Camino por el sendero de regreso a casa, pero mi mente vaga en un mar de preocupaciones. La penitencia impuesta por el padre Ramón me ha perturbado profundamente. Mi pequeña Victoria juega en su cochecito a que se come un piecito, viéndose inocente y risueña y eso solo hace que mi pecho se apriete y mis ojos piquen, pues nunca sería capaz de alejarme de mi pequeña. Al llegar a la casa, abrazo a Victoria con desesperación, pues no me importa cuáles fueron las condiciones que originaron su nacimiento, la amo. Mis dedos acarician con suavidad la rosada carita de mi bebé, encontrando valentía en su inocencia. Las palabras del padre Ramón resuenan en mi mente y más que limpiar mis pecados, parecieran que quiere es torturarme, pues no hay forma en que mi conciencia me deje volver a dormir tran