Capítulo 3 (Parte II): Yo no soy Betty la fea

1909 Words
ANIKA Practicar artes marciales desde niña había tenido sus ventajas, pues había creado, durante la mayor parte de mi vida, fuerza y resistencia por todo el entrenamiento diario que había estado haciendo. Había explotado con el fuego en mi cabeza por los comentarios de Aiden, que no medí mi fuerza y le di un golpe tan fuerte, que terminó en el suelo. Hasta ahí todo bien, más en la parte donde le grité que era un imbécil. Habría estado bien irme a mi casa con la satisfacción de haber puesto al amor de mi vida en su lugar y sentirme orgullosa por no perder la cabeza. Me habría puesto mi pijama de unicornio que mi papá me regaló el año pasado y me habría desvelado viendo películas de miedo hasta el amanecer. Habría tomado un café muy cargado y con mucha azúcar para calmar mis nervios, no solía consumirla más que en situaciones de mucho estrés. Como en ese momento. Eso habría sido mi noche desesperanzadora e ideal. E incluso habría intentado conseguir un nuevo trabajo, en vista del éxito no obtenido con Aiden, mi amor. Pero nada de eso pasó. Con las manos aún en la boca porque sabía lo que pudo haber pasado con Aiden, regresé sobre mis pasos con el corazón como un taladro. No era tan hija de la madre, si consideraba que no había medido mi fuerza, como para dejar tirado a un hombre que ha recibido un golpe mío. — Disculpen —, me abrí paso en la multitud—, disculpen, el señor viene conmigo—. Dije más alto para que me pudieran escuchar mejor y se hicieran a un lado, cosa que pasó. Al llegar de nuevo a Aiden, me encontré con una imagen que no supe como interpretar porque me quedé en shock. El hermano de Perla estaba tendido en sobre el suelo con la boca abierta. — Ay, Dios mío —. Me agaché a él de inmediato. Por un momento parecía que quería correr en cuanto me vio—. Ay, Dios, Ay, Dios. No medí mi fuerza, perdón, perdón, perdón. Le había fracturado la mandíbula. Verlo así me puso con los nervios de punta hasta los coj**ones. Sabía las consecuencias de lo que podía significar aquello. Lo examiné de prisa con las manos temblorosas. Había actuado de una manera irresponsable, era la ética de toda persona con un entrenamiento avanzado como yo. Ay, Dios. Respiré profundo para hacer los nervios a un lado y centrarme. — No te voy a hacer nada. Sé qué hacer en estos casos. Confía en mí —. Lo tranquilicé un poco — ¡Alguien por favor llame al número de emergencias! —Grité para que alguien me auxiliara. Aiden tenía que ir de inmediato al hospital o las consecuencias podrían ser graves. Nunca había tomado del rostro a Aiden con mis manos. No sabía como se sentía su piel debajo de la yema de mis dedos. Siempre pensé, allá en mis fantasías rosas, de esas de adolescente con tratamiento de ortodoncia, que esa escena sería la más romántica de mi vida, sin embargo. . . — ¡Aaah! —Lo escuché gritar en cuanto toqué su mandíbula para confirmar que me había pasado por un poquito de fuerza. — Ay, de verdad perdón, no medí mi fuerza, perdón —. Estaba extremadamente apenada. Estiré una pierna y corté un pedazo de tela de mi pantalón. Con sumo cuidado, toqué la mandíbula de Aiden y la coloqué en su lugar, vendando con el trozo de tela alrededor de su cara con sumo cuidado. — Vas a estar bien, procura no hablar ni hacer algún otro movimiento —. No me apartaría de él hasta saber que estaría bien, y no era por el enamoramiento, bueno, eso era aparte, esta vez pesaba más el hecho de mi ética moral como fiel peleadora de krav magá y jiujitsu brasileño. El hombre solo pestañeó un par de veces para darme a entender que me entendía, eran tan largas que sus preciosos ojos resplandecían. Me sentía fatal ¿Por qué se había tenido que portar como un idiota? Ay, Dios, Perla y los señores Fortune me iban a cobrar a Aiden como nuevo. — ¿Por qué te tuviste que comportar como un idiota? —No supe si fue reclamo o lamento de mi parte. Aiden hizo el intento de decir algo, pero era lógico que no pudo decir absolutamente nada por qué estaba completamente inmóvil de su mandíbula, y podría asegurar que tenía dolor intenso. La ambulancia llegó en menos de diez minutos, y durante todo el trayecto al hospital, me di cuenta de que nunca había estado tan cerca de él. Lo observaba ahí tendido en la camilla, con los ojos cerrados. Hasta roto era guapo el muy desgraciado. Minutos más tarde estábamos cruzando la sala de emergencia. Me hicieron detenerme en la sala y esperar paciente a tener noticias de él. Si alguien me hubiera dicho alguna vez que iba a mandar a mi amor al hospital, no les habría creído absolutamente nada, porque, nótese, que yo jamás (jamás) le habría levantado la mano a él. Nunca digas nunca. — ¡Familiares del señor Fortune! —Escuché de pronto en el aire. Me levanté de inmediato de mi lugar. — Soy yo. — ¿Qué es usted del señor Fortune? — Soy. . . —Me planteé muchas posibilidades en mi cabeza. “Di que eres su esposa.” Dijo una vocecita en lo profundo de mí. “No seas tonta Anika, ni se te ocurra. Se portó como un imbécil.” Me reprendí—. Soy su hermana. Mentí para que no me batearan, y el sentimiento de estar en la friend zone se acomodó en mis costillas. El doctor me llevó con Aiden que estaba descansando en una cama. Ahora llevaba un vendaje blanco que había reemplazado la tela de mi pantalón. Él estaba despierto y sentí pena por verlo inflamado de la cara. Me esforcé en dedicarle una sonrisa, pero me salió fatal porque fue algo más como un lamento. — Su familiar corrió con mucha suerte. Lo golpearon como si Hulk hubiera decidido practicar un derechazo con su mandíbula —. Me vi el pantalón y aún había tela verde. Mi vista pasó a Aiden que desvió la mirada a otro lado. — Ue, unnnn, orila, pegó —Mierda, lo había dejado peor de lo que había imaginado. Quise suponer que quiso decir “fue un gorila el que me pegó.” Me cubrí mi cara con ambas manos, quería llorar porque ¿Desde cuándo me había convertido en un gorila? Yo que quería verme toda sensual ante sus ojos, y le voy estampando la cara contra el suelo. — Ya me di cuenta —. El doctor le estaba echando leña verde al fuego—. Pero corriste con mucha suerte de que solo fuera una luxación y no una fractura. Una fractura te hubiera provocado una hemorragia donde la sangre se habría ido a los pulmones y te habría ahogado de no llegar a tiempo. También te habría provocado una cirugía de emergencia por las dificultades que habrías presentado para respirar o. . . — Doctor —, sentí mi cara roja como una braza—, ya nos quedó claro —. Lo interrumpí tratando de ocultar mi agobio en una sonrisa forzada. — Sí, bueno, en fin le reacomodamos la mandíbula, tiene anestesia local porque el proceso es doloroso. Se desmayó dos veces, pero ya está estable y tiene que mantener inmovilidad por unas semanas —. Dijo el doctor. — ¿Qué significa eso? —Pregunté un tanto temerosa. — Significa que va a tener que comer papillas, no va a poder hablar bien, si bosteza, tose o estornuda, pues. . . Bueno, va a tener que sostener su mandíbula y rezar porque no haya dolor —. No me atreví a ver a Aiden. Recargué mi frente sobre la pared—. Por ahora tiene que estar bajo observación por lo menos veinticuatro horas, así que lo daremos de alta por la mañana del día de mañana. Suspiré. — Bueno, si necesitan algo pueden pulsar este botón y una enfermera vendrá a verlos —. El doctor se fue dejándonos solos. Tomé el valor de dar la media vuelta y verlo a la cara. — ¿Un gorila? ¿Es en serio? ¿Soy un gorila? —Alcé una ceja y acerqué a él, que subió las manos al aire como si fuera un ladrón descubierto en pleno acto. — E easte urte —. En palabras de Aiden “me pegaste fuerte” no tenía ni idea de por qué podía entenderle bien. Era como si el idioma “Anika me zafó la mandíbula” fuera de mutuo entendimiento entre los dos. Dejé escapar el aire con cierta frustración. — Práctico krav magá y jiujitsu brasileño desde los ocho años, y no medí mi fuerza. Ahora estoy en un dilema porque no sé si lamentarme porque le tengo que llamar a Perla y a tu mamá, o alegrarme porque te pasaste de idio**ta —. En realidad me estaba lamentando, pero él no tenía por qué saberlo. Nos quedamos en silencio, bueno, mejor dicho yo me quedé en silencio porque él no podía hablar. Estaba meditando como decirle a Perla y su mamá que por mi culpa estaba en el hospital. — Er-on —. "Perdón", lo escuché decir de pronto. — ¿Qué? —Volvi a preguntar, aunque le había entendido perfectamente. — Er-on —. "Perdón". — No te entiendo —. La verdad es que con esto me estaba ganando el pinche infierno, pero no siempre se podía tener al amor de tu vida pidiendo perdón de esa manera. — Er-on, er-on, er-on —. "Perdón, perdón, perdón." Tuve que morderme la lengua para no echar a reír. — Ya entendí, ya entendí —. Le palmeé ela pierna para que se tranqulizara. De nuevo el silencio me invadió, pero esta vez fue un poco la congoja lo que me invadió al recordar aquello que me incomodaba, aquello que me atormentaba. Me había creado una zona segura para mí, pero por alguna razón verlo en esa cama porque no pude soportar que me dijera una verdad que me incomodaba. Suspiré. — Sabes —, me tomé un par de segundos para decir en voz alta lo que nunca había sido capaz de decir porque lo había guardado como un secreto para mí—, a mí también me incomoda mi ropa muchas veces —. Por su expresión pude notar que eso no se lo esperaba—. Pero es lo que hay, es lo que soy. No me atrevo a ir con ropa normal, con ropa que todas las mujeres usan, yo. . . no me siento protegida —. Me abracé a mí misma, porque estaba vulnerable ante él—. Siempre he tenido la sensación de estar preparada para lo peor en todo momento, y esta ropa me hace estarlo y al mismo tiempo me hace pasar desapercibida. Así es como yo me siento segura. Tragué saliva, y no me atreví a verlo a los ojos. — Así que por favor, te pido que no me juzgues porque tengo mis razones para estar así —. Sentí el amargo de mi sonrisa recorrer mi garganta.
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