levarte a casa de Michelle si así lo prefieres! No tengo un auto, pero puedo pagar un taxi. —Vete. —Esta vez hablo con más firmeza. —¿Es en serio esto? Tú, ¿tú vas a quedarte con él? —grita de coraje—, ¿te volviste loca? —Es mi decisión, Liam. Vete de aquí. —Como quieras, Bradshaw —me da la espalda, regresa segundos después—. Una cosa —eleva el dedo índice señalándome en forma de amenaza—, cuando las cosas en tu vida se salgan de control, no quiero que acudas a mí para lamentarte de esas desgracias. Sus piedras lapislázuli se clavan sobre Gareth quién tiene una sonrisa burlona estampada sobre los labios. Me observa con una expresión de arrepentimiento y ahora, soy yo quién le da la espalda. —Créeme, no voy a hacer algo tan estúpido como eso. A fin de cuentas, no tengo obligación de darle explicaciones porque Liam no las merece. Así es la vida. Sé que mis palabras duelen, pero no tanto como me duele a mi decírselas en voz alta. Me duele aceptar que, con lo dicho, algo se quebró entre nosotros. Residencia Cadwell ǀ 6:26 Point Piper, Australia —Hey, amor, mírame. La voz amenazante de Gareth sacude mis pensamientos. Lo oigo, pero no me inmuto. Quedo estática reparando los techos terracota desplazarse colina abajo, siguiendo la simetría de los arboles hasta concluir al inicio de la calle. Desde esta perspectiva el mundo parece un lugar hermoso. —Cassandra —acerca la mano derecha a mi barbilla y en un gesto delicado me obliga a colisionar nuestras miradas—. Tienes que comer. Lleva el cabello alborotado mientras sus ojos esmeraldas ruegan, plañen, suplican una respuesta. Para ser sincera, no tengo ánimos de hablarle, estoy emocionalmente exhausta por la discusión que tuvimos enojo y sé que percibe el disgusto que siento. Apoyo el codo izquierdo en la mesa ovalada de cristal dándome masajes circulares en el cuello. Añoro los días en los que no me preocupaban los problemas de la vida, como el amor y sus efectos secundarios. Niego con la cabeza. —Cassandra, ¿tienes alguna idea de lo mal que se sentirá mi madre al ver que no has tocado la comida? —estira los labios, después se limpia la comisura de los labios con los bordes servilleta doblada—. Come, hazlo rápido. Tengo prisa, ¿puedes hacer algo bien alguna vez en tu vida? ¿Por qué ni siquiera pregunta cómo estoy? ¿Por qué mi bienestar emocional es lo último que importa? Siempre llegamos al mismo callejón sin salida: esta relación gira en torno a cómo nos proyectamos frente a otras personas. Apariencias, engaños, disfraces. Eso somos. Mi madre me inculcó desde niña que la envidia y el rencor son venenos mortales que nos inyectamos por decisión propia. —No tengo hambre —arrimo el plato a un costado de la mesa. —Tengo el estómago revuelto. —¿Tiene algo que ver con Liam? —musita cortando con el pliegue filoso del cuchillo un triángulo del pancake—. Deberías tener más cuidado con tus movimientos en el tablero, tarde o temprano alguien puede darle jaque mate a tu jugada —dice, apuntándome con el tenedor. ¿Me está amenazando otra vez? —No. ¡No tiene nada que ver con él! Esto tiene que ver con nosotros. Gareth, ayer volviste a beber y prometiste no volver a hacerlo. ¿Qué es lo que pasa contigo? ¿Qué pasó con tu sobriedad? —¿Cuándo he dicho algo así? Cassandra, ¿estás tomando tu medicina? Me niego a responder a eso. —Insinúas que lo estoy inventado, ¿no es cierto? —Jamás se me vino a la mente suponer algo así, amor. ¿Amor? Eso no es real, nada en nuestra relación lo es. A ver, puedo ceder en un par de cosas. Como no ir de fiesta o vestir como a él le gusta. ¿Pero en cuanto al licor? Lo siento, pero no. Su carácter sufre una metamorfosis en la que es imposible distinguir entre: quién es mi novio, y quién es la bestia. —Apenas fueron un par de tragos, preciosa, tampoco es el fin del mundo; necesitaba algo para olvidar que estabas a solas con otro hombre —martilla desdén en cada palabra dicha—. Ahora te pido que dejes los dramas infantiles para otro momento, quiero desayunar en paz. El que tiene motivos para reprochar cosas soy yo, y aun así no te he echado nada en cara. Entreabro los labios sin tener sílabas para unir en este momento. Las aureolas jade que envuelven sus pupilas amenazan con arrastrarme al mártir que estoy destinada a caer, y lo hago, vuelvo a ceder a sus encantos satíricos. —¿Disculpa? —elevo la voz lo suficiente—. Solo daba un paseo con Liam, tampoco es el fin del mundo. Es lo único que puedo enunciar ante el desconcierto que me provoca la acusación indirecta, debería estar acostumbrada a esto, ¡pero no puedo! No puedo acostumbrarme a sus golpes, a su maltrato verbal y emocional. Su mandíbula angulosa se aprieta antes de gritar: —¿¡En serio quieres jugar a esto!? ¡Bien, hagámoslo! —deja caer el aluminio sobre el cristal, doy un pequeño brinco sobre la silla—. ¿Qué pasaría si fuese yo quien pasase la tarde con Blair en un Café de la ciudad?, ¿te gustaría? ¡¿Te pondrías feliz que la acompañara a su departamento y jugáramos a ser la familia feliz?! —grita, una vena violácea se le marca en el cuello. Mi cobardía innata me insta a cerrar los ojos tan pronto estrella los puños cerrados contra la superficie, los utensilios de vidrio resuenan al unísono. Un espeso líquido carmín brota de sus nudillos. El envase de salsa picante se vuelca sobre la mesa poniendo en riesgo el pantalón blanco de talle alto y la blusa campesina. Soy vagamente consciente del segundo movimiento. Sin embargo, cuando postra las yemas en mi cráneo y con una fuerza exorbitante empieza a tirar de mi pelo, todo empieza a cobrar sentido. Duele un infierno, hay puños de cabello esparcidos en el piso. Es demasiado… Me siento humillada y muy avergonzada… frustrada por sobre todas las cosas. Sin más, me preparo para recibir el impacto de la mano sobre mi mejilla. Una bofetada es lo más indulgente que puedo conseguir de su parte. Pero esta vez no ocurre nada, el silencio repentinamente nos envuelve. Naufragando en el silencio, medito sobre lo que ha dicho: Blair es la mujer con la que tuvo una historia en el pasado. Mi parte ingenua dice que no puedo prohibirle revivir momentos que en algún momento le hicieron ser feliz. Yo entiendo eso, pero, ¿quién me entiende a mí? —No soy nadie para quitarte eso, siempre y cuando no me irrespetes, Gareth —entre sollozos profundos consigo defenderme. —Eres un ser empático, ¿cómo pudiste dar conmigo? Perdóname haberte hablado así, yo... lo siento —farfulla acariciándome la mejilla con el pulgar derecho, sus expresiones se suavizan y esconde el rostro detrás de las manos—. Ahora entiendo que nuestra discusión de anoche fue innecesaria. No volverá a pasar. —¿Prometes no olvidarlo esta vez? Menea la cabeza con esa característica sonrisa retorcida. Soy fanática de los detalles insignificantes a los ojos de otras personas, con esto me refiero a gestos empalagosos, frases cursis y dulces halagos. De forma involuntaria, mis ojos se centran en sus bíceps, ¡madre santa! Se le marca cada músculo del abdomen y la tela impermeable del pantalón aumenta el grosor de sus glúteos y piernas. —Amorcito —acuno sus manos entre las mías chocando nuestras miradas—, ya pasó. ¿Sí? Todo está bien, entiende que Liam es un pilar de apoyo y sin él las cosas en mi vida no tienen el mismo orden —soy franca porque es la verdad—. Pero tú, eres el hombre de mi vida, ¿está claro? Gareth no agrega nada más. Me cuesta respirar… se peligrosamente a mí. Estudio en fugaces segundos lo espléndido que luce frunciendo el entrecejo, el cabello chocolate situarse en múltiples direcciones junto a los lunares que forman diminutas constelaciones sobre su piel. Suspiro, suspiro y vuelvo a suspirar. Me permito disfrutar los mimos; la delicadeza de su tacto me deshace internamente y contengo la respiración al olfatear el perfume que lleva tatuado su nombre. Quiero que este momento dure una eternidad. Su mano llega a mi rostro sonrosado de vergüenza, la segunda mano imita la acción de la primera y sonríe contra mis labios apaciguando el caos entre nosotros. Roba los suspiros de mi cuerpo escudriñándome como si fuese un enigma indescifrable dentro del verde selva de sus irises. y finalmente, su boca se adueña de la mía. Me destruye y me rehace, desde los cimientos hasta la cúspide. Quiero apodar a todas las constelaciones de la Vía Láctea con su nombre; la delicadeza con la que recorre mi mandíbula me traslada a otro universo donde sólo existimos los dos. Pero sin más, se aleja... me sonríe intentando normalizar la respiración irregular. Si pudiese escribir un poema de lo que siento llevaría por nombre: “huracán”. Los huracanes arrasan todo a su paso. Tal vez por eso los huracanes más devastadores llevan nombre de personas. Entiendo por qué el huracán que me azota el corazón lleva por nombre Gareth. Gracias a él, desconozco la diferencia entre dependencia sentimental y amor verdadero. No comprendo si los opuestos se atraen o las emociones se aferran a aquello que hiere el alma. —Te quiero —susurra contra dorso de mi mano. —Yo también... —es lo único que puedo modular obligándome a salir de la burbuja de afecto—. Ahora, ¿podemos irnos? Tengo que ir al trabajo. Tengo tres citas programadas. Las manecillas del reloj no se detienen; antes de aceptar la invitación le dejé claro que debía estar en el consultorio a las siete de la mañana, pero como es usual… pasó por alto mis exigencias. —Eres la mujer más importante de mi vida —junta nuestras frentes tibias y por extensión, nuestras narices se rozan—, no quise hacerte daño anoche. Nunca ha sido mi intención. Más daño, querrá decir. ¿En qué momento los humanos nos volvemos dependientes de otras personas? La psicología de los estados afectivos trasciende las barreras del tiempo y espacio, de eso me he dado cuenta últimamente. —Me diste una... «Una golpiza», me grita una voz insidiosa. —Hijo, voy a plantar algunas semillas en el jardín —la voz encantadora de Diana Cadwell nos obliga a dejar la conversación a medias—. Oh, perdón por interrumpir. Cassandra, cielo, es un placer tenerte en casa; deberías venir más seguido. —No pasa nada, mamá. Tenemos tiempo. —Buenos días, señora Cadwell. El placer es mío y aunque quisiera venir seguido, temo que mi vida social se esfumó con el trabajo. Es cierto lo que digo, después de la graduación a eso se redujo mi fatídica rutina se redujo a: leer a Freud, buscar páginas online sobre cursos actualizados de psicología y ver series antes de dormir. —Me gusta que seas una mujer independiente —me guiña uno de sus ojos mieles y sacude la melena caoba centrando la atención en Gareth. —¡Oh, casi lo olvido! Blair llamó anoche. ¿¡Cómo que llamó a noche!? —Mamá —su voz truena—, mi novia está aquí. —Un gusto verte, Cassandra. Dale saludos al doctor Meléndez de mi parte. Asiento en un movimiento lento y oxidado. Siempre he oído hablar de Blair Hansen, sin embargo, jamás he visto una fotografía de ella. Las malas lenguas dicen que es una mujer exitosa, pero no puedo dar cuenta de ello pues cada vez que la conversación gira en torno a la italiana, Gareth evade el tema hablando de cualquier otra cosa. —Cariño —suavizo la voz implorando piedad—, en serio necesito irme. Recuerda que Meléndez me permitió salir antes con la condición de llegar temprano. Hoy llega mi madre y en serio quiero ser puntual. El silencio vuelve a esculpirse como una estatua solemne y muda. Se levanta del asiento. —¿Se quedará contigo? —tantea las llaves del Jeep en una mesita de mármol al costado de la terraza—. ¿Cuándo planea irse? Esbozo una sonrisa violenta. —Sí y no lo sé. ¿Qué te pasa? Debería alegrarte su llegada, es la primera vez que viene a Sídney desde mi mudanza… y está emocionada de conocerte. —Estaré ocupado el fin de semana; así que, por favor, no me incluyas en tus planes. Firmeza, arrogancia, desdén; no sé con exactitud como describir la enunciación de la respuesta. Hay cosas que no me cierran de la vida de Gareth, no obstante, el misterio que lo envuelve me hace querer estar más cerca de él. Su arrogancia me ata, encadena y esclaviza.
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