Andreina no tuvo más remedio que brindar su mejor sonrisa y saludarlos con la amabilidad de siempre. —Señores Vélez que alegría verlos, don Rafael, que bueno verlo ya recuperado. — Lo mismo digo señorita Suárez, pero la veo bastante alterada ¿sucede algo?—dijo el señor Vélez, dueño de toda la línea de hoteles. — Para nada señor, si mi disculpa con permiso, regreso a mis labores. —Señorita Suárez, esperé un momento—dijo Ernesto Vélez, padre de Santiago. Andreina sintió que un frío la recorrió de pies a cabeza, detuvo su marcha y se quedó junto al escritorio de Lorena, sintiendo que se caería mientras piensa en las consecuencias de sus actos. No puede ser hasta aquí llegaron mis días en este hotel, todo por culpa de este inútil, debí quedarme con la boca cerrada, pero bueno si me v