Capítulo 3 (parte I): Yo no soy Betty la Fea

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AIDEN Nunca había corrido detrás de una mujer y mucho menos en estas circunstancias en las que yo fui un completo imbécil con ella por mi forma de actuar. Siempre había sido de esos hombres que se burlaban del amor en las películas románticas, donde montaban una escena persiguiendo al amor de su vida por todo el aeropuerto para que no se escapara, claro, después de haber cometido una estupidez o haber sido un hijo de p**uta con la protagonista. Solo que había una diferencia entre lo que las películas y yo. Yo no estaba enamorado de ella, no era el amor de mi vida, pero si me había comportado como un completo idi**ota con ella en toda la extensión de la palabra, y me dolía porque la conocía de años. Tenía que buscar una manera de disculparme con ella. Si me odiaba le daría toda la razón. Solo de pensar que si Perla se llegaba a enterar de lo que había pasado entre Anika y yo, estaba casi seguro que iba a terminar con polvo pica pica en el champú porque había sido un bruto con su mejor amiga. Mi hermana era de vengarse con ese tipo de soluciones infantiles, y no dudaba que tuviera mano firme por tratarse de Ani. Salí de la oficina a toda prisa, y aunque grité su nombre varias veces, no me hizo caso. Estaba muy cabreada por la manera en como me había expresado de ella. Me sentía muy mal por lo que había hecho. Cuando el elevador se cerró sabía que tenía que buscar otra manera de contactarla porque que ni de co**ña la iba a alcanzar en el estacionamiento, por más que corriera. Regresé sobre mis pasos. Me llevé las manos a la cabeza porque me sentía tan frustrado, que quería arrancarme el pelo. ¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago? — Señor Fortune, parece estresado —, escuché la voz de Sonia cuando pasé a su lado, tenía un tono sugerente—, yo puedo ayudarlo un poco a apagar su estrés —, me guiñó el ojo con una mirada sugerente, y la habría aceptado en otro momento. — Ahora no, Sonia. No me molestes —. No me importó descargar un poco de mi mal humor en aquella mujer. Estaba cabreado, en ese momento lo único que me importaba era limpiar el desastre con Anika. *** ANIKA No estaba enojada. Estaba empu**tada, y en estas situaciones le llamaría a mi amiga, pero como se trataba de su hermano me tenía que tragar el coraje. No quería que los hermanos se pelearan por mi culpa. Estaba pisando el acelerador a fondo porque lo que más quería en ese momento era alejarme de él, de sus palabras hirientes. Quería descargar mi furia porque me sentía humillada. No sabía si era ego herido, insulto a mi inteligencia, o qué sé yo. Solo quería desahogarme. — Me sorprende, verte tan temprano por aquí, Ani ¿No se supone que debería estar trabajando? —Me preguntó mi instructor, tan pronto entré al centro de entrenamiento y aventé mi mochila a un lado. Siempre la cargaba en la cajuela de mi auto. — Sigo desempleada —. No era habitual en mí contestar a secas. — Oh, supongo que algo te hizo enojar y mandaste a la mierda al hermano de tu amiga —. Alzó las cejas sonriendo en señal de triunfo porque había atinado. — Poli, más vale que te mantengas en tus asuntos —. Eché aire como un toro frustrado. — La verdad es que es un chulito imbécil —. Me llevé las manos a la cabeza, despeinándome el cabello como si me estuviera untando champú—. Dios es injusto, ¿por qué lo tuvo que hacer tan guapo y tan idiota al mismo tiempo? — ¿Es rico? — Algo así. Tiene una empresa transnacional. — Jod**er Ani, sería una forma de volverte rica de una vez por todas —. Bromeó. — Jod**er Poli, algo me dice que en tu juventud te habrías casado por interés con él. — Sí que lo habría hecho. Es mejor llorar en un Ferrari que en la banqueta. No pude evitar reír a carcajadas por sus ocurrencias. — A mí me gusta el dinero, pero prefiero estudiarlo y hacerme de una buena cuenta bancaria por mí misma. — Ay, mujer, tan fácil que la tienes con esa cara que cargas —. Sonreí—. Le hablas bonito, te casas, y de un día a otro eres rica, sin tener que esforzarte tanto. — Mejor vamos a entrenar, antes de que quiera matar a alguien si no me desahogo —. Le dije divertida. Poli me conocía desde hace veinte años y estaba por retirarse. Era mi instructor de krav magá de toda la vida. Me había metido a estudiar artes marciales desde niña, y esa disciplina había sido mi preferida. Era una técnica de defensa personal, siempre me había gustado porque me hacía sentir segura. — Yo ya estoy viejo para que practiques, pero deja le llamo a Foncho. Me pasé una buena tarde practicando. Era un completo desestrés para mí. Amaba sentir que mi cuerpo se movía con libertad, a pesar de la ropa holgada que solía usar, y sobre todo esa sensación de poder defenderme ante cualquier situación. Eran las siete de la noche cuando me metí a la regadera del gimnasio, y eran las ocho de la noche cuando llegué a mi casa, envuelta en un jogger bastante holgado, de color neg**ro y verde fosforescente, con una camisa de rayas blancas y ne**gras. Lo había llevado en mi maleta de entrenamiento. Me estaba balanceando sobre mis tenis blancos preguntándome qué comería, cuando al salir vi un bulto afuera de mi puerta. Al llegar a mi departamento, Aiden Fortune estaba sentado al lado de mi puerta recargado en la pared. Estaba con las piernas a la altura de cara. Llevaba el mismo traje con el que lo había visto poco después de que me fuera de ahí y le renunciara. No pude evitar poner los ojos en blanco. Sí, era una maldita perra resentida, y ni modo, así era yo. — No me interesa hablar contigo —. Fue lo primero que le dije nada más llegar a mi puerta. — No respondiste a mis llamadas —. Se levantó de un brinco del suelo. Odia que fuera mucho más alto que yo porque eso lo hacía ver estúpidamente más atractivo. Sé dura Anika, podrá ser guapo, y podrás amarlo, pero eso no te da dinero. — No estoy obligada a responderlas —. Fruncí los labios y le señalé la puerta para que se hiciera a un lado y me dejara pasar. Introduje el código. — Ani, si estoy aquí es porque de verdad estoy tremendamente apenado. Me pasé tres horas esperándote aquí fuera de tu casa porque no sabía donde más encontrarte. Si esto fuera una película romántica, diría que fue un gesto de esos que enamoran, y ante mis ojos de enamorada sí que estoy brincando de la emoción, pero puse cara de huele pedo porque podré estar enamorada, pero este hombre bello se había pasado de imbécil. — Esperarme tres horas, no va a ser suficiente para que pueda disculparte —. Abrí la puerta y di dos pasos para volverme hacia él. — Lo sé, pero al menos déjame explicarme, aunque me sigas odiando después. Déjame invitarte una copa, por favor —. Me iba a negar, pero mi estómago rugió de hambre—. Y deja que te invite la cena, de verdad lo siento mucho Ani. Solté aire viendo al techo. — Te lo vuelvo a repetir no me interesa nada de lo que me puedas decir —. Le cerré la puerta en la cara. Pasó un minuto en el que me quedé inmóvil hasta que escuché de nuevo su voz. — Sé que me pasé de imbécil contigo, por favor déjame compensartelo. Nos conocemos de hace muchos años y la amistad que tienes con mi hermana es muy fuerte. En verdad me siento mal por lo que pasó —. Estaba ahí afuera, no se había ido. Pasó un minuto en el que me debatía en mi interior qué haría. Abrí la puerta de golpe, y así fue como Aiden se dio de bruces al suelo porque estaba recargado. — Es la única vez que te voy a aceptar algo, y es porque estás de suerte que no he ido al supermercado, y muero de hambre porque se me olvidó comer por el día de mierda que tuve —. Volví a cerrar la puerta de mala gana. No lo volteé a ver, pero sentí que sus ojos se estaban clavando en mí —. Y soy más una chica de cerveza, así que vamos a un bar con mucha comida. — Te voy a llevar al mejor lugar de tapas de toda la ciudad —. Se levantó del suelo sobándose la frente. Después de pasar diez minutos discutiendo sobre el auto en el que iríamos, finalmente me subí a su coche enfurruñada porque había perdido, estúpidamente, una batalla en piedra, papel, o tijeras. Llegamos a un bar donde se decía que servían los mejores tacos de la ciudad. No se lo dije, pero era uno de mis lugares favoritos. Nos sentamos en la barra y lo primero que pedí fue un tarro de cerveza oscura con limón. Planeaba regresar en Uber, así que me tenía un poco sin cuidado. Aiden me imitó pidiendo lo mismo. Nos quedamos así tiesos y en silencio por un muy buen rato. El mesero vino, le pedimos tacos, se fue y regresó, pedimos otro tarro de cerveza, y solo se nos ocurría ver hacia delante. — ¿Cómo se conocieron Perla y tú? —. Preguntó Aiden al cuarto tarro que pedimos. Me sentía un poco mareada, pero lo bastante envalentonada como para hablar con él de manera más desinhibida. — ¿Es en serio Aiden? ¿No se te ocurre hablar de otra cosa que no sea de Perla? — Me pongo a decir estupideces cuando estoy nervioso —. Se llevó el tarro a los labios. — Así que llamas estupidez a tu hermana, y a ti te pongo nervioso —. Solté una carcajada por santa majadería. — La razón por la que te traje aquí es porque quiero limar asperezas contigo. — No voy a regresar a trabajar contigo, pero espero una disculpa digna —. Lo dije casi de inmediato. Tuve que parpadear un par de veces porque no sabía si el alcohol me estaba nublando un poco la vista. — ¡Pues va a ser superdigna! —Aiden abrió los brazos de una forma muy dramática y teatral. Arrastraba un poco las palabras. — ¡Más vale que así sea! —. Tomé el tarro entre mis manos y le di un trago enorme a la cerveza. Alzó su dedo índice. — ¡Solo fue un malentendido, Ani! ¡No fue para tanto! —Si tendrá huevos. Azoté el tarro de cerveza sobre la barra, mi mano vibraba con el tarro, parecía un volcan preparándose para estallar—. ¡Sí, solamente fue una malentendido! —De nuevo azote el tarro de cerveza sobre la barra. Este hombre estaba acabando con mi Buda interior. — ¡Que te cachen diciendo pend**ejadas no es un malentendido, Aiden! —Estábamos subiendo el tono de voz, lo que atraía las miradas hacia nosotros. Estaba tan furiosa con él que podía sentir como me estaba saliendo humo de mis orejas, como pinche Majin Boo. — ¡Te di un espacio en mi oficina! — ¿¡Pero qué carajos piensas que soy!? ¿¡Betty la Fea!? ¡Para esconderme de esa manera! —Aventé la cerveza al suelo haciéndose añicos como mi paciencia. Vi que Aiden se calló por un momento ante mis palabras. Le dio trago enorme a su cerveza para tomar valor. — Yo nunca dije que eres fea —. Hizo una pausa. Esas palabras me habían hecho sentir un alivio, pero el alivio duró lo que un algodón de azucar en el agua, pues sus siguientes palabras me hicieron perder la poca paciencia que me quedaba—. Es que tu ropa es horrible. Parace que saliste Queens a asaltar un Seven Eleven. No pude más, me levanté de mi lugar y le di un santo cachetadón que la cabeza se le fue de lado y cayó al suelo. — Eres un imbécil. Lo vi por un instante y pude notar la cara de espanto y asombro por lo que le había hecho. Me di la media vuelta y me fui rumbo a la salida echando fuego a mi paso, pero hubo algo que frenó mis pasos porque me llamó la atención, pues me empezaron a llegar murmullos de gente que corría en direcció a Aiden. Al dar la media vuelta pude ver que se estaban acercando para auxiliarlo. Me llevé las manos a la boca, porque al parecer había sido mi culpa.
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