3 | Cada día más mentirosa

2097 Words
Después de la ardua investigación de Agnes, la noche de la boda llegó. Había miles de periodistas esperando a las puertas, observándolos desde los binoculares, o escondidos detrás de los autos aparcados en la calle. Las estrellas pensaban que nadie encontraría la información de su paradero, sin embargo, los periodistas eran como águilas que observaban y cazaban su comida. Era odioso ser parte de eso, pero a Agnes no le molestaba. Estaba acostumbrada a ser catalogada como una mala persona, que se inmiscuía en las vidas de los demás y que facturaba con sus rupturas amorosas o sus divorcios. Y a diferencia del resto de sus reportajes, ese era por un fin mayor. Ella quería el trabajo de Hunter; aquel que obtuvo por dormir con la jefa poco ética. Agnes arregló su chaleco n***o y el corbatín en su cuello. Peinó bien su cabello, usó los aretes más pequeños que tenía y, tras robarle la tarjeta a un chico la noche anterior después de invitarle un par de tragos, obtuvo el pase. Sus maneras de obtener las cosas tampoco eran limpias, pero comparada con Hunter, ella jugaba mejor. Así que determinada a entrar, accedió a la puerta del servicio a un lado del club donde se auspiciaba la fiesta. El lugar era poco céntrico, totalmente cubierto, sin ventanas y solo dos puertas. Había mucha seguridad, luces brillantes moviéndose en la entrada principal, y escoltas como si en el interior estuviese el presidente. Era un poco intimidante, pero no lo suficiente para ella. —¿Trabajas aquí? —preguntó uno de los enormes escoltas en la puerta del servicio—. No pareces alguien que trabaje esta noche. Agnes se detuvo y miró arriba. El hombre era alto, piel tostada por el sol, ojos negros y un traje tan oscuro como el de Batman. —Tengo el uniforme —dijo Agnes señalando su ropa. El hombre miró abajo, a la mujer de ojos azules. —Eso no responde mi pregunta. Agnes raspó las palmas de sus manos en su pantalón. —Trabajo aquí —mintió como ensayó—. De hecho, me esperan. Agnes iba a rodear el cuerpo del hombre, cuando el escolta alzó su enorme mano. El hombre era de contextura abultada, con un traje que estaba a un kilo de rasgarse. Agnes se detuvo cuando él alzó la mano. Su trabajo era que nadie entrase sin mostrar la tarjeta que contaba con un código interno que debían comprobar. —¿Y tu tarjeta? Agnes la descolgó de su cintura. —Aquí —dijo al entregárselo. Agnes sabía cómo funcionaban esas tarjetas. Eran más como una tarjeta electrónica, con un código interno que al deslizarlo en la pistola, saldría la luz verde. Gracias al cielo solo marcaba el color al comprobar el código, no la fotografía. Agnes encontró a un excelente falsificador para que colocara su fotografía sobre la del hombre, y que cambiara su nombre. Fue un trabajo de doscientos dólares para que pudiera entrar a una fiesta donde el sueldo mensual de su nuevo trabajo no llegaba a los dos mil dólares. Fueron los segundos más tardíos de Agnes. El aparato se movió sobre la tarjeta y Agnes contó las respiraciones. El hombre miró a Agnes, y ella le sonrió para ocultar sus nervios. El hombre pasó el escáner una vez más y la luz se tornó de un verde semáforo. Agnes soltó el aire comprimido y aumentó su sonrisa. —Pasa —dijo el hombre—. A la jefa no le gustan las tardanzas. —Gracias. Agnes vio la puerta al triunfo abrirse ante ella. Las luces dentro del club que adornaron como un salón de fiestas, eran luminosas, de distintos colores. Había globos brillantes, mesa de comida, una fuente de copas de champaña, un dj, varias estrellas que Agnes conocía, y los novios bailando sobre una mesa de cristal. La mujer llevaba un vestido que lucía como lencería vulgar y el esposo llevaba una franela sin mangas con una corbata. La moda de las estrellas era confusa, pero eso era lo menos importante. El problema era que la pareja se fotografiara con ella. Agnes se apoderó de una bandeja de tentempié cuando el escolta que la dejó entrar la miraba desde la puerta. Agnes se abrió paso entre las personas, acercándose a ellos. Solo debía quitarse esa ropa y mostrar lo que llevaba debajo. Tenía un jodido plan infalible. Hunter, quien se encontraba cerca de los novios, creyó atisbar a una persona conocida. Había tantas personas dentro del club, que entre las luces, el humo de la marihuana que casi todos fumaban, y el fuerte aroma, Hunter comenzaba a delirar. Las luces eran como caleidoscopios, que en una mente distorsionada, se veía genial. Hunter dejó el trago sobre la mesa y caminó entre las personas. Si era la mujer que pensaba, debía confirmarlo antes de que se acercara e intentara pelear su apuesta. Hunter bailó con una mujer que se le recostó al cuerpo. Lucía una minúscula falda y sus ojos estaban llorosos. Hunter era un mujeriego, pero tenía sus límites marcados: nada de drogadictas a punto de morir. Hunter se abría paso entre las personas, a medida que Agnes comenzaba a quitarse la ropa que la cubría. Se deshizo del moño en su cuello y desabotonó el chaleco. Tanta ropa la ralentizaba, así como era sofocante en un lugar sin suficiente ventilación. Sin nadie que mirase, Agnes dejó caer la bandeja y caminó sobre los tentempiés. Llevaba tacones altos, y una vez que se deshizo del chaleco y de la camisa, llevó las manos a su cabello justo cuando un tacón que alguien dejó en el suelo, la hizo tropezar hacia adelante. Las manos de Hunter la sujetaron de la cintura y sus rostros se acercaron tanto, que podía ser una escena de película. Agnes se enderezó y bajó las manos para empujarlo. —Hunter —dijo ella entre dientes. Las personas bailaban a su alrededor y los cuerpos sudorosos los empujaban. Hunter le sonrió y la escaneó de arriba a abajo. —Cada día más mentirosa —comentó al mover los ojos en su escaneo—. ¿En serio te vestiste como mesera? Agnes miró a la pareja de recién casados, todavía sobre la mesa. —¿Cómo entraste? —le preguntó a Hunter. Hunter arregló las gemelas en su camisa blanca. —Soy amigo del novio —respondió sonriendo. Agnes frunció el ceño. —¿Qué? —Agnes sonrió de molestia—. No es cierto. Hunter señaló al hombre moreno bailando con su nueva esposa. —¿Ves a ese hombre de ahí? Sigo su carrera desde que despegó —confesó Hunter sonriendo por su victoria—. Somos amigos. Agnes no podía creerlo. Debía ser otro de los juegos de Hunter. No podía ser cierto. Él no sería así de maquiavélico con ella. —Pruébalo. Hunter extrajo su teléfono del bolsillo y lo alzó. —Tengo su fotografía. Hunter deslizó el dedo por la pantalla y le mostró la fotografía que se tomó con ellos un par de horas atrás. Agnes le quitó el teléfono de las manos y amplió la fotografía. No era una edición de Photoshop. Eran ellos con él. Agnes se llenó de furia. Estaba determinada a arrojar el teléfono al suelo, cuando Hunter se lo quitó de las manos. Cada día lo odiaba más, al punto de desearle la muerte. ¿Cómo era posible que jugara con ella de esa forma? —¡Eres un malnacido! —gruñó Agnes enojada, empujándolo por el pecho—. ¿Por qué lo apostaste si sabías que ganarías? Hunter movió los ojos. Estaba tan acostumbrado a hacerle la vida imposible, que comenzaba a fastidiarle la monotonía, así que debía inventar nuevas maneras de joderle la existencia. —Diversión —respondió Hunter después de sujetar sus muñecas—. Fue divertido verte mentir patológicamente. Agnes se sentía estúpida. Fue una idiota al creer en él. Agnes lo miró con desprecio, tocó sus muelas con la punta de la lengua y rascó su cabeza. Estaba perdido. No había nada por que pelear. —Me voy —susurró Agnes. Hunter jamás se sintió mal por ella, pero quizás esa broma llegó demasiado lejos. La vio alejarse entre las personas, con las manos en el cuello. Bajo las luces y el aroma ácido en la nariz y ardiente en la garganta, la siguió entre las personas. —¿Te rendirás tan fácil? —le gritó—. Ni siquiera lo intentarás. —¿Sabes qué? —Agnes se detuvo—. Sí, me rendiré. Agnes miró a Hunter a los ojos. —Necesito el dinero, pero no competiré contigo. —Agnes alzó las manos—. Me cansé, Hunter. Me cansé de este maldito juego. Agnes giró sobre sus talones y se encontró con la barra de licor. Agnes soltó su cabello azabache que cayó sobre su espalda desnuda y ordenó un martini. Se dejó el pantalón que cubría el pantaloncillo corto que llevaba debajo, y solo se desprendió de la camisa blanca de mesera para quedarse con un corpiño n***o brillante que marcaba su estómago y resaltaba su pecho. Agnes era una mujer hermosa, pero cuando todo iba tan mal, caía en el alcohol como único refugio. Estaba cansada de Hunter, y de no ser ilegal, lo habría asesinado con sus manos. En ocasiones soñaba con estrangularlo. Era tan odioso, que matarlo era su fantasía. Hunter le quitó una de las copas de vino a una de las meseras y se acercó a Agnes en la barra. El cabello de la mujer caía sobre su hombro, creando una cortina. Si no se odiasen, la habría invitado a salir mucho tiempo atrás. La brujita era su tipo de mujer. Hunter colocó los codos sobre la barra y miró a Agnes arrojar tres chupitos seguidos. A ese paso, terminaría durmiendo en la barra. —¿Aprovechas que el alcohol es gratis? —indagó Hunter. —Déjame en paz. Hunter pidió un gin tonic y lo deslizó hacia sus manos, mientras el barista preparaba su whisky doble. —Oh, vamos. No seas aburrida. —Hunter elevó su trago de whisky en las rocas—. Brindemos por mí. Agnes frunció el ceño, colocó el cabello detrás de su oreja y lo miró. ¿Se podía ser más hilarante ante las injusticias? —Vamos, bruja —animó Hunter—. Brinda porque me odias. Agnes movió los ojos, sopló su trago y lo alzó. —Bien, dejaré de ser aburrida para ser hipócrita. ¡Salud! Agnes arrojó el trago en su garganta y tosió ante el sabor de la ginebra. Era temprano para embriagarse, pero no le importaba. Agnes pidió otra ronda de tequila y un plato de limones. Hunter la vio arrojar el licor en su garganta, chupar el limón y repetirlo tres veces seguidas. No tomó un respiro. Lo arrojó como sedienta. —¡Jesucristo! —soltó Hunter ante el espectáculo de su embriaguez—. Ya sé que no debo invitarte a las bodas. Agnes lo miró de reojo. —Cuando tú me invites a una boda, el infierno se congelará —dijo ella moviendo el vaso vacío—. Me odias demasiado para eso. Hunter sonrió ladeado, pidió dos sambucas en fuego que encendieron frente a sus ojos. Agnes agrandó los ojos ante el fuego, y soplando la flama, arrojó el trago caliente. Le quemó la lengua, pero era lo que necesitaba si se quedaría en la barra con él. —¿Por qué no te vas a acosar a una mesera? —preguntó ella. —¿Me crees de tan baja reputación? —dijo tocándose el pecho. Agnes arrojó el cabello en su espalda. —¿Tienes reputación? —preguntó retórica—. La fila de mujeres que te dejan mensajes dice lo contrario. Agnes reposó su mentón sobre su mano. —¿Qué se siente despertar en una cama diferente cada noche? —Agnes alzó su trago—. No me digas. Seguro no lo recuerdas. Hunter llevó el vaso a sus labios. —Lo sabrías si habrías dormido conmigo —respondió sonriendo—. Es una experiencia única. Agnes sacó la lengua y se frotó los brazos. —No estoy lo bastante borracha para eso. Hunter frunció el ceño, tragó su whisky y colocó el vaso en la barra. Ella lo miró de reojo, con sus dedos rozando el limón. Hunter era un seductor, y después de esa noche, A Agnes lo le quedó dudas de que aquello que el cazador deseaba, lo obtenía.
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