La cabaña de la señora Amelia está cerca de un pequeño riachuelo que no se ha secado por completo a pesar del arduo calor de estos días. Ella me dice que cuando el riachuelo se seque debemos cargar agua desde el pozo comunal del pueblo, pues el agua lluvia que se recolecta, normalmente no alcanza para muchos días.
Siento que necesito un baño, así que me encamino en medio de la noche hasta el riachuelo y miro a todos lados para verificar que no hay nadie cerca. Efectivamente, solo se escuchan los sonidos de los animales nocturnos, así que alegremente me quito falda y camisa, quedándome solo en mi ropa interior para entrar al agua. Estoy fresca, hace mucho tiempo no hacía esto, desde que era pequeña y venía con mi nueva madre y hermanos pequeños.
Se siente bien estar en el agua y que mi ropa interior se hinche mientras floto, pero aun así, debo estar pendiente, pues aquí no está papá para alertar en caso de intrusos. Pasan los minutos y poco a poco me voy relajando y mi mente divaga en todos los cambios de mi vida, iniciando por los de mi cuerpo.
En tres años no solo he crecido en altura, mi cabello suelto ahora llega a mi espalda y las formas de mi cuerpo se parecen más a las de mi nueva madre. Mis piernas se ven largas, pero no flacas como antes, mis nalgas se ve más grande que la de muchas mujeres y ahora tengo pelo en una parte específica de mi cuerpo en la cual antes no tenía nada. Es como si mi conciencia hubiera salido de mi cuerpo y se hubiera metido a otro, pues no me parezco en nada a la de mis recuerdos, haciendo que me sienta extraña conmigo misma.
Lo más perturbador de todo es mi busto, ahora es tan grande, tan prominente que siento que llamo la atención de todos a cualquier parte que voy. No importa cuanto lo cubra, todos notan que está ahí.
Froto el jabón en el trapo y luego lo restriego hasta que hace espuma y lo paso por todo mi cuerpo para posteriormente enjuagarme. Es maravillosa la sensación de limpieza, así al salir del agua, la ropa interior pesa montones. Miro nuevamente en todas las direcciones y agudizo mi oído para detectar algún sonido inusual, pero nada.
Con cuidado me retiro la ropa interior mojada. Inicio por aflojar los lazos de la parte superior, para luego enfocarme en la prenda inferior, sintiendo como esta está adherida ligeramente a mi piel húmeda. El tejido, que llega hasta la rodilla, está empapado y el movimiento que hago para despojarme de la prenda está acompañado por la sensación de frescura y la textura pegajosa del algodón húmedo, pero por fin lo retiro para secar mi cuerpo.
Me pongo rápidamente la ropa interior seca y cierro los ojos para hacerlo. No me parece correcto mirarme, siempre que lo hago me siento pecadora, sucia, se supone que la carne es pecadora. Las imágenes indecentes de todo lo que me hicieron y lo que tuve que hacer llegan a mi mente al tener la piel expuesta. Sé que no fue mi culpa y que todos los hombres no son así, mi padre es o era prueba de ello, pero no puedo evitar que algunas imágenes y sensaciones persistan.
No siempre dolió, no siempre fue una tortura, aunque obviamente eso no estaba bien, algunos fueron suaves conmigo y mi cuerpo supo lo que era el placer, pero después de eso mi conciencia me castigaba por los actos impuros que estaba cometiendo fuera del matrimonio.
Termino de vestirme y en el camino sigo reflexionando. Cuando conocí a Juan, sentí mi cuerpo calentarse y aquella parte prohibida se humedeció al imaginar el contacto con su piel y sus labios, recorriéndome palmo a palmo. Sacudo mi cabeza tratando de espantar tales pensamientos, pero algo muy en el fondo me dice que ya no puedo ser la muchacha de antes, ahora mi cuerpo es el de una mujer y tal parece que sus deseos están despertando aun cuando mi conciencia trata de reprimirlos.
Me acuesto junto a Victoria y veo su rostro sereno y las sonrisas que me regala estando dormida. Es adorable y sé que debo hacer algo para ofrecerle una vida lo menos dura posible.
—¿Problemas para dormir? —me sorprende la voz de la señora Amelia desde su cama a poca distancia de la mía.
—Algo así. Solo estoy pensando muchas cosas, sobre todo en el futuro.
—Tengo curiosidad ¿Qué has pensado? Y sobre todo ¿Qué es lo que quieres conseguir?
¿Qué es lo que quiero conseguir? Es extraño escuchar esas palabras, ¿acaso una mujer en mis condiciones puede aspirar a algo?
—Pensaba en lo que he tenido que vivir y en lo difícil que será sacar adelante a Victoria, lo difícil que será protegerla.
La señora Amelia frunce los ojos, una expresión característica cuando está pensativa. Con el tiempo, la estoy aprendiendo a conocer cada vez más.
—¿Por qué crees que será difícil? Eres una mujer joven, bella y mucho más despierta que otras mujeres que conozco, incluso qué mujeres mayores que tú.
Río con un poco de amargura, pues no puedo creer que ella no vea problemas. Ella, precisamente ella, quien perdió a su hija y no pudo recuperarla, debería entenderme.
—Mi cuerpo está manchado, señora Amelia, tengo una hija y no estoy casada. Será muy difícil que un hombre me acepte y la realidad del mundo es que una mujer, sin un hombre que la respalde, difícilmente podrá sobrevivir. Si no tuviera a Victoria, me metería de monja y así limpiaría mis pecados y garantizaría mi subsistencia, pero no me atrevo a entregarla a un orfanato.
Miro el tierno rostro de mi bebita y sé que no soportaría alejarme de ella, con solo pensarlo siento que el corazón se me estruja.
—No quiero que piense que nadie la amó.
—Dime, ¿cómo quisieras vivir? —La mujer me mira con interés y un brillo extraño en los ojos.
A mi mente llega la imagen de esas mujeres que vi en la plaza del pueblo, con sus ropas hermosas y bordados en oro, sombreros grandes y elegantes, caminando de la mano con sus hijos, sin preocupaciones, más allá de cuidar su casa y apoyar los diferentes eventos de la iglesia.
—Supongo que soñar no cuesta nada —sonrío con añoranza e imagino mis palabras —Quiero ser una dama de sociedad, una mujer que no deba preocuparse por dinero para comer o el precio de la ropa, quiero tener cosas bonitas, pero sobre todo, quiero una buena educación para mi hija y que su seguridad esté garantizada.
La mujer se sienta y su sonrisa pícara está ocupando todo su rostro.
—Hombres, ¿No te hace falta uno? Observé ese sutil juego de miradas entre tú y esos dos individuos en el pueblo. Aunque quizás no lo hayas notado, no fueron los únicos que dirigieron sus miradas hacia ti. Sin embargo, de entre todos los que te observaron, son precisamente ellos los que menos tienen que ofrecerte.