El señor Fernando debe ser en este momento uno de los hombres más felices del planeta, y la señora María, la mujer más consentida. Todas las incomodidades sufridas durante el embarazo y los dolores aterradores del parto están siendo reemplazados en este momento por momentos de cuidado y ternura, ya que el señor Fernando no sabe cómo más ayudarla. Tras permitir el ingreso de los hombres a la habitación y dejar a los niños al cuidado de su padre, la señora Amelia y yo salimos para poder asearnos y cambiar nuestras ropas. Por más que lo intentamos, fue imposible no mancharnos de sangre, lo cual me entristece profundamente. Las ropas que llevaba puestas en ese momento no eran mis habituales prendas gastadas, sino las finas que me regaló Armando, con la instrucción de que las usara siempre que