—No irás a tomar nada con ese tal Chase —dijo Hunter con las manos en la mesa del asiento—. Te lo prohíbo. Agnes bajó la ventanilla para que el brillo del sol no la perturbara y miró a Hunter. Desde que le comentó que saldría a tomar algo con Chase, Hunter se comportó como un neandertal. No paró de decirle que Chase no era un hombre para ella, que quizás estaba casado y ocultaba su sortija en el bolsillo del saco. —También estoy casada, así que podremos ser felices los cuatro. Hunter le dio otra de esas miradas enojadas, que escondían más que una decepción porque el hombre estuviese o no casado. Lo que carcomía a Hunter era que Agnes no se sentaría a esperar que él decidiera dormir con ella, y que Agnes no sería monógama. Agnes soportó la palabrería de Hunter hasta que lograron encontra