Capítulo 2 (Parte II): Patearle las bolas

1077 Words
AIDEN Sabía que las cosas no estaban bien con Anika desde el momento en el que un día decidió llegar vestida como rapera, o eso más o menos le entendí a su estilo. No sabía cómo una mujer con unas facciones tan bonitas se atrevía a vestir de esa manera. Durante estas dos semanas en las que había convivido con ella había notado que sus ojos eran tan azules, que algunas veces se confundían con turquesa; que sus labios que muchas veces olvidaba pintar, tenían un color rosado natural, no era necesario delinear las curvas porque tenían esa forma de corazón envidiable para la mayoría de las mujeres; también pude notar que la piel de su rostro era perfecta; y una nariz que hasta un mismo cirujano plástico podría envidiar porque era tan simétrica, que no se podía replicar. Había llegado al acuerdo de que viniera vestida como ella quisiera, pero me arrepentí de mis palabras cuando tres días atrás llegó vestida de rapera, de esas pesadas. Lo describo de esta manera: bermudas estilo cholo en una tela verde con cuadros rojos, tan holgados que cada tres minutos se los tenía que acomodar porque si no podía enseñar la tanga, que desafortunadamente para mí no pasó; una playera de manga larga blanca, y encima una playera sin mangas como de jugador de básquetbol con el número catorce; calcetas largas blancas; gorra roja; y cadenas en color dorado gruesas para combinar. Me quería morir. No quería romper el trato ni lastimar sus sentimientos. Pero todo me había salido como el cu**lo. Lo único que se me ocurrió en mi desesperación fue construir un espacio para ella, pero creo que la manera en que lo hice no fue la adecuada, la había cagado y en grande. *** ANIKA Mi mamá alguna vez me contó que a los imbéciles hay que dejarlos pasar porque tenían poco cerebro y era un insulto a la inteligencia preocuparse por cosas banales. Yo siempre pensé que ella era un alma caritativa y sabia, de aquellas que pueden manejar con calma una mala situación. Era como un Buda, un Jesucristo, o una Madre Teresa de Calcuta. Siempre me decía que la mejor manera de venganza es la famosa cachetada con guante blanco. Para la mala fortuna de mi madre no le estaba haciendo caso, perdóname mamá por no ser como tú. A mí me poseía Maquiavelo, Hitler en su peor hazaña, y justo en ese momento su espíritu me estaba poseyendo. Me había insultado, había insultado mi inteligencia y no sabía qué co**ño era el guante blanco. Me limpié una lágrima. Me acomodé la gorra de frío en color rosa chillón que traía puesto ese día y salí de la pu**ta jaula. Azoté la puerta y alcé la mirada en un aire de superioridad. — Mierda, Anika, ¿escuchaste todo? —La voz de pánico de Aiden fue solo más gasolina a mi ego herido, bueno, en realidad fue más que mi ego porque todavía estaba enamorada de este idio**ta. Estaba con otro hombre al que pude identificar como Damián. Siempre habían sido inseparables, al igual que Adauco. Eran de los pocos amigos que le había durado desde la adolescencia. No respondí porque la respuesta era evidente. Lo vi directo a los ojos y caminé hacia él parándome enfrente. Los dos quedaron en silencio. — Anika, yo. . . — Alcé mi dedo índice en el aire para que se callara. No quería escuchar nada de él. — No digas nada porque ya me quedó absolutamente claro que me visto tan de la ver**ga como para que me tengas oculta en una estúpida jaula —. Sentí un nudo en la garganta. — Ani, por favor déjame explicarme. . . — ¿Qué quieres explicarme? ¿Quieres que escuche tu discurso sobre por qué me tienes que ocultar y que te dé la razón para que te sientas mejor? Damián se levantó de su lugar, un tanto apenado por la situación. — Una enorme disculpa Anika. Aiden, creo que es mejor que los deje solos —. Su amigo se fue dejándonos completamente solos. — Ani. . . — Voy a ser clara y directa contigo, Aiden —. Lo interrumpí—. Creí que estaba tratando con una persona completamente madura, pero la verdad es que me estoy llevando la sorpresa de que prefieres actuar como un estúpido adolescente en vez de decir las cosas de frente. Honestamente, no pensé que me fueras a decepcionar, pero a pesar de que eres el hermano de Perla, no eres igual a ella. Eres una persona más del montón —. Tomé aire en un intento de que las lágrimas no me salieran frente a él—. Yo me retiro, no me interesa trabajar así. — Anika, espera, por favor. Cambiamos de oficina, te aumento el sueldo, puedo aumentarte el sueldo. . . Mi mano se fue a estampar directo al escritorio interrumpiéndolo. Estaba más que ofendida. — Si tú piensas que estoy aquí por dinero, entonces no me conoces. Estoy aquí porque aprecio a tu familia y a tu hermana —, y también porque toda mi vida he estado perdidamente enamorada de ti—, porque sé la situación en la que se encuentran. No vale la pena trabajar contigo Aiden Fortune —. Me di la media vuelta para caminar hacia la puerta, me volví hacia él—. Si tú no entiendes la razón por la cual yo estoy aquí, entonces no mereces mi presencia. Salí de su oficina cerrando la puerta tras de mí. Me coloqué mi mochila en forma de murciélago a mi espalda dispuesta a no regresar nunca más. — ¿Ya te vas? —Me preguntó la rubia que estaba como recepcionista. — Tienes la oficina libre —. Le sonreí a Sonia. Me dirigí hacia el elevador. Una vez dentro, las puertas de metal se estaban cerrando cuando vi que Aiden salió de su oficina y corrió en mi dirección gritando mi nombre. Por fortuna comencé a descender sin que él lograra meterse. Mis manos temblaban de rabia, porque me importaba mucho la manera en como él pensaba de mí, porque estaba estúpidamente enamorada de él. Me había decepcionado, y lo único que pensaba es que había dolido estar estos días a su lado, sabiendo que se tiraba a Sonia de vez en cuando, sintiendo vergüenza de mí. Sí, era muy feo no ser correspondida.
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