Cuando extendieron ante él piezas de seda y muselina, de gasa y encaje, para que los inspeccionara, comprendió cuánto debían significar para cualquier mujer, y en forma especial para Jabina. Seleccionó la couturier que le pareció mejor y dijo con firmeza: —Quiero seis vestidos elegantes para la señorita. Uno de ellos debe estar listo para que lo use esta misma noche. Otro para mañana en la mañana. Jabina lanzó un grito de emoción. —¿Lo dices de veras? ¿Es en serio? Entonces, al ocurrírsele un pensamiento repentino, lo llevó a un lado, donde la gente que había en el salón no escuchara. —¡No debo gastar mucho dinero!— dijo en voz baja—. No sé cuánto puedan darme por las joyas de mi madre, cuando las venda. —Lo que he ordenado para ti es un regalo, Jabina— contestó el Duque. La luz de