Vincent quedó atónito ante las serias palabras de Abby, la fría mirada de la mujer, que por poco lo asfixia con el nudo de su corbata, le dejaba en claro que no estaba jugando y que no había nada que la hiciera cambiar de opinión.
No pudo evitar sentir una punzada en el pecho, al ver que Abby no dudaba ni un poco en terminar lo que estaban construyendo juntos, al preferir traer al mundo a ese bebé que crecía en su vientre, pero, así como ella no iba a cambiar de opinión, él tampoco lo haría, solo pensaba en sus prósperos negocios que serían interrumpidos al hacerse cargo de un hijo que nunca planeó.
Abby apartó las manos de la corbata de Vincent y con rostro indiferente, le dio un par de palmaditas en el hombro, antes de dar media vuelta sin ser capaz de soltar una palabra más, el nudo en la garganta se lo impedía, pero se sentía aliviada por haberle dicho sus verdades en la cara sin derrumbarse, ella misma se sorprendía de lo fuerte que estaba siendo.
Había pasado por unos días difíciles al enterarse que su mamá y su hermano eran unos delincuentes, le dolió en el alma presenciar el juicio donde los condenaban a muchos años de prisión, pero más le dolía ver a su padre, el único de su familia que realmente se preocupaba por ella, ahogándose en alcohol por las malas decisiones de su esposa y su hijo. Y cuando pensó que no había nada que pudiera superar aquella decepción, Vincent le pide que aborte a su hijo por el simple hecho de que no quiere tener hijos.
“¿Cómo es posible que sea tan cruel? Ese perro inmundo intransigente siempre será un ser sin sentimientos.” Pensó Abby sintiendo como se le desgarraba el alma, no dejaba escapar las lágrimas que pronto se acumularon en sus ojos, mientras caminaba hacia la puerta, dejando a Vincent atrás.
No quería verlo más nunca en su vida, era una decepción de hombre, no valía la pena malgastar su valioso tiempo con él, a su vida llegó algo más importante que despertaba sentimientos en ella que desconocía, iba a ser mamá, por mucho que le costaba creérselo y tenía la certeza de que no necesitaba de ese sinvergüenza para cuidar de su bebé, Abby era consciente de que siempre ha sido muy fuerte y, sobre todo, muy capaz.
— ¡Abby! Ven aquí, no hemos terminado de hablar, no me dejes con la palabra en la boca. —Vincent la llamaba con voz gélida sin moverse de su lugar, estaba acostumbrado a que se hiciera lo que él decía, pero con Abby, eso nunca fue así, y eso era lo que más le había gustado de ella, sabía que no era como las mujeres sumisas con las que había estado antes de ella, pero en esta ocasión, le cabreaba, lo sacaba de sus cabales, le hacía hervir la sangre.
No sabía qué le disgustaba más, que Abby estuviera renuente y decidida a hacer todo lo contrario a lo que le decía, o que ella lo estaba dejando sin titubear.
Abby no se detuvo ante sus palabras llenas de autoridad, se tragó el nudo en la garganta que no la dejaba respirar y apenas le dedicó una mirada cuando abrió la puerta para salir, no sin antes decir una última cosa.
— Si tienes algo más para decirme, honestamente no me importa. Eres un completo desconocido para mí. —dijo con la voz casi temblorosa, y sin esperar una respuesta, cerró la puerta detrás de ella, dejando a aquel hombre solo, con la respiración agitada, con un amargo sabor en la boca y con la rabia subiéndosele a la cabeza.
Apenas desapareció de la vista de Vincent, sus lágrimas se escaparon de sus ojos una tras otra, sin poder reprimir el dolor en su pecho que la dejaba casi sin aliento, nunca se había sentido tan miserable como ese día, sentía que la vida estaba siendo injusta consigo misma, que mientras más daba, menos recibía, se cuestionaba si la del problema era ella, pues las personas que más quería terminaban decepcionándola.
Pero pronto dejó de pensar en ello, cayendo en cuenta que la del problema eran ellos que solo tenían maldad en su corazón, o en el caso de Vincent, que no tenía corazón. Dejó a un lado las personas que no sumaban en su vida y pensó en las maravillosas personas que la rodeaban y que sabía que nunca se atreverían a causarle un disgusto.
A su mente llegó la imagen del rostro sonriente de su mejor amiga, la que siempre estaría para ella, y ahora la necesitaba más que nunca.
Dejó caer con libertad las lágrimas, mientras caminaba con paso decidido hasta la oficina de Sarah Doinel, no le importaba que algunos trabajadores que pasaban por ahí la mirasen con curiosidad y preocupación, pero no se atrevían ni a saludarle, no obstante, se detuvo cuando unos ojos azules como el océano examinaron su rostro con el ceño fruncido.
Julián, quien iba saliendo de la oficina de Sarah perdido en sus pensamientos, no pudo ocultar la preocupación al verla en aquel estado, no hacía falta que le contase el motivo de sus lágrimas, ya lo imaginaba y no pudo evitar sentirse furioso con aquel poco hombre, quería acercarse a ella para consolarla, pero recordó lo enojada que estaba con él antes de soltar la noticia de su embarazo a los cuatro vientos.
Conocía el temperamento de Abby, sabía que era capaz de molerlo a golpes solo por estar enojada, aun así, no le importó que pudiera recibir un par de cachetadas quizá, solo se acercó a ella y sin decirle una sola palabra, la tomó por sorpresa al envolverla en sus brazos.
Las fosas nasales de la castaña se inundaron con el perfume varonil de Julián, y apenas su cabeza reposó en su pecho, dejó salir aquello que había reprimido desde el momento que cerró la puerta de la oficina de Vincent, su llanto.
— Tranquila, Abby, llora, desahógate todo lo que quieras, pero que sepas que él no se merece ni una sola de tus lágrimas. —las suaves palabras de Julián lograron calmar el corazón de Abby de alguna manera, aún así, lloró en silencio en el pecho del pelinegro, quien acariciaba su cabello mientras miraba a los curiosos con ojos amenazantes y estos seguían su camino al entender la indirecta amenaza de su jefe. —Vamos a mi oficina, pediré un té para ti.
Abby abrió sus ojos al escuchar sus palabras y caer en cuenta del espectáculo que estaba dando en medio del pasillo, no podía permitir que la viesen de esa manera, mucho menos podía arriesgarse a que Vincent saliera de su oficina y se diera cuenta de lo débil que estaba siendo cuando él no la veía, ¡Eso jamás! Pero más allá de eso, ¿cómo iba a llorar en el pecho de ese hombre que minutos atrás quería golpear?
Se alejó de inmediato de los brazos de Julián, como si de pronto su tacto le quemase y secó sus húmedas mejillas con el dorso de su mano, mientras lo miraba con ojos asesinos.
No necesitaba que Julián la consolara, ni que la llevara a su oficina y le diera un té, detestaba dar lástima y eso era lo que le estaba dando a ese hombre, ella podía sola consolarse a sí misma.
— ¿Te volviste loco? Contigo no iré ni a la esquina. —el malhumor de Abby volvió enseguida, dejando al pobre hombre confundido y sin saber qué hacer, solo se limitó a levantar las manos como si estuviera librándose de culpas mientras daba un paso atrás, conocía muy poco a Abby, pero sabía perfectamente que no le iría bien si no desaparecía de su vista en los próximos segundos.
Aunque a Julián le disgustaba verla en aquel estado, prefirió darle su espacio y dejar que ella se calmase a su manera, no la iba a obligar, o a forzar en algo en lo que ella se sintiera incómoda, a pesar de que quería ver a la Abby de siempre, pues prefería mil veces a esa mujer que le insultaba y decía barbaridades, que la mujer devastada frente a sus ojos.
Julián se acomodó su traje, que se había mojado un poco con las lágrimas de Abby y retomó su camino en silencio, ganas no le faltaban de ir hasta el imbécil y el causante de la tristeza de aquella mujer, pero ese no era su problema.
Abby siguió su camino hasta la oficina de Sarah, y aunque el abrazo de Julián la recuperó un poco, no fue lo suficiente como para desaparecer la amarga sensación del nudo en la garganta y la punzada en su corazón.
En la oficina de Vincent, la temperatura parecía que había disminuido gradualmente, Vincent estaba echo una furia, él no lo sabía, pero estaba dejando ir a una mujer brillante y maravillosa, de sus dedos se escapaba lo mejor que podía pasarle en la vida, tener una familia junto a una mujer que lo adoraba, pero ni siquiera hizo el mínimo esfuerzo de ir tras ella.
Ni él mismo podía soportar su malhumor, le fastidiaba ser abandonado por su novia, pero él mismo se lo había ganado, por un segundo intentó imaginarse siendo padre, sin embargo, la balanza estaba en contra, le resultaba imposible pensar en algo más que no fuera sus negocios, era un completo egoísta, un grandísimo ciego.
Con la sangre hirviendo en su sistema, se sirvió un vaso de whisky que se tomó de un solo trago, pensaba que de ese modo podía calmar su malhumor, pero no lo logró y terminó estrellando el vaso vacío contra la pared, volviéndolo trizas, así como volvió el corazón de Abby. Aquello no le pareció suficiente para desquitarse, en un ataque de ira arrastró sus manos por el escritorio, tirando todo al suelo.
Evidentemente, estaba teniendo un lío mental, muy en el fondo sabía que no estaba haciendo las cosas correctamente, no quería aceptarlo, pero el miedo era el reflejo de aquel hombre que quería mantener todo bajo control, y lo tendría si se alejaba de todos, incluyendo a ese bebé que no tenía la culpa de nada.
Se sentó por un largo tiempo en su silla, con la mirada pérdida en el ventanal, esos minutos le sirvieron para tomar una decisión que sabía que no solo decepcionaría a Abby, sino a todos.
La puerta de su oficina se abrió y de inmediato se giró con la esperanza de ver a Abby de vuelta, dispuesta a llegar a un acuerdo razonable, él no quería perderla, pero se desanimó al ver a Alexander Lancaster cerrando la puerta detrás de él y mirando con sorpresa el desastre que había ocasionado, pero no era comparado con el desastre de sus decisiones.
— Si Abby te envió, desde ahorita te digo que nada me hará cambiar de opinión. —Vincent ni siquiera le dio tiempo a Alexander de ser el primero en hablar. Aún sentado en su silla, aflojó el nudo de su corbata que comenzaba a asfixiarlo como si Abby todavía lo estuviera apretando.
— He venido por mi cuenta. —respondió Alexander, mientras levantaba del suelo algunos folders, con mucho cuidado de no cortarse con los cristales quebrados en el suelo, dejó lo que pudo recoger sobre el escritorio y se sentó al frente de Vincent, quien tenía la mirada sombría. —¿Te estás dando cuenta de lo que estás haciendo? —la pregunta de Alexander llamó la atención de Vincent, logrando que se pusiera a la defensiva de inmediato.
Sabía perfectamente las intenciones de Alexander y eso le molestó aun más, no era un niño pequeño para que le dijeran qué hacer; no haría lo que era correcto si no le nacía.
— Con todo respeto, Alexander, no necesito que vengas a decirme absolutamente nada sobre Abby y ese bebé. —Vincent respondió enseguida, demostrando con eso que no iba a tomar las decisiones correctas.
— ¡Ese bebé es tu hijo! Por amor a dios, ¿te estás dando cuenta de lo que haces? ¡Estás destrozando a una mujer que está dispuesta a recibir una bala por ti! Sabes perfectamente mi historia, y sabes lo que hubiese dado por haber estado con Sarah en su embarazo desde el primer momento, y tú, ¡tú estás mandando todo a la basura por una estúpida ideología que te hará el hombre más infeliz del mundo! —Alexander no perdió la oportunidad por intentar abrirle los ojos a ese hombre que estaba cegado por seguir sus ideas y planes que en un futuro le harán caer en cuenta que nada de eso lo iba a llenar verdaderamente.
— ¡No es tu maldito problema! ¡No quiero ni pienso tener hijos, ni con Abby ni con otra mujer, así eso implique alejarme de todos! ¡En mis negocios no hay cabida para una responsabilidad tan grande! ¡Tú y yo no somos iguales! —Vincent respondió furioso mientras se levantaba de su silla sin moverse de su lugar.
Alexander no podía creer lo que escuchaba, desconocía a ese hombre que hablaba con tanta seguridad sin poder ocultar la rabia.
“¿Es que acaso le resulta tan desagradable ser padre? ¡No sabe lo que está hablando!” pensó Alexander mientras lo miraba completamente sorprendido.
— Es que ni siquiera lo piensas por un momento, ni siquiera tienes un poco de empatía por Abby, ¿acaso sabes como la está pasando? Por supuesto que no, porque solo piensas en tus intereses. —respondió Alexander dándose cuenta de inmediato que solo iba a malgastar su tiempo. Hacerlo entrar en razón era un caso perdido, lo notaba por la mirada despectiva de Vincent. —Por supuesto no somos iguales. —continuó mientras se levantaba de su silla sin apartar la mirada de aquel hombre que no parecía tener sentimientos. —Y es por eso por lo que ahora soy inmensamente feliz con Sarah y mi hijo, como una familia. Por supuesto que no pensamos igual, yo no soy un egoísta, ¿y sabes que es lo más triste? Que tus negocios no estarán en cualquier circunstancia, pero una familia, amigo mío, la familia siempre estará incondicionalmente. Ahora respóndete a ti mismo, ¿tu decisión te hará feliz?