—¡Oh, deje de ser tan poco agradecido! Después de todo, fue una experiencia terrible, y sí yo hubiera sido esa novia aburrida y tonta que tanto quiere, me habría sentado a llorar. —¿Qué hizo, entonces?— preguntó el Duque con curiosidad. —Salí a rastras del carruaje y ayudé a los cocheros a sacarlo a usted del interior. Estaba herido, y los hombres no sabían qué hacer. Los caballos pateaban y relinchaban como locos, y las ruedas del carruaje daban vueltas en el aire. ¡Era una verdadera pesadilla! Jabina vio que el Duque escuchaba con atención y continuó diciendo: —Le quité en parte la sangre que le cubría la frente, y entonces le dije a su segundo cochero, que no estaba tan preocupado por los caballos como el primero, que moviera una de las lámparas del carruaje, de un lado a otro, en s