ANIKA
Me desperté temprano por una llamada de mi mamá.
— ¿Hola? —Mi voz estaba pastosa por el sueño interrumpido.
— Dime que no es verdad lo que me acaban de decir.
— No es verdad —. Balbuceé.
— Anika, ¿qué fue lo que pasó? ¿Por qué dejaste el trabajo?
Me froté la cara un poco exasperada porque no quería hablar de algo que me importaba poco. Tenía el bastante dinero en mi cuenta para mantenerme sin trabajar por al menos un par de años. Lo que más me importaba era mi sueño, quería seguir durmiendo y no pensar en el ojo morado de Mario.
— Mamá, sea lo que sea que te hayan dicho, voy a estar bien.
— Ven a la casa a comer. No me digas que no puedes porque ahora te sobra tiempo.
Me quise negar a ir, y pasar la cita para otro día, pero mi mamá había terminado la llamada. Al final, me revolví el cabello en un intento por terminar de despertar. Le mandé un mensaje de que iría al día siguiente.
Me había desvelado leyendo libros sobre finanzas, algo bastante usual en mí, porque era una apasionada del tema desde muy niña. Siempre fui interesada por el dinero, por lo que me he dedicado toda mi vida a estudiarlo. No quería ser de esas mujeres que buscaran a un hombre rico por interés. No tenía ni la cara ni el cuerpo para hacer tal cosa, aunque Perla siempre me aseguraba que era muy guapa. Nunca le creí.
Me estiré en la cama y me levanté para darme un baño. Saliendo de bañarme, me puse un pantalón verde militar, de esos grandes que me gustaba vestir, estaba abrochando el botón cuando mi teléfono sonó. Contesté la llamada poniendo el alta voz.
— Ani, mi plan no funcionó, pero tengo otra idea para ayudarte a conseguir trabajo. Te espero para comer en mi casa —. La voz de Perla sonó a través del teléfono.
— Per, no es necesario que hagas todo es. . .
— Le dije a Simón que hiciera esas crepas de salmón que tanto te gustan —. Odiaba que supiera como sobornarme. Simón era su chef personal, y a menudo me beneficiaba con su comida, que era buenísima.
— Estaré en veinte minutos allá —. Suspiré fingiendo resignación.
— Lo sabía, aquí te espero.
Corté la llamada y me apresuré a ponerme los calcetines fosforescentes que tanto me gustaban. Me puse un suéter rojo a rayas blancas, porque hacía un poco de fresco afuera, me quedaba enorme, pero así me sentía cómoda.
Di pequeños saltos hacia fuera de mi habitación, porque me estaba abrochando mis botas negras estilo militar.
Me hice un licuado de avena con plátano y un poco de vainilla que me tomé apresuradamente. Agarré mi mochila negra y salí disparada. No me di cuenta de que no me había cepillado mi cabello lacio hasta que llegué a mi Tesla y me vi por el espejo retrovisor. Me puse unas arracadas y unos anillos, al menos eso me ayudaría.
Dos horas más tarde mi amiga estaba furiosa porque habíamos hecho diez llamadas para citas de trabajo, y en todas me habían rechazado. Estaba vetada, no había duda de eso.
— Estoy segura de que ese imbécil tuvo algo que ver —. Perla golpeó la encimera de la cocina con el puño.
— ¿A quién hay que matar? —Intervino Simón sacudiendo un cuchillo en el aire.
— A un idiota que se llama Mario. Te voy a conseguir la dirección —. Le respondió Perla.
De nuevo estaba en problemas. Me dejé desparramar recargando mi cabeza sobre la encimera de la cocina.
— Te lo dije, Mario no se quedó en paz. Ese hijo de Satán me quiere fuera de la ciudad —. Resoplé.
— Ese imbécil se merecía que le arrancaras el pi**to.
— Tengo veinte diferentes tipos de cuchillo, y tres de ellos son para cortar salchicha.
— ¡Perla! ¡Simón! —Grité un tanto escandalizada—. Bajen la voz que lo que menos quiero es que alguien se ria porque el baboso ese me acosó. Nadie creería que alguien se quiso propasar conmigo. A mí —. Me señalé.
— Pues yo sí lo creo. Eres muy guapa —. De no ser porque estoy casado y tengo dos hijos, te propondría matrimonio.
Me reí.
— Simón. . .
— Simón tiene razón. Solo te hace falta creerlo. Esos ojos turquesa no cualquiera los tiene.
Puse los ojos en blanco.
— Solo tú me ves así porque eres mi amiga —. Me revolví el cabello y me volví a lamentar por enésima vez—. Y esto no me ayuda a conseguir trabajo. No debí dejarle morado el ojo.
— Tal vez el ojo morado no, pero yo te habría prestado mi cuchillo para hacer tacos de huevo —. Simón blandía su cuchillo en el aire.
— ¡Simón! —Gritamos Perla y yo atacándonos de risa.
***
AIDEN
Había pasado la noche con Bianca. Era uno de esos rollos de una noche, y al menos el se**xo había mejorado un poco mi humor.
Perla había tenido razón porque había considerado la posibilidad de contratar a ligue como mi asistente, pero al final no cumplió con los requisitos para el puesto y solo nos enrollamos.
Llegué a la oficina muy temprano por la mañana, porque aunque era sábado no me podía dar el lujo de descansar en un momento de crisis como ese. Comencé por ver mi agenda y revisar correos electrónicos. Varios eran de algunos contratos, negociaciones fallidas, era un completo caos y no sabía por donde poner orden a las cosas.
Me llevé una mano a mi corbata para aflojarla un poco porque sentía que la sobrecarga de trabajo me estaba robando el aire. Abrí una botella con agua, de las que siempre tenía en mi frigobar a un lado del escritorio, y di un sorbo para tranquilizarme. Respiré hondo, para tranquilizar mi pulso.
Una vez tranquilo continué con el trabajo. Un paso a la vez. Eso era lo que me decía cuando el estrés me abrumaba.
Después de más de hora y media revisando correos, hubo uno que me llamó la atención. Se trataba de Mario Cardona, que tenía un despacho de finanzas y fiscales. Le di un trago a mi agua y casi escupo el agua al ver una fotografía de Anika.
Tenía su cabello n***o azulado suelto; traía puestos una bermuda y una camisa de cuello y botones, con estampados de flores de colores chillones con caras sonrientes en el centro, se notaba a leguas que su ropa le quedaba cinco tallas arriba; combinaba su outfit con unos collares de metal y algunos anillos. Anika siempre había sido así de rara.
Estimados:
Les informo que la señorita Anika Bills, quien estuvo trabajando con nosotros durante tres años hasta el día de ayer, no cumple con el requisito de ser una persona estable, pues su comportamiento violento puso en peligro la reputación de la sucursal del centro del BIA, que le abrió las puertas con la intención de que se forjara un futuro, sin discriminar su aspecto. Absténganse de problemas futuros.
La señorita Bills presenta un cargo por violencia. Veinte testigos y un video de las cámaras de seguridad lo comprueban.
Mario Cardona,
Gerente general del Banco Internacional Americano.
No conocía bien a Anika Bills, pero si era amiga de mi hermana de casi toda la vida, me hacía desconfiar del mensaje. Perla no se llevaba con cualquier persona y su mejor amiga, podría tener un gusto excéntrico y bastante gordo con la ropa, pero eso no la hacía mala persona.
Al final, le pedí al poco personal del departamento de recursos humanos que atendieran mis llamadas y llevaran mi agenda, porque no era capaz de concentrarme.
Hace mucho que no me pasaba por la casa de mis papás, sabía que no estaban molestos conmigo, pero se me caía la cara de vergüenza por el desfalco que había ocurrido por un descuido mío. Era algo que no me iba a perdonar nunca.
Llegué a casa de mis padres y era casi la hora de la comida. Aún quedaba un poco de tiempo para pedirle a Simón que agregara un plato más al menú, por lo que me dirigí a la cocina, cuando unas voces hicieron que frenara en seco y me detuviera justo antes de que me vieran.
Mi hermana estaba haciendo corajes azotando su teléfono sobre la encimera de la cocina. Paré la oreja para escuchar su conversación y el estómago se me revolvió al escuchar que Anika había perdido su trabajo porque se había defendido de un acoso se**xual.
Estaba desesperada por encontrar trabajo, y por un momento me sentí identificado. Yo estaba a punto de llevar a toda mi familia a la bancarrota, y esa desesperación por conseguir dinero la entendía perfectamente. Por un momento me cruzó la idea de contratarla, pero ella tampoco encajaba con el perfil. Hacerlo sería una locura.
Que cada quien se rasque con sus propias uñas. Me dije a mí mismo, pues tenía que ver más por el beneficio de rescatar un poco del patrimonio de mi familia, que hacer favores. Me di la media vuelta y le dije al ama de llaves que hiciera saber que yo también iba a comer.
***
ANIKA
No paraba de mover las piernas debajo de la mesa porque Aiden Rich estaba sentado frente a mí, y a pesar de que habían pasado los años, no había podido dejarlo de ver menos guapo. Estaba más bueno que nunca. El divorcio lo había vuelto más apetecible.
Odiaba que siempre causara ese efecto en mí porque me hacía parecer una estúpida. Habría deseado no haberme olvidado de cepillarme el cabello y estar más presentable, pero muchas veces no tenía remedio con mi vida.
Perla sabía el eterno crush que tenía por su hermano, por lo que no dudó en ponerme una mano sobre mi regazo para que me tranquilizara. Al final intenté concentrarme en mis crepas de salmón, que tanto empeño le había puesto Simón, el chef de los Fortune. No estaba dispuesta a dejar de disfrutarlas solo por la presencia de un hombre tan perfecto como él.
— Entonces, ¿te quedaste sin trabajo, Ani? —Cecilia picó un pedazo de crepa, con su tenedor, para llevárselo a la boca. Era la mamá de Aiden y Perla.
— Sí, pero mi ex jefe y yo tuvimos problemas, me gritó y me despidió. Ahora me está cerrando las puertas en todos lados y estoy teniendo dificultad para encontrar trabajo —. Intentaba no ver a mi amor.
Aiden y yo siempre habíamos tenido una relación cordial por Perla, y a pesar de que yo había tenido mis novios, era difícil quitarse de la cabeza a él. Era como esas manchas que repercuten en la ropa blanca, y que por más que tallas se aferran a las fibras y perduran con el tiempo.
— Espero que le llegue el karma. Se notaba que te gustaba mucho tu trabajo, cariño —. Cecilia estaba sentada a un lado mío, por lo que pudo darme un apretón de manos.
— Más que karma, merece que lo despedacen —. Perla blandió su cuchillo en el aire—. Esperaré ese día con ansias.
Sonreí.
— Me alegro mucho que estés en casa, hijo. Te extrañamos —. La mamá de Aiden siempre había sido cariñosa con sus hijos. Era una mujer comprensiva, incluso conmigo, y eso era algo que se agradecía.
Según lo que me había contado Perla, es que su hermano había evitado visitar a sus papás por la vergüenza que sentía por la situación en la que él los había metido luego del fraude que sufrió la empresa.
— Yo también, mamá —. Aiden no pudo decir otra cosa, más que sonreír un tanto incómodo.
— Debiste venir a esta casa, al menos con una solución —. El papá de Aiden había estado furioso con su hijo al grado de dejarle de hablar. Era la primera vez que le dirigía la palabra desde aquel incidente.
— Alberto. . .
— Es la verdad Cecilia, él nos metió en este problema, y no logra resolverlo —. Alberto tiró su servilleta de tela sobre la mesa—. Vergüenza es lo que debe sentir por haber sido un completo imbécil.
— Es algo que le puede pasar a cualquier empresa, y te he pedido disculpas, incluso de rodillas —. El guapo de Aiden no se atrevía a ver a su papá a los ojos—. Estoy tratando de arreglar mi error.
— Pues hazlo mejor, porque no es suficiente. Yo nunca cometí tal error —. Alberto abandonó la mesa dejando un mal sabor de boca a todos.
Nadie se movió de la mesa.
— Creo que mejor me voy —. Vi a mi amor platónico que tragaba saliva con dificultad.
— Hijo. . . —Cecilia tenía la angustia atravesada por él y la entendía. Las cosas entre su esposo y su hijo no pintaban bien desde hace un año. Alberto no perdía oportunidad de reprocharle lo sucedido.
Se levantó de su lugar, y antes de dar la media vuelta para irse me volteó a ver. Cruzamos las miradas por un par de segundo, eso bastó para que mis manos sudaran.
— Anika, te espero el lunes en mi oficina a primera hora —. Me sonrió con cortesía antes de dar la media e irse.
— ¿Eh? —Me dejó ahí pletórica, con la boca abierta porque no sabía a qué se debía su invitación, mientras Perla comenzó a aplaudir como una foca emocionada.