4 | Cada día un suéter horrible

2814 Words
—¿Por qué te comportas así conmigo? —preguntó Hunter—. ¿Por qué me odias y me haces la vida miserable en el trabajo? Agnes sopló el cabello que caía sobre sus labios. —Porque me odias y también me haces miserable —respondió ella al sacar el limón de su boca—. Nivelamos la balanza. Hunter arrastró otro shot al centro de la barra, donde estaban los últimos quince vasos de tequila vacíos. La noche comenzó a caer sobre sus cabezas, llevándolos al extremo. Hunter se quedó con ella porque, aunque era la fiesta de uno de sus amigos de años, no estaba genial, asombrosa ni alocada como imaginó. Llegaron los strippers que no tuvo en la despedida de soltera, y su esposa mostró los senos cuando el alcohol fue más grande que su consciencia o su razonamiento. Capturaron el momento y sería la portada de los tabloides de la mañana siguiente. Hunter conocía al hombre desde que fueron juntos a obtener una licencia de conducir años atrás. En ese entonces no era famoso. Su fama estalló un par de años atrás, después de mudarse y firmar u contrato multimillonario que lo llevó hasta la mujer sin blusa. Hunter no le mintió a Agnes. Él lo conocía, fue invitado a la boda y pensó que sería divertido apostarlo con Agnes. Hunter quería saber hasta qué punto era capaz de llegar por ese puesto. Era asombroso lo que esa mujer era capaz de hacer, y le dio cierto temor que ella realmente ganase y lo obtuviera. Agnes era determinada, y era eso lo que le agradaba de ella, aunque su odio irracional hacia él era estratosférico. Y mirándola beber como camionera, Hunter se preguntó si su mejor amiga tenía razón sobre Agnes, y lo que había entre ellos no era realmente odio. Agnes lamió sus labios y mordió el inferior. El alcohol alcanzó más que el mareo. Aun no veía borroso, pero no tardaría demasiado en alcanzar ese punto. Hunter estaba sentado en un taburete a su lado, mientras el barista se preguntaba si acabarían con todas las botellas de tequila y los cocteles. Les llamó la atención una vez por el abuso, pero era una boda millonaria, y a diferencia de los que se drogaban, ellos fueron a emborracharse. —No te odio, cazador, o no tanto —dijo Agnes—. Me molesta que intentes ser mejor para que los demás te aplaudan. Odio eso. Todos saben que eres malo, pero lo olvidan por tu rostro tallado por los malditos ángeles, y esa voz que derrite la mantequilla. Hunter le sonrió. —¿Tengo rostro de ángel? —Para mí, de ángel caído. Hunter movió los ojos y arrojó más licor en su boca. Agnes respiró profundo, se peinó el cabello hacia atrás. Bajo las luces que siempre se mantuvieron como patrulla de policía, Hunter bajó la mirada a los senos que sobresalían de su corpiño. Nunca antes la vio tan sexi como esa noche. No sabía si era el alcohol o la ropa de mojigata que usaba en el trabajo, pero realmente deseaba besarle el cuello y arrastrar sus labios hasta el corpiño que gritaba rasgarlo por la mitad. Hunter le quitó la mirada cuando ella lo miró. Agnes lo miró por un tiempo tan prolongado, que Hunter le preguntó por qué lo hacía. Su barba estaba larga, pero era lindo. —Eres un maldito engreído —dijo ella mirándolo a los ojos—. ¿Crees que por tener ese rostro te ganaste el mundo? Hunter se inclinó hacia ella. —¿Y tú crees que por mostrar el pecho obtendrías algo? —Ay, cazador —dijo ella moviendo la mano—. No tienes idea de lo que estas chicas han conseguido. Eres el único que no ha caído, y es porque no eres mi tipo. Eres demasiado idiota para mí. Hunter le sonrió y le pidió la botella al barista. Él mismo serviría los tragos. Nada de pedirlos. Estaba cansado de ver la mirada despectiva del hombre cuando ordenaban que rellenara los vasos. —¿Y cuál es tu tipo? —preguntó Hunter rellenando los vasos. Agnes lo pensó un momento. No tenía un tipo definido. —No lo sé, pero sé que no eres tú —dijo antes de comer un poco de carne de una bandeja que dejaron a su lado. Hunter respiró profundo, le quitó la comida y volvió a preguntarle por qué lo odiaba. Él sabía por qué, pero ella no tenía motivos suficientes. Agnes jugó la cuerda con la comida, hasta que se rindió y le dijo que lo odiaba porque tenía lo que ella no podía. Hunter apretó el entrecejo y lamió sus labios. No eran las palabras que esperaba, ni la forma de tocar el tema. Hunter siempre la vio como la clase de mujer que obtenía lo que quería, y si había algo que quisiera, más temprano que tarde lo conseguiría. —¿Feliz? —preguntó con el vaso vacío en las manos. —No. Solo quería que fueras honesta. Agnes quitó el cabello de su cuello. —La honestidad apesta. Hunter picó un poco de la comida que le quitó a Agnes y miró alrededor, a las personas que parecían no cansarse. Esa fiesta era su nirvana. Era como si nunca antes hubiesen estado en una fiesta tan buena como esa. Era algo impresionante. Agnes obvió el lugar donde se encontraba, y se enfocó en beber hasta que el sistema soportara. Incluso, en medio de la noche, se quitó los zapatos y los colocó sobre la barra para no olvidarlos. Eran Jimmy Choo. —Bueno, si vamos a sincerarnos —soltó Hunter cuando ella frotó su cuello—. Odio que me robaras el suéter en navidad. Agnes soltó un bufido. —¡Era un suéter horrible! —¡Era de colección! —replicó él—. ¿Para qué lo querías? Agnes alzó sus hombros y volvió a peinar su cabello. —Era un horrendo regalo para mi novio. Hunter alzó las cejas. Supuso que Agnes era una ermitaña que vivía con dos gatos en un apartamento poco remodelado. Siempre la imaginó como la que llevaba trabajo a casa, no hombres. Eso era bueno, disfrutaba su vida, pero le agradaba más la versión donde ella era la bruja malvada indomable y desagradable. —¿Tienes novio? —Tenía. —Agnes movió los ojos—. Rompimos después del suéter. No soportó que mis gustos fuesen tan corrientes. Hunter le sonrió al vaso que pendía de su mano derecha. —Fingiré que estoy demasiado ebrio y no escuché eso. Agnes recordó que su novio era un idiota que pensó que ella dejaría la mitad de su p**o del mes en un regalo de navidad. Él le compró una hermosa gargantilla de diamantes, pero considerando que él era socio menor en una empresa exitosa, sus regalos, por obvias razones, serían mejores. Lo realmente terrible sucedió cuando le entregó su obsequio, que aunque le costó cien dólares, no era el estilo de su novio, y comparándolo con su ropa, sí era su estilo. Hubo un debate cuando el hombre se ofendió por el regalo. Él no se veía usándolo, y la verdad fue que él usó el suéter como una excusa barata para terminar con ella. Salía con su secretaria. Agnes dejó de recordar al idiota de su ex y lo miró. —¿Para qué lo querías? —le preguntó a Hunter. Hunter lamió la comisura de su boca. —Era un regalo para mi padre. —Limpió los bordes con su pulgar—. Le fascinó y quise regalárselo. —Aún estás a tiempo —comentó ella llevando el vaso a su boca. —Ya no. —Hunter bajó la mirada—. Murió. Agnes frunció el ceño, bajó el vaso y tragó fuerte. No lo sabía. —¿Hace cuánto? —preguntó. —Poco más de un año. ¿Cómo era posible que no lo supiera? Hunter faltaba poco al trabajo, era carismático todo el tiempo y nunca lo encontró gimoteando en su auto, ni deprimido en su cubículo. —Lo siento mucho —dijo ella carraspeando la garganta. Hunter la miró de soslayo y enarcó una ceja. Nunca la veía con rostro de asombro, ni midiendo sus palabras. Esa no era Agnes. —¿Sientes robar mi suéter? —No —corrigió ella—. Me arrepiento de decir que es horrible. Hunter miró a un par de mujeres que lo veían desde el otro lado de la barra con una sonrisa coqueta. —Sé que es horrible —regresó al tema después de observar a las mujeres con desinterés—, pero era algo que él quería. —Pudiste buscar en otro lado. —Estaba agotado —dijo—. Tardé dos semanas en encontrarlo. Para Agnes no fue complicado. Solo lo encontró en sss como la prenda más vendida ese año. Por eso pensó que era una buena idea dárselo a su novio. La historia de Hunter era distinta. Él lo quería para su padre, quien estaba diagnosticado con una enfermedad terminal. Era uno de los últimos regalos que le daría. Lo que para Agnes era un simple regalo, para su padre lo era todo. La conversación cambió cuando Hunter le habló de su padre. Agnes no estaba lo bastante borracha como para no sentirse mal por ello, pero en lugar de permitir que eso la consumiera, usó ese encanto que él detestaba para cortar la tensión que la muerte dejó. —Bueno, si te hace sentir mejor, mi ex lo botó a la basura. Hunter, quien pensaba en su padre, movió la cabeza hacia ella. —¿Cómo me puede hacer sentir mejor? —Porque seguramente un damnificado lo esta usando justo ahora. —Bebió otro trago—. Hiciste una causa benéfica con él. Hunter sabía que no podía tener un tema serio de conversación con una mujer ebria, que no solo lo odiaba por el espectáculo en la tienda por el suéter, sino que terminaron trabajando juntos. —¿Cómo pedirte empatía? —preguntó él—. Eres una bruja. Agnes, que no coordinaba demasiado, giró su taburete hacia él. —¿Por qué me llamas bruja? —Porque eres una jodida bruja —afirmó Hunter inclinándose hacia ella, con su rostro a centímetros—. Hechizas a todos para que te adoren, pero no es cierto. Eres malévola. Macabra. Agnes se rio en su rostro y sin quererlo rozó su nariz con la suya. —Creí que había otra razón —dijo entre risas. Hunter tragó fuerte cuando ella lo rozó. Fue algo que ella ni siquiera percibió, pero alertó los nervios de su cuerpo. Hunter miró sus labios refulgir por el licor, sus dientes blancos y la forma en la que se formaban los hoyuelos en sus mejillas. ¿Qué demonios le sucedía esa noche con esa maldita mujer? Hunter, pestañeando, retrocedió y ella continuó riendo. Ni siquiera había un chiste. —Si hablas del Halloween anterior, también fue por eso —agregó enderezándose en el taburete—. Acéptalo. Eres una bruja. Agnes le tocó el pecho con su uña sin pintura. —Tu eres un cazador —dijo golpeando su pecho. —Y lo admito. —Hunter miró la mano de la mujer, ascendió por su muñeca y volvió a sus labios—. Nunca lo he negado. Agnes tomó otro trago. —No imagino si realmente hubiese caído en tus encantos —dijo para él—. Estaría jodida en este momento. Hunter inclinó la cabeza a la derecha. —No estarías jodida. Tendrías el recuerdo de un buen amante. Agnes tocó sus hombros. —Tengo buen sexo. —Quien lo tiene no lo dice. Agnes lo empujó. —¡Jódete! Su cuerpo se inclinó hacia atrás y Hunter volvió a sujetar su cintura. Agnes se sintió sobria por esos cincos segundos que sus manos estuvieron en su costado. Se miraron a los ojos, con las luces refulgiendo en su iris. Hunter la enderezó en el taburete. Agnes cerró los ojos y apretó las muñecas del cazador. Los labios de Agnes eran tan tentativos para él, que cuando ella empujó los brazos hacia su cuerpo, Hunter le agradeció que lo hiciera. Agnes le quitó la mirada, bebió otro trago y rellenó los vasos. —No sucederá, cazador —susurró—. No tendremos sexo. —¿Segura? —preguntó él—. Te veías sexi vestida de mesera. Agnes le dio una mirada de ebria. —¿Bromeas? —indagó. —Obviamente. Agnes, cansada de servir los tragos, bebió de la botella y giró en el taburete, dejando la barra en su espalda. Cuando giraba, su cabeza daba vueltas. Aun lo resistiría. Tenía su nivel de alcoholismo alto. Era fiestera en la universidad, y le quedó resistencia, además, no dejaría que Hunter ganara. —Que boda tan aburrida —comentó señalando a las personas que no paraban de bailar—. Imaginaba más descontrol. Hunter, aunque era amigo del novio, concordaba. Lo más interesante fue ver los senos operados de su esposa. —¡Estamos en Las Vegas! —gritó Agnes con la botella por encima de su cabeza—. ¿Dónde esta Elvis y los casinos? Hunter giró su taburete para que volviera a mirarlo. —¿Apostarás el dinero que no tienes? —le preguntó. —No. Me beberé el dinero que no tengo. —No lo necesitas. —Señaló la barra—. Aquí tenemos mucho. Agnes frunció el ceño, estudió al barista y se inclinó hacia adelante. Se apoderó de una de las botellas de whisky que tenía junto un carrito de bebidas. Le pidió a Hunter que abriera su abrigo, y guardó la botella en uno de los bolsillos. El abrigo era amplio, y con tantas bebidas, era imposible que notase la faltante. —Eres una delincuente —aseveró Hunter riendo con ella. Agnes mordió su labio inferior y tocó la botella en su abrigo. —¿Quieres salir de aquí? —le preguntó. —¿Me ofreces irme del aburrimiento? —Agnes asintió con esa sonrisa que él imitó—. ¿Qué estamos esperando? Agnes miró sus ojos claros y alzó una ceja al recordar que estaban en una boda, y después de recordar que una de sus tías gordas con un puño de hierro le quitó el ramo de su madre cuando se casó con su padrastro, Agnes no se iría de esa boda sin el ramo. No confiaba en que pudiera casarse, o que eso le diera buena suerte en el matrimonio. Solo quería vengarse de su tía, y ser ella la que golpeara a alguien en la nariz para apoderarse del ramo. —Solo esperaré que arrojen el ramo —le comentó a Hunter. Hunter miró a la pareja que estaba lista para cortar el pastel. La boda realmente no fue el descontrol que él esperaba, y ajeno a las drogas, no hubo nada realmente impactante. —Quiero ganar ese ramo —dijo Agnes—. Es personal. Hunter no iría por él, pero ella, si estuvo dispuesta a vestirse como una mesera y falsificar una tarjeta, no había nada que no hiciera. A Hunter se le ocurrió algo tan loco, que era posible que la encarcelaran por eso, solo si la descubrían. Y aunque no quería pasar la noche sacándola de prisión, la idea era buena. —¿Y por qué en lugar de esperar un sorteo en el que seguro perderás, no lo robas? —preguntó Hunter—. Desde aquí lo veo. El ramo estaba en la mesa de los novios, a un lado de sus sillas. Había más de una persona alrededor, además de los novios que veían y se fotografiaban. Agnes, con más alcohol que buenas ideas, se lanzó del taburete y Hunter la sujetó por los hombros para estabilizarla. Agnes le quitó las manos de sus hombros desnudos, arrojó el cabello en su espalda y se dobló el tobillo cuando intentó caminar. Gracias al cielo no llevaba tacones, o se habría roto un hueso, pero como los borrachos siempre tenían suerte, Agnes pensó que si empujaba persona sobre los novios, perderían de vista el ramo y ella podría robarlo. Muchas personas querían fotografías con los novios. Necesitaban probar que estuvieron en el matrimonio, así que usando eso a su favor, Agnes empujó solo a una persona, que por el narcótico y el alcohol, empujó a los demás. Hunter se sorprendió de lo lista que era, y cuando alcanzó el ramo de rosas azules con blancas, lo elevó solo unos segundos, antes de apretarlo a su pecho y acercarse con sonrisa victoriosa. —Hora de irnos —le dijo Agnes tirando de su brazo. Y de los errores de esa noche, robarse un ramo fue el menor.
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