El señor Alcazar debe ser un hombre llegando a los treinta años, alto y esbelto, con cabello corto y oscuro del mismo tono de su barba. Sus ojos grises miran con severidad a la mujer que carga a la pequeña y sigue hablando. —Cambia a mi hija, que esté seca, déjala al cuidado de alguien más por el momento y la espero en mi despacho —el hombre me regala una mirada rápida en la cual al achicar levemente sus ojos, denota su sorpresa al verme en ese lugar, pero aun así, da media vuelta y se retira sin decir nada más. Por unos angustiosos segundos la atmósfera del lugar se siente fría, incómoda y las tres quedamos quietas, completamente en silencio, hasta que la señora Josefina estalla en llanto, desapareciendo con la pequeña Aurora detrás de una puerta. —Indudablemente, la dejará sin trabajo