Capítulo 2 (Parte I): Patearle las bolas

2505 Words
ANIKA Tener un eterno crush por Aiden Fortune se había convertido en una manera de vivir para mí. Siempre viéndolo desde las sombras, admirándolo al igual que cientos de chicas que le dirigían una mirada con hambre, de esas que tiene toda la intención de llevarlo a la cama. En cambio, yo, bueno, siempre lo había mirado con cara de eres lo más guapo que he visto en mi vida, pero sé que ni de co**ña me vas a hacer caso. Creí que era simple atracción hasta el momento en que lo vi de la mano de otra mujer en el altar, y sentí, por primera vez en mi vida, como el amor dolía, como cuando a Drácula le enterraron una estaca en el corazón, y se quedó ahí sin la eternidad que le había brindado la vida. Solo que yo no era Drácula y la maldita estaca no había hecho otra cosa más que darme resignación porque sabía que no me haría nunca caso. Sin embargo, haberlo tenido en mi casa ¡Por Dios, había estado en mi casa! ¡Aaaah! Era lo más raro que me pudo haber pasado, era de ese tipo de cosas que nunca te van a pasar en tu pu**ta vida. Y después de haberlo tenido, prácticamente, rogándome para que trabajara como su asistente, aquí estaba a las nueve de la mañana, entrando por la puerta principal yendo directo a los elevadores. Tenía mi cabello atado en una cola alta, y había decidido llevar mi playera gris con un demonio pintado en rojo enseñando la lengua y con una mano cornuta al frente. Era mi playera de la suerte. Unos pantalones de mezclilla lo más cómodo posible y unos tenis rojos, para combinar con mi diablo. La razón por la que no quería trabajar con Aiden, en cierta manera era porque no quería que literalmente encularme más con él, pero ahí estaba Anika la valiente porque podré ser no correspondida y fracasada en el amor, pero pobre nunca. Día uno de trabajo, primera hora de la mañana: Al abrir la puerta de la oficina me encontré con la primera imagen que me dejó sin aire, pues, tontamente abrí sin llamar y me encontré con la imagen de ¿Sofía? La rubia que había venido a aplicar por el puesto de asistente el mismo día que yo. Se estaba acomodando la falda y. . . Aiden se estaba acomodando de prisa en cinturón. El aire se negó a entrar a mis pulmones porque no se necesita ser un genio para saber lo que había pasado entre ellos. No debería dolerme, pero si me dolió, y me dejó sin aire. Anika la valiente, cero. Aiden el guapo, uno. — Mierda —, masculló él a toda prisa, nervioso de lo que hubiera visto. Lo único que conocía con Aiden, mi amor platónico, eran esos susurros de desamor llamado celos. Los odiaba. Me daban ganas de matar a medio mundo porque a mí me gustaría ser esa mujer empotrada en el escritorio. Pensé mejor mi respuesta, y la verdad es que hubiera terminado dándole en la entrepierna. — Oh, lo siento —. Me disculpé de inmediato cerrando la puerta. Tenía la cara acalorada. Bueno, ya estaba. Había empezado mi primer día de trabajo de los cojo**nes. Les tenía que dar tiempo, por lo que me fui a la cafetería por un café, aunque una cerveza hubiera sido lo mejor para mí. Me senté en una de las mesas pegadas a una ventana que daba vista a la ciudad y traté de no pensar en Aiden y su desliz mañanero. Aspiré aire porque si que dolía. Era una tonta porque era un hombre libre. — Anika —, escuché su voz cinco minutos más tarde. — Creo que debiste pedirme que viniera un poco más tarde —. No lo volteé a ver. Se sentó a un lado mío. Le di un trago a mi café. — Escúchame, yo. . . lo siento, de verdad que lo siento. No tengo excusa, pero debes entender que de vez en cuando eso suele pasar —. Él se estaba excusando, y era una excusa válida para un picaflor como él. — No tienes que darme explicaciones de tu vida se**xual Aiden —. Consulté el reloj de mi teléfono—. Solo te ha tomado cinco minutos en acabar. No es un big deal —un gran problema, eso era lo que quería decir. Me llevé las manos a la boca un tanto apenada—. Espera, a ver, creo que ha sonado mal, o sea no me refiero a que seas precoz o . . . — Fueron más de cinco minutos, eso lo puedo asegurar —. Lo miré de reojo y tenía la vista perdida en el suelo, como si una bala le hubiera dado directo a su ego herido. — Bueno, no tengo manera de saberlo y no quiero entrar en detalles —. Tenía los cachetes colorados por una conversación tan incómoda y desastrosa como esa. Me obligué a verlo a la cara—. Lo que en verdad me preocupa, y es algo que no voy a estar dispuesta a hacer, es volver a tener que pasar un momento tan incómodo como este. Así que si voy a trabajar contigo, te voy a pedir que tus polvos mañaneros sean en otro lado que no sea tu oficina. — Anika, no eres mi mamá para decirme qué hacer o dejar de hacer. — Te recuerdo que fuiste tú quien fue a mi casa y me suplicó trabajar juntos. Es un espacio de trabajo y te pido que lo respetes como tal. —. Me forcé a sonreír—. No soy una empleada cualquiera, pero si no estás dispuesto a cumplir algo del sentido común —. Me levanté de mi lugar—. Creo que lo mejor será que me vaya. — No, por favor no te vayas —. Se levantó de su lugar de inmediato—. Vamos a empezar de nuevo, tienes razón. Mis más sinceras disculpas. Sonreí sin ocultar el triunfo en mi rostro. Un minuto más tarde, estaba entrando a la oficina de Aiden. — ¿Por qué Sofía está en el escritorio de afuera? —Le pregunté a Aiden, aunque no tenía que der un genio para saber que era porque se la estaba tirando. — Porque ella básicamente va a ser la recepcionista, y se llama Sonia—. Se encogió de hombros. — ¿No crees que es un poco excesivo para la situación que tiene la empresa tener dos asistentes? —Alcé una ceja cuentionante, de esas que dejan entrever un estás tomando una mala decisión. — Es parte de la imagen. En realidad lo hago porque quiero que tú te encargues de cosas más importantes que solo responder llamadas y consultar mi agenda. Sé lo inteligente que eres Anika y no voy a hacer que desperdicies tu tiempo en cosas banales como esas. No pude evitar sonreír por lo bajo al saber que al menos había notado lo inteligente que era. Había notado finalmente algo en mí y eso me ponía feliz como una lombriz, pero él no tenía por qué saberlo. — ¿Y qué papel es el que quieres que desempeñe? —Succioné mis labios mientras recorría con la mirada la oficina. Había puesto un nuevo escritorio cerca de la puerta, casi frente a su escritorio. — Pues, básicamente quiero que trabajes a mi lado —. Me volteé hacia él dedicándome una cálida sonrisa—. Es por eso que puse un escritorio para ti aquí en mi oficina —. Se acercó al escritorio y le dio unos golpecitos con los nudillos para que lo mirara. — Yo. . . no sé qué decir, supongo que gracias —. Sonreí satisfecha. — No tienes que agradecer. Ya verás que vamos a hacer un gran equipo, Ani. Yo mismo escogí el escritorio, pero si no es de tu agrado lo podemos cambiar. Sentí que mi pecho estallaba por la emoción. Era la primera vez que Aiden Fortune hacía algo por mí, pensando en mí. — Es perfecto —. Sonreí intentando que la emoción no se me notara tanto. — Me tomé la libertad de encontrarte un espacio aquí dentro. Así que espero que te sientas cómoda —. Asentí—. Bueno, toma asiento, vamos a empezar —. Tomé asiento con una sonrisa tímida en los labios—. Sí, estás perfecta aquí. Desde ese momento comencé a trabajar para Aiden hombro a hombro. Estaba emocionada por dos cosas: La primera era porque era la primera vez que había convivido tanto tiempo con él, y había resultado un hombre divertido. La segunda, porque podría seguir manteniendo mi estilo de vida sin renunciar a la pequeña fortuna que había hecho en estos dos últimos años, y de la cual nadie sabía. — Creo que necesitas un espacio más adecuado para ti —. Me dijo una semana después de haber estado trabajando juntos. Tenía una pila de papeles sobre el escritorio, porque estaba estudiando los números de la empresa y algunos documentos adicionales. Algunas ocasiones me era más fácil tener todo impreso. — ¿Cómo? —Pregunté un tanto confundida. Ese día se me había olvidado peinarme porque la alarma de mi teléfono no sonó, se me había olvidado ponerla. — Sí, estoy viendo que al parecer el escritorio no te está siendo un suficiente espacio —. Señaló el montón de papeles en el que estaba inmersa. — Oh, esto. Me las puedo arreglar sin problema. Lo importante es que el señor Lastra acaba de hacer una muy buena propuesta que te puede librar de la bancarrota por seis meses, lo cual significa que tengo mi diez por ciento adicional —. Añadí satisfecha. — Y con más razón vamos a hacer una remodelación a la oficina para que tengas algo más que un escritorio. En verdad quiero que te sientas bien, Ani. Y así fue como Aiden lo hizo, a pesar de la insistencia, porque me daba vergüenza de cierta manera. Esa misma tarde le pidió a Sofía, digo, Sonia que arreglara todo para que comenzaran a trabajar en la remodelación de la oficina y así tener mi propio espacio. — ¿Qué tal ha quedado? —Me preguntó Aiden la mañana en la que había llegado a la oficina. Me había encontrado admirando el lugar. Habían instalado unos muros de tablar roca para hacer una oficina alterna para mí. Me llevé las manos a la boca, estaba impresionada porque en verdad había tratado de mejorar mi espacio de trabajo. — ¿De verdad acabas de hacerme un espacio de trabajo dentro de tu oficina? —Pregunté sorprendida. Ese día había decidido llevar un pantalón militar con una blusa amarilla enorme, una de mis favoritas por tener un estampado neg**ro en forma de un círculo de flores. Unas botas militares ne**gras, y unas arracadas en color dorado enormes. — Te dije que iba en serio. Te lo has ganado Anika. Estoy muy contento de trabajar contigo, de verdad. Esto es solo una manera de agradecerte por el excelente trabajo que has hecho en estas dos semanas. — Yo, no sé qué decir. Supongo que gracias. — Vamos, disfruta tu espacio. Es tuyo —. Aiden entró en la pequeña oficina que me había armado. Dentro estaba mi escritorio, unas estanterías vacías de metal y un pizarrón blanco para hacer anotaciones. Vaya, sí que había progresado, al menos en lo laboral. — Voy a estar del otro lado, si me necesitas —. Me dijo dándome un apretón en el hombro. Me dedicó una cálida sonrisa y salió de la oficina improvisada cerrando la puerta tras de mí. Solo en ese momento me di cuenta de que la oficina era muy pequeña, no tenía ventanas ni algo que la hiciera calidad, algo en lo que me sintiera cómoda. No dije nada, solo sería cuestión de decorarla, y a pesar de que al día siguiente había llevado algunos cactus y un cuadro decorativo de un cerezo en medio de un lago, no lograron mejorar esa sensación de que algo había hecho mal. Ese rincón que Aiden había hecho para mí lo sentía frío, me sentía ignorada, y sola, muy sola en un lugar donde solo había una puerta. Estaba sola en medio de un mar de papeles sin poder hablar con nadie más. No me sentía cómoda. Me llegué a sentir incómoda porque no sabía si estaba haciendo mal las cosas. Apenas veía a Aiden, y a todos en general. Incluso a la Sofía, digo Sonia esa. Estaba dando vueltas en mi asiento mientras leía un reporte cuando escuché la puerta de la oficina de Aiden abrirse. — Mierda Aiden, ahora sí que te pasaste de listo —. Escuché una voz masculina que desconocía. — No me quedó alternativa ¿Tú que habrías hecho? — No contratarla. — Pero, es muy hábil en su trabajo. Hay que hacer ciertos sacrificios, y hay que saber hacerlo de la mejor manera. — Oye, no nos está escuchando. — No, ahorita es hora de la comida. Siempre va al comedor a esta hora. — Pero, ¿qué fue lo que le dijiste para que aceptara meterse a la jaula? Me tuve que morder el labio inferior obligándome a no salir y causar un alboroto. Me obligué a estar en la oficina de mierda y escuchar el resto de la conversación. Les soy honesta, no fue fácil. — No mames cab**rón, solo fue cuestión de darle halagos como un perrito recién entrenado para que se emocionara con un detalle como esa oficina—. Dijo lastimosamente la voz de Aiden. —¿Y cómo le hiciste para que estuviera la remodelación rápida? —. Preguntó su amigo divertido. Yo estaba obligándome a contener el aliento que sentía que se estaba volviendo fuego en mi interior. — La verdad tuve que desembolsar una buena cantidad de dinero para que vinieran a trabajar incluso de madrugada. Ya no aguantaba la vergüenza de que pudieran verla aquí en la oficina. Estaba harto de tener las reuniones con mis clientes en la sala de juntas. — Es que he visto como se viste, y lo hace fatal. — Se viste de la ver**ga —. Comenzaron a reírse a carcajadas. — Es mejor tenerla guardada —. Comenzó atacarse de la risa porque parecía un chiste local de mal gusto. — Por eso le mandé a construir su jaula, así me siento cómodo yo en trabajar y ella está feliz de ser mi asistente. Es la mejor solución que se me ocurrió. Una estúpida jaula es en donde estaba en este momento, y todo porque no podía tolerar mi manera de vestir. No sabía si la lágrima que estaba recorriendo mi mejilla era por coraje o porque estaba segura de que le iba a patear las bolas sin piedad.
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