El sol del mediodía se filtra a través de los vitrales, pintando de colores suaves el suelo de piedra pulida de la iglesia. Me persigno al entrar, sintiendo el frescor de la sombra contrastando con el calor del día. El eco de mis pasos resuenan en la nave vacía, mientras me dirijo hacia el confesionario al fondo, donde la penumbra ofrece un refugio de discreción. El cochecito con mi pequeña se desliza suavemente por el pulido piso de la iglesia y me ayuda a mantenerla calmada, a la vez que reduce el dolor en mis brazos, generado por el esfuerzo constante de alzarla durante periodos prolongados de tiempo. No puedo comulgar, tengo pendiente confesarme. Ese es un tema que me genera mucha ansiedad y quizás hasta miedo, pues no estoy segura de que el padre me reciba la confesión y mucho menos