4. LO QUE QUIERO

1136 Words
La conversación de la noche anterior con la señora Amelia fue intensa y un poco intimidante. Tan así fue que no pude pegar el ojo en toda la noche, y el nuevo día me descubre reflexionando al respecto. Estoy sentada afuera de la cabaña, mientras la brisa mañanera mece suavemente las hojas de los árboles circundantes. El sol comienza a emerger en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados. La calma del amanecer contrasta con la agitación de mis pensamientos mientras recapitulo la charla con la señora Amelia, tratando de tomar una decisión en medio del torbellino de emociones que despertaron en mí. —Hombres, ¿No te hace falta uno? —Esa pregunta, respaldada por el tipo de mirada que me lanzó la mujer, resultó más que suficiente para comprender la naturaleza de la interrogante y provocar un sonrojo en mis mejillas. Soy consciente de que ya no puedo considerarme una niña, aunque la timidez y el pudor siguen siendo mis fieles compañeros cuando se trata de relacionarme con el sexo opuesto. Aunque he tenido experiencias sexuales, nunca fueron por elección propia. Por lo tanto, en realidad, no sé lo que es un noviazgo ni tener una relación afectiva, tampoco he experimentado lo que se siente enamorarse. Anoche en el riachuelo, ya había pensado en el tema. Deseo un hombre a mi lado, un hombre que me ayude no solo a lavar mis pecados mediante el sagrado sacramento del matrimonio y nos dé el beneficio de respaldo social y económico a mi hija y a mí, sino que quiero un hombre a mi lado que me emocione al verlo. Necesito un compañero que me permita sentirme viva, un hombre con el cual mi cuerpo se estremezca y me haga sentir mujer. Mi condición no es ideal, me veo pecadora ante la mayoría de los hombres, lo sé, pero ¿debo condenarme el resto de mi vida por eso? ¿Tiene mi pequeña hija que sufrir por eso? Estoy segura de que, a pesar de que el sacerdote podría no querer escuchar mi confesión debido a la falta de un padre para mi hija, cuando llegue a la misa de las diez de la mañana y me arrodille para pedir perdón a Dios, él me escuchará y comprenderá. La siguiente pregunta de la mujer es lo que me ha tenido despierta desde anoche. —¿Qué tipo de hombres te gustan? ¿Qué estás dispuesta a hacer para alcanzar tu objetivo? En ese momento no fui capaz de responderle, pero ahora, con el sol en lo alto, considerando mis sueños y observando las precarias condiciones del lugar en que vivimos, puedo darle una respuesta a la señora Amelia. Ingreso a la cabaña y la encuentro arreglándose. —Anoche usted dijo que, si estaba dispuesta a arriesgarme, me ayudaría a conseguir lo que quiero, —la mujer detiene sus actividades para observarme con atención. —Quiero encontrar un hombre que me guste y que pueda ofrecerme las comodidades y seguridad que necesito para mi hija, y para ello me pondré totalmente en sus manos. El rostro de la mujer se ilumina y camina hacia mí, tomándome de los hombros. —Bien, entonces es hora de descubrir quién será el afortunado y, según quién sea y cómo sea esa persona, idearemos la forma para que puedas acercarte y encantar su corazón. Estoy segura de que encontraremos a un hombre apuesto, hijo de algún hacendado, que cumpla con todas tus exigencias. La mujer habla con tanta seguridad, como si fuera portadora de una fórmula mágica, de un método infalible para ganar el corazón de cualquier hombre. Si no conociera sus condiciones de vida, diría solo por su voz que logró todo lo que se propuso, aunque a decir verdad, no sé nada de su vida, excepto que le robaron una hija. —Te aseguro, Amalia, que haré por ti todo lo que no pude hacer por mi hija. Porque para mí, ustedes dos son ahora mi familia. Abrazo sin dudar a mi benefactora, sintiendo la sinceridad de sus palabras y cómo aumenta mi cariño y agradecimiento hacia ella. Dichas esas palabras, siento que mi vida tiene un norte y la mañana se ve aún más luminosa. —Debemos arreglarnos especialmente bien hoy para ir a la iglesia. Hoy iniciaremos seleccionando a los mejores partidos para ti, y necesito que te vean y causes la impresión correcta. —¿En la iglesia? ¿Buscaremos un buen partido en la iglesia? —digo algo escéptica. —Claro, todos vestimos nuestras mejores galas en la iglesia. Ahí podremos distinguir la mejor clase social, y además, es necesario que la persona que elijas sea un buen cristiano. ¿No crees que un hombre temeroso de Dios debe ser un buen marido? De alguna extraña manera, las palabras de la señora Amelia tienen sentido, pero no por eso me parecen menos incómodas. —No todo aquel que va a la iglesia un domingo es un buen cristiano —, respondo sin dudar a la mujer, recordando que alguno de aquellos hombres que me visitaban, cargaban cadenas con imágenes religiosas e incluso rosarios con ellos. —Lo sé Amalia, y créeme que con eso es con lo que más cuento, con la naturaleza pecadora del hombre. Por eso debemos elegir bien Amalia, aquí encontraremos candidatos, unos buenos y otros terribles, por eso es que debemos estudiarlos. Siento que lo que la mujer está por decir, es algo que abrirá mi mente y no me dejará volver a ver el mundo ni a los hombres de la misma manera. —Infortunadamente, aunque estamos por fin en un nuevo siglo, las mujeres no podemos hacer muchas cosas, no está bien visto, así que casi siempre debemos apoyarnos en un hombre. Nuestras habilidades son diferentes a las de ellos y eso no es malo. El hombre puede ser fuerte, pero nosotras Amalia, somos inteligentes y podemos disuadir. Nunca subestimes el poder que tiene tu mirada y menos el de una palabra dicha en el momento correcto y en el tono correcto. —¿Disuadir? —Nunca había pensado en la existencia de esa opción, una mujer solo recibe órdenes ¿o no? —Sí, disuadir, —camina alrededor mío y me observa con detenimiento. —Hay que saber qué es lo que mueve a cada hombre, no todos funcionan igual, a unos los mueve el deseo, la lujuria, la pasión, pero a otros, les gusta sentirse útiles, necesarios, salvadores, esos están convencidos de que son buenas personas Amalia y a esos, es a los que tienes que apuntar. Sus pasos se detienen frente a mí, antes de soltar su última frase. —Y tú, mi niña, tienes las herramientas adecuadas para enloquecer a cualquiera de esos dos tipos de hombres, solo debo pulirte un poco.
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