Al llegar al Álamo esa templada tarde, encontré al patrocinador en la entrada. Steven era la persona encargada de preparar cada uno de los encuentros a los que era imposible faltar. Él volvía imperativo participar en sus rodeos. Las razones con mayor peso seguían un mismo derrotero: recibir una cuantiosa paga al final de la noche. Él buscaba jinetes inexpertos, lo que aseguraba un triunfo cada fin de semana. Ese hombre cinco años mayor que yo, fue la persona que alzó mi vida en los rodeos. Él me convirtió en el vaquero que las personas veían en mí, el jinete que ganó más de un premio en varios torneos y el chico que tuvo una valiosa oportunidad de triunfar y terminó encerrado en su burbuja de madera podrida. Mi padre fue el primer impulsador, sin embargo, Steven logró convertirme en un ho