1 | Cada día te odio más
—¡Bruja! —gritó Hunter desde su cubículo—. ¡Bruja!
La mujer de ojos azules mantenía la mirada en el computador a medida que Hunter movía las manos para llamar su atención.
—¡Bruja! —gritó de nuevo.
La división de los cubículos era igual que una tienda departamental. Estaban divididos en grupos como las divisiones estudiantiles, solo que en lugar de dividir a los atletas y los nerds, estaban separados por campo de investigación. Dentro del enorme edificio al sur de Seattle, se encontraba el lugar periodístico más grande en toda la ciudad. Sus enormes ventanales azules donde se reflejaba el cielo, invitaban a los pasantes a buscar una oportunidad laboral. Y fueron esos mismos ventanales donde se encontraban los periodistas de arte y espectáculos; los encargados de seguir a los artistas como abejas.
Hunter Ludwig, el encargado de entrevistar a las celebridades deportivas, se encontraba en su momento favorito del día: molestar a su némesis. Hunter era un enorme hombre de musculatura prominente, pero con el cerebro del tamaño de una nuez. Sin importar el amplio conocimiento en su campo laboral, su vida dentro del edificio se resumía a molestar a la mujer con la que compitió por el trabajo dos años atrás. Hunter movió el bolígrafo entre sus dedos y mantuvo la mirada en la mujer al otro lado del pasillo que conectaba con el área de sucesos y avances.
—¿Fingirás que no me escuchas? —gritó Hunter—. ¡Bruja!
Agnes tecleó más rápido y mantuvo la mirada lejos de Hunter. Lo odiaba desde el instante que lo ascendieron a farándula deportiva. Odiaba que tuviera la oportunidad de conocer esas celebridades mientras ella se ocultaba detrás de la pared repleta de recortes periodísticos y sus diversos dibujos de caricaturas. Y como Hunter no se detuvo, Agnes elevó la mirada sobre la división.
—Te escuchas como los cazadores de aquelarres —dijo ella.
Hunter le sonrió igual de hipócrita que siempre. Sus enormes ojos de búho bastaban para molestarlo. Hunter tocó su paladar con la punta de la lengua y señaló su escritorio con el bolígrafo.
—Necesito tu engrapadora —dijo él.
Agnes, sin mirar abajo, la aplastó bajo su mano y la arrojó con toda la fuerza que su brazo de ex jugadora de sóftbol le permitió. Los reflejos de Hunter le permitieron sujetarlo en el aire, en una anotación que él consideró de dos puntos. Agnes regresó la mirada a la pantalla, mientras Hunter presionaba la engrapadora sobre una pila de hojas. Al ver que no grapaba, la destapó y se encontró con el fondo vacío. Volvió a mirar a Agnes, quien no sonreía. Para Hunter, ella era peor que un puto grano en el trasero. Ella era lo peor de trabajar en el edificio y de toda su vida.
—No tiene grapas —le dijo.
Agnes le arrojó la caja de grapas.
—¡Tres puntos para mí! —gritó Hunter al atraparla.
La caja se abrió y las grapas cayeron sobre él. Agnes, sin mirarlo, sonrió tan solo un poco. Hunter arrojó la caja sobre su escritorio, colocó los codos sobre el cristal y la miró sobre la división.
—¿Tienes tu período? —le preguntó Hunter.
—No. Tendremos un bebé. ¿No lo recuerdas?
Hunter odiaba cuando ella le respondía peor de lo que él podía.
—No juegues con eso. —Alzó el brazo—. Me das escalofríos.
—Igual que los míos cuando pienso en tener sexo contigo.
Anne, quien se encontraba en el cubículo junto a Hunter, se bajó los lentes correctivos y colocó su mentón bajo su mano derecha.
—Ustedes dos. Deténganse —los reprendió a viva voz—. Hacen de esta oficina un infierno. Solo quiero trabajar.
Agnes miró a Anne. Ella era un amor. Era la clase de compañera que llevaba muffins los lunes, café para todos los miércoles y nunca se negaba a ayudar a un compañero. Anne era lo mejor de esa oficina, era literalmente un amor, pero cuando ellos se comportaban como dos niños y no la dejaban redactar sus informes a tiempo, era cuando alzaba su voz para protestar.
—Dile al señor “daño todas mis engrapadoras” que me deje trabajar —se defendió Agnes.
Hunter recogía las grapas del suelo cuando escuchó a Agnes.
—Después que le digas a la señora “desayuné veneno” que sea buena compañera —apeló con grapas en su cabello.
Agnes movió los hombros.
—De todo, solo me ofende señora —replicó Agnes con la mirada en un Hunter de cabello desaliñado—. El veneno estaba rico.
Anne cerró los ojos.
—¿Se detendrán o volveré a reportarlo? —preguntó Anne.
Hunter alzó las manos y Agnes regresó a su trabajo. Habían perdido la cuenta de las veces que los llamaron a recursos humanos para que la relación laboral mejorase. Siempre les decían que la oficina debía ser un lugar de paz, pero nunca tuvieron un día pacífico desde que los colocaron en la misma área. La culpa fue de recursos humanos, y por más que apelasen un cambio, había cierto encanto en verlos odiarse cada día más.
Hunter, una vez terminó de recoger sus grapas y unió su informe, se levantó de la silla y le dio una mirada a Agnes. Todo lo suyo era colorido, desordenado, anticlimático, mientras su escritorio era monocromático, al igual que su vida. Hunter viró los ojos cuando vio una nueva tira cómica en la pared exterior de su cubículo. Agnes pensaba que era gracioso y alegraría la vida de alguien más, sin embargo, Hunter era tan serio y malhumorado, que era imposible que entendiera los chistes que ella inventaba.
Agnes imprimió su informe, le colocó un pasador de color alegre y se encaminó a la oficina del jefe. Mientras se acercaba a la enorme oficina de la señora Morgan, pensó en lo que obtendría si era la elegida para ser la siguiente presentadora informativa. Varios de ellos se disputaban el puesto, después de que la antigua presentadora saliera embarazada. Era un embarazo de alto riesgo, así que alguien debía suplirla el tiempo que necesitase, y si todo salía perfecto, terminarían frente al teleprompter para siempre. Era la oportunidad de su vida, al igual que la de un par más de compañeros, entre ellos Hunter, quien la aventajaba.
Hunter alcanzó lo que muchos desearon, después de usar su metro noventa y su sonrisa encantadora en una cena poco ética donde convenció a la jefa inmediata que él era el adecuado para la presentación. Hunter, después de media botella de merlot y un filete mignon, estuvo listo para aplastar a sus contrincantes. Hunter se subió al ring, y una vez arriba, usaría todas sus armas para vencer a sus oponentes. No le importó ni un poco dormir con esa mujer, ni deslizar su lengua por su piel para obtener el ascenso. Era descabelladamente bajo, pero venció a su némesis.
—Lo siento, bruja —dijo Hunter cuando lo nombraron como el nuevo presentador para las noticias de las ocho de la noche.
Hunter no contaba con la preparación necesaria, ni siquiera estudió periodismo. Obtuvo el puesto porque se quitó la camisa en la entrevista. Y sí, sonaba espantoso, pero esa vez fue porque la entrevistadora derramó café sobre su pecho, y Hunter, quien conocía lo que su cuerpo provocaba, no dudó en usarlo a su favor. Agnes estaba destruida cuando Hunter le restregó en el rostro que era el ganador del puesto. Agnes se esforzó en redactar su carta de presentación, incluyendo un video donde mostraba sus dotes. Si antes lo detestaba, en ese instante su odio creció un quinientos porciento. Hunter Ludwig era una rata de alcantarilla.
—Ese era mi trabajo —reclamó Agnes con un café n***o en la mano—. Estuve preparándome dos días.
—Ups. —Hunter le guiñó el ojo derecho—. Mala suerte.
Agnes apretó tanto el vaso del café que se explotó en su mano. Ella no lloraba cuando las cosas salían mal. Ella demostraba que se equivocaban, y eso hizo cuando se apresuró a redactar lo sucedido en la famosa premiación de la semana anterior. Hunter regresó a su cubículo para informar sobre el juego de básquet de dos días atrás. Entrevistó en persona a los jugadores, lo llevaron a la sala VIP en la celebración y se fotografió con una de las estrellas ascendentes. Hunter deslizó sus dedos sobre el teclado con rapidez. Su competencia no terminaba. Él quería demostrarle a Agnes que era mil veces mejor que ella en todos los aspectos.
—Señora Morgan —anunció al tocar la puerta de su oficina—. Tengo su informe sobre el juego de basquetbol.
—Oh, primero que Agnes. —Bajó sus lentes—. Eso es nuevo.
La mujer, quien le coqueteaba después de su noche juntos, le agradeció y le dijo que deberían verse después del trabajo. Hunter era un maldito desgraciado que no repetía mujeres. Y aunque negarse a su jefa era arriesgado, sus principios iban primero.
—Tengo una cita con el abridor de los Lakers —mintió.
La mujer, quien conocía la trayectoria laboral de Hunter, supuso que le decía la verdad. Hunter le sonrió coqueto, retrocedió y cerró la puerta en su espalda. Soltó una maldición cuando abrió los ojos y encontró a Agnes en la puerta. Ella sabía el truco que usó para obtener el trabajo. Era rastrero, y todos debían saberlo.
—¿Cómo pudiste? —le preguntó ella.
—Solo se lo entregué en las manos —bromeó Hunter.
Agnes se acercó más a él. La diferencia de estatura era mínima.
—Sé que dormiste con ella —comentó Agnes—. A la junta le encantará saber que ascendiste bajando a sus piernas.
Hunter sonrió y la empujó por el pecho para alejarla de la puerta. No le gustaba que se inmiscuyeran en sus asuntos. Que su vida laboral fuera ordenada, no implicaba que la personal fuese igual. Hunter era una persona complicada de entender.
—¿Crees que el rumor de una resentida me arruinará? —preguntó Hunter acercándose a su rostro—. Tengo el puesto, y nadie me lo quitará. Trabajé por él. Como lo obtuve no es tu problema. ¿Por qué mejor no regresas a tu cubículo hippie?
Agnes se elevó solo un poco para quedar a su altura.
—Cuando tú dejes de coger con la jefa —refutó—. No es ético.
—¿Celosa? —indagó Hunter mirando sus labios.
—¿De que le contagies algo? —Agnes le sonrió—. No, gracias.
Hunter miró sus ojos de búho. Más que ser su bruja, era un jodido búho con esos enormes ojos azules. Hunter dudó en su apodo. Quizá le quedaba mejor búho. Y mientras él pensaba en qué tonalidad de azul eran, Agnes extrajo su teléfono del bolsillo trasero del pantalón y lo alzó al nivel de sus ojos.
—Renunciarás a tu puesto como presentador, o la junta despedirá a tu amada jefa por inmoral —chantajeó Agnes.
En la pantalla del teléfono estaba un video en alta resolución de Hunter besándose con su jefa, que aunque era una mujer solo cuatro años mayor y con un cuerpo ejercitado, estaba atada de manos con sus superiores. Ella no era la presidenta, solo era un CEO. Hunter bajó el teléfono y tiró de la muñeca de Agnes para llevarla hasta la oficina donde guardaban la papelería de oficina. Hunter la empujó por el estómago hasta la pared de cajas al otro lado. Agnes quedó atrapada entre el cuerpo caliente de Hunter y las estorbosas cajas que le perforaban la columna con sus esquinas. Hunter mantuvo la mano en su estómago, pero ella la golpeó para que dejara de tocarla. Le molestaba que lo hiciera.
—No mostrarás eso —amenazó Hunter.
Agnes forcejeó por el teléfono, y con una contundente patada entre sus piernas logró zafarse. Fue un forcejeo estúpido porque Hunter no la lastimó ni quiso hacerlo, mientras ella lo golpeó donde más le dolió. Hunter se encorvó y estiró el brazo para sujetarse de una repisa. Dolía como el infierno, y Agnes, que no se sintió ni un poco mal por lo que hizo, se encaminó a la puerta. Hunter respiró profundo, se enderezó y empujó la puerta cuando ella la despegó de los goznes. Agnes lo miró de reojo y escuchó la pesada respiración en su cuello. Hunter no permitiría que arruinara su carrera ni la posición que acababa de alcanzar.
—No mostrarás eso —repitió Hunter—. Sobre mi cadáver.
Agnes alzó las cejas.
—Te tengo en mis manos, Ludwig.
Hunter se terminó de enderezar.
—Bésame el trasero, Bock —replicó Hunter—. No me tienes.
Agnes, quien sobre analizaba todo, sabía que Hunter encontraría la manera de salirse con la suya. Lo que ella quería era una oportunidad igual que la suya, y si Hunter la consiguió engañando y usando su m*****o para sus fines lucrativos, ella usaría el soborno. Los dos eran igual de rastreros cuando de trabajo se trataba. Ambos querían resaltar sobre el otro.
—Renuncia, o dame una opción —comentó Agnes.
Hunter mantuvo la mano en la puerta para que ella no saliese.
—Propongo una tercera opción. —Hunter respiró en su mejilla—. Peleemos por el puesto que obviamente es mío.
Agnes giró el cuello y estuvo a centímetros de su boca. No sentían atracción el uno por el otro. El rencor era más grande que el deseo s****l o los sentimientos. Lo suyo era ambición pura.
—¿Qué sugieres para no delatarte? —preguntó ella.
Hunter lamió su labio inferior y se inclinó un poco más hacia ella. No negaría que era una mujer hermosa, aun cuando la atracción era nula. A Hunter le encantaba seducir a las mujeres. Derrochaba lujuria solo con la mirada o esa maldita sonrisa por la que la jefa cayó a sus pies. Hunter estaba acostumbrado a que las mujeres hicieran lo que él quería, y como Agnes no se derretía a sus encantos, era difícil domarla. A Hunter le molestaba que ella lo retara, aunque había cierto encanto en que lo hiciera.
—¿Sabes del matrimonio secreto de la reina del cine? —preguntó él casi rozando sus labios—. Apostemos eso.
Agnes echó la cabeza hacia atrás y se separó de él. Lo miró a los ojos. Por supuesto que sabía de ello. Así como él tenía sus fuentes confiables, Agnes contaba con varios ojos en la calle y que se escondían tras las paredes. La mujer se casaría con una estrella del beisbol a pocas horas de año nuevo, menos de un mes después de ese momento. Sería una celebración exclusiva, con acceso limitado y sin prensa que grabase o fotografiase a los novios. El acceso era casi imposible, y más para ellos que se encontraban en otro estado. De igual forma, no había nada que Agnes Bock se propusiera y no lograra. Los métodos para obtenerlo no serían sencillos, pero de que podía hacerlo, lo haría. Se colaría.
—Renunciarás cuando lo obtenga —dijo ella.
Hunter guardó una mano en su bolsillo e inclinó la cabeza a la derecha. Le agradaba que no se rindiera, aunque era molesto.
—Primero debes obtenerlo, cuestión que no lograrás —comentó él—. Apostemos eso como dos colegas de palabra.
Hunter estiró su brazo hacia ella. Agnes miró su mano y luego a él. Ella alzó la mano para estrecharla, pero antes de tocarla, la alzó a la altura de los ojos de Hunter y le mostró el dedo medio.
—Hecho —dijo ella sonriendo.
Hunter bajó su mano con un ademán y sujetó la manija.
—Cada día te odio más —agregó antes de abrir la puerta.
Agnes sujetó el filo de la puerta y la cruzó antes que él.
—Es parte de mi encanto —dijo ella guiñándole.
Su pelea no se escuchó fuera, sin embargo, cuando Agnes regresó a su cubículo colorido, su amigo Jensen arrastró su silla hasta impactar el espaldar de Agnes. Ella no se sobresaltó, estaba acostumbrada a las intromisiones de su amigo.
—¿Cuándo dejarán de pelear? —preguntó mirando a Hunter.
Agnes giró su cuerpo en la silla.
—Cuando dejes de descargar pornografía en el trabajo.
Jensen movió las manos a la boca de Agnes.
—No lo digas tan alto —reclamó—. El jefe podría escucharte.
Agnes se quitó sus manos de la boca.
—Esa es la idea.
Jensen miró a Hunter. No entendía cómo Agnes no se derretía por él. Era el espécimen casi perfecto, y cuando se enfocaba en el trabajo, era aun más sexi. Jensen mordió su uña pintada de verde aceituna y pensó en lo que sería si tan solo fuese gay. Hunter era un desperdicio para la comunidad, y también para su mejor amiga.
—Derrochas encanto el día de hoy —agregó Jensen.
—Culpa al cazador —replicó ella moviendo la cabeza hacia él.
Jensen lo miró una vez más. Realmente deseaba que ese hombre estuviese a su alcance, pero, aunque lo intentó, Hunter no jugaba para ese equipo. Jensen le sonrió a Agnes y giró más la silla.
—Su odio es agotador —agregó Jensen—. Admitan que se gustaron. Ninguno quiso dar el primer paso, y por eso se odian.
Agnes sacó la lengua y se aplicó gel bacterial en sus manos.
—No me gusta —afirmó más alto de lo que le hubiese gustado.
Y a diferencia de Agnes, y contra todo pronóstico, Hunter era amigo de una chica que también trabajaba con ellos. Sí durmió con ella, obviamente, pero decidieron que su relación sería mejor si la dejaban como una fortalecida amistad después del sexo. Erin era una pelinegra preciosa, que después de Hunter, decidió casarse con el siguiente hombre con el que dormiría. Erin, en el almuerzo, se sentó con Hunter y hablaron de Agnes. Por asombroso que sonase, Agnes siempre era tema de conversación, y al igual que Jensen, Erin pensaba que Hunter sí sentía atracción por ella.
—Jamás me gustó esa bruja —afirmó Hunter.
—Claro que sí, pero para no sentir la tensión s****l prefieren odiarse —aclaró Erin como la experta en romance—. Se desean.
—Sobre mi cadáver —replicó Agnes cuando Jensen volvió a repetirle que se amaban—. Jamás podría sentirme atraída por él.
Jensen masticó su pepinillo.
—¿Por qué no? —indagó un poco más—. Es sexi.
Agnes vertió la botella de kétchup sobre su carne de hamburguesa y lamió su meñique como una mala costumbre.
—No es mi tipo —mintió Agnes.
Jensen asintió y continuó masticando.
—¿Los musculosos, sudorosos y apetitosos no son tu tipo?
Agnes sabía hacia donde se dirigía, pero le cambió el juego.
—Son el tuyo —replicó golpeándolo con el codo.
—Por supuesto, cariño —admitió Jensen.
Erin, quien estaba en una mesa a cuatro de Jensen, miró en dirección a ellos. Todos almorzaban en la cafetería del edificio después de pedir su comida o comprarla dentro del lugar. Hunter evitó mirar en dirección a Agnes. Erin percibió que algo en su forma de hablar cambiaba cuando hablaban de ella. Erin, al igual que Jensen, estaban seguros de que todo inició por algo más que la disputa de un puesto. Fue porque se conocieron cuatro meses antes en una tienda para comprar un horrible suéter navideño. Su disputa comenzó ahí, no en el edificio ni por el trabajo.
Agnes estaba mirando al frente, donde se encontraba Hunter. No negaría que era sexi, pero su odio por él era más grande. Y por más que quisiera mirarlo con otros ojos, sentía tanto odio por ese maldito suéter, que no lo veía como un espécimen para su reproducción. Hunter Ludwig jamás sería su tipo, ni porque el infierno se congelase. Ellos juraron odiarse desde ese momento y lo mantendrían, sin imaginar que el destino tenía otros planes.