2 | Cada día un vuelo

2062 Words
Cuando la nieve estaba en su punto más suave y sedosa, recordaron la apuesta y la boda de la celebridad. Agnes pensó en la forma de camuflarse durante las últimas semanas. Era una tarea complicada si pensaba en las posibles consecuencias. No era sencillo para Agnes viajar de Washington a Nevada un día antes de la boda y medir vigilar a todas las personas para encontrar el punto débil. Era un vuelo de dos horas y media, con diferencia horaria y la dificultad de las horas en el aeropuerto. Todo era un problema, pero le ganaría al cazador. Él no sería más inteligente. —¿Tienes idea de cómo lo lograrás? —preguntó Jensen. Agnes le tendió las bolas para el árbol. Era tradición que el árbol del piso estaba a cargo de Jensen. Aun cuando era un hombre, tenía más sentido de la moda, estilo y elegancia que muchas de sus compañeras, y como era el primero que se quejaba del árbol, decidieron que él se encargara de todo, incluso del intercambio navideño donde siempre recibía calcetas después de gastar su dinero pensando en un regalo que costeara los cincuenta dólares. —Vi que hay servicio de catering con chef y mesoneros, además de varios baristas —comentó Agnes—. Me disfrazaré como uno. Jensen colgó una coneja con lencería vulgar en lo alto del árbol. —¿En serio? —inquirió—. Me parece la idea más estúpida. Agnes le arrojó la primera tira de guirnaldas. —Gracias por el apoyo —replicó Agnes. Jensen se alzó en el escalón de la escalera para colocar un santa de color como estrella navideña. Era un árbol inclusivo, con todo lo que quisieran que llevase. Jensen estaba enojado de que no lo dejaran decorar el árbol como él quería. Odiaba la jodida inclusión, y que todo fuese de color, y no por racismo, sino porque estaba tan agotado de la jodida inclusión, que solo quería un árbol normal que llevase bolas de colores, luces, flores, lazos y guirnaldas. No quería guantes de boxeo que dijeran feliz navidad, ni conejas travestis. No quería que todos dieran su idea, porque al final no resultaría un árbol navideño sino un bazar indio. —¿Por qué no solo te presentas? —retornó Jensen a la conversación—. Es mejor que colocarte un lazo en el cuello. A Agnes tampoco le fascinaba la idea. Estaba al borde del colapso. La desesperación era tanta, que contrató a dos chicos que siguieron a las estrellas para conocer los pormenores. De ahí descubrió lo del catering y que esa era su entrada. —Tienen una lista de invitados, y no permitirán a la prensa. —Agnes comenzó a desenrollar las luces que eran iguales a los auriculares en los bolsillos—. Tengo que camuflarme, o no lograré entrar, y si no entro, el cazador obtendrá mi trabajo soñado. Jensen la escuchó hablar de esa oportunidad laboral por semanas. Era el sueño de Agnes. Después que la cadena se expandió y el octavo piso se filmaba el noticiero WBS, Agnes veía a través del cristal divisivo como los maquillaban y presentaban las noticias con la misma soltura que tenía ella cuando practicaba con un pepino en su departamento. Agnes ansió ese trabajo por tanto tiempo, que perderlo ante él era lo peor que podía sucederle. Y a diferencia del cazador, ella quería ganarlo por mérito y no por sexo. Es que solo de pensarlo, le hervía la cabeza de ira. —¿Quieres que te acompañe? —preguntó Jensen. Le hubiera gustado que Agnes tuviera apoyo. Jensen podía ser el distractor para que ella entrase, o solo un acompañante para lograr la fotografía. Agnes era una mujer que se valía por sí sola y detestaba que la ayudaran cuando no era necesario. Ella lograría eso por su cuenta, no por ayuda de nadie más, y menos con Jensen, con quien la última vez que viajó tuvo que sostener la bolsa del vómito. El solo recordarlo le erizaba el vello de la nuca. —No debes acompañarme —dijo Agnes suave para que no lo tomase personal—. Tienes un árbol de navidad que decorar. Jensen colocó los ojos en blanco al recordar el árbol. —Solo estará armado dos días. —Suficiente para las fotografías —dijo Agnes sonriendo. Jensen le comentó que no deseaba que el árbol estuviese activo demasiado días. Su malhumor no lo permitiría. Era tan obstinada cuando se lo proponía, que no dejaría que se fotografiaran demasiados días en el árbol que le resultaba repulsivo. —Cuando regrese, seré otra persona —afirmó Agnes. Jensen esperaba que así fuese, pero en el buen sentido. Y mientras decoraban el árbol, Agnes le contó los planes que tenía cuando regresara. Agnes estaba tan confiada, que estaba segura de que todo sería perfecto. Y fue esa misma euforia y determinación fue la que la llevó a Las Vegas el jueves por la mañana. Agnes empacó poca ropa, su cámara, un par de grabadoras de bolsillo, binoculares y su libreta de anotaciones. Sería como las paparazis que se escondían detrás de los arbustos. Y mientras pensaba en eso, sonrió en la ventana del avión después del despegue. No fue una travesía subir al avión. Fue bastante tranquilo, al igual que el escaneo del equipaje. No hubo retraso de vuelo, ni lo pospusieron por mal clima. Y a pesar de que era temporada navideña y estaban a un día de año nuevo, el aeropuerto no colapsaba. Agnes extrajo su tableta del compartimiento interno de su bolso y abrió un juego que la relajaba. El hombre que estaba sentado a su lado en el vuelo, miró de reojo el juego. Era de sus favoritos, pero no creyó que ese sería un tema de conversación. La mujer lo saludó cuando él se sentó a su lado, pero no volteó a mirarlo el resto del vuelo. Ella era hermosa, con esos ojos azules y el cabello azabache. Llevaba un suéter de colores fluorescentes y una coleta alta pero suelta, además de dos aretes de cerezas. Parecía una niña, y había encanto en ello para el hombre de negocios. El hombre viajaba vestido de traje, y aunque era apuesto, Agnes no reparó en él. Estaba enfrascada en pensar en su nuevo trabajo, que obvió el mundo exterior. Se encasilló en ella, en su juego y en vencer al cazador, que solo rompió su burbuja cuando el hombre a su lado carraspeó su garganta. Él no se quería evidenciar como desesperado por entablar una conversación con la mujer, sin embargo, cuando percibió por el rabillo que ella giraba hacia él dos segundos para ver si se ahogaba, él también giró y sus ojos se encontraron. Los de él eran oscuros como su cabello, se veía mayor que ella y llevaba un traje a su medida. —¿Viaje de placer? —preguntó el hombre de la nada. Agnes alzó las cejas. —Trabajo. —También yo. —El hombre alzó el libro que leía sobre asuntos legales—. No es agradable pasar año nuevo lejos de casa. Agnes movió los ojos. —Lo es cuando no tienes casa —respondió ella y el hombre se congeló en el asiento alrededor de quince segundos—. Bromeo. Su rostro se relajó cuando ella sonrió. Romper el hielo con una persona como ella era complicado. El hombre dejó el libro sobre la mesa y alzó la mano para presentarse con ella como un caballero. —Soy Chase. Agnes miró la mano del hombre. ¿Aún se presentaban así? Agnes no recordaba la última vez que alguien lo hizo. Siempre era con un asentimiento de cabeza, un ademán con la mano derecha o un “¿qué pasó?”. Los modales eran algo que se perdieron con el paso del tiempo, y era tan lindo verlos renacer, que Agnes no dudó en apretar la mano tibia del hombre. Se sentía algo sudada, era más grande que la suya y un poquito temblorosa. —Agnes. —¿Cómo la bruja? —preguntó él con el entrecejo fruncido. Agnes soltó un suspiro. —Lastimosamente sí. —Soltó su mano—. Mi mamá jamás pensó que su idea de nombre ideal provocaría bullying. El hombre mostró los dientes y cerró un ojo. Fue un error. No aprendía a decir las cosas de una manera cordial. No podía llegar y preguntarle a alguien si su nombre era igual al de la bruja, que la mayoría pensaba que era por Marvel, pero realmente era por la historia de la bruja de Inglaterra de los mil quinientos, y justo era a esa bruja a la que Chase se refería, pero no fue sutil. —Lo siento —se disculpó—. No pretendía ofender. —Descuida. —Agnes hizo un ademán para quitarse el cabello del hombro—. Me acostumbré tanto, que mi piel esta endurecida. Agnes también recordaba la historia de las brujas llamadas Agnes. Y, de hecho, Hunter lo decía por la bruja principal, la que ella no imitó en el Halloween. Agnes se fue por un humor que la gran mayoría entendería, y usó a Agnes la bruja de Marvel. Chase, una vez que ella lo disculpó por llamarla bruja, él quiso corregirlo. —¿Te puedo invitar una copa cuando aterricemos? —preguntó. Agnes miró su reloj. —No puedo —respondió—. Llegaré tarde. Chase no tenía problema. Solo fue una invitación. —¿Y si nos vemos después que termines? —preguntó. Agnes desconocía la hora en la que terminaría su investigación, por lo que se le ocurrió una mejor idea que rechazarlo de tajo. —Mejor. —Ella alzó su teléfono—. Te daré mi número. Chase estuvo encantado. No podía llamarla en el avión, así que esperaba que fuese el número correcto. Ella le preguntó a qué se dedicaba y él le contó que era abogado familiar. Viajaba por un caso importante a pocas horas de año nuevo. Agnes le preguntó si viajaba demasiado o era esporádico. Él le dijo que viajaba casi todos los días a distancias cortas. Su trabajo era en otra ciudad, y viajaba dos o tres veces a la semana para llevar los documentos firmados y recibir los nuevos casos. Su trabajo era agotador, más que nada porque trabajaba para el gobierno, lo que era explotador. Él le preguntó por su trabajo. Elle le contó que era periodista de espectáculos y que viajaba por un reportaje de una boda que se llevaría a cabo el siguiente día. En medio de la conversación que se tornó bastante amigable, ella buscó un anillo en su dedo anular, pero no encontró más que el vello de sus dedos y las gemelas en su camisa. Se veía que el hombre tenía dinero. Podía trabajar todo lo que quisiera para el gobierno, pero no dependía de él para vestirse. Agnes encontró el viaje corto cuando anunciaron que se apretaran el cinturón para aterrizar. El hombre disfrutó mucho la conversación, tanto que cuando debieron descender, no quiso hacerlo. Disfrutó ese tiempo con la desconocida de ojos azules. Esperaron juntos las maletas y el taxi. Hablaron sobre llamarse antes de que ella regresara a Seattle, y Chase, cuando llegó el taxi de ella, abrió su puerta y la ayudó a subir la maleta. Era agradable, un caballero y alguien tan atento como sexi. —Adiós —se despidió Agnes. —Feliz navidad. —El hombre cerró los ojos y agitó su cabeza al escuchar lo que dijo—. Bueno, no. Feliz año nuevo o lo que sea. Agnes le sonrió. —Igualmente, Chase. Y antes de que el taxi arrancara, Chase extrajo su teléfono para comprobar que el número que Agnes le dio era correcto. Agnes escuchó su teléfono repicar cuando el taxi arrancó, y tras llevarlo a su oído, escuchó la voz de Chase al otro lado de la bocina. —Solo verifico —dijo antes de colgar. Agnes sacó la cabeza por la ventanilla y agitó la mano. Chase se despidió con un ademán y respiró profundo antes de sujetar su maleta y subir al taxi que lo esperaba. Esperaba volver a ver a Agnes, sin embargo, la mujer soltera que conoció esa mañana, no sería la misma dos días después, cuando despertara con el cazador.
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