Una vez cerrado el p**o de la estadía, Meli abrió el portón y permitió la entrada del auto. Buscamos los bolsos en la parte trasera y subimos las escaleras que terminaban en un angosto pasillo con puertas a ambos lados. Introducimos las llaves y entramos a ese pequeño y oloroso lugar. Olía a pulcritud, velas aromáticas y detergente. La cama era suave y no emitía sonidos. Me sentí como en un hotel cinco estrellas. El baño era el paraíso, de un tono azul cielo, con pequeños peces impresos en la extensa cortina. Extraje ropa limpia del pequeño bolso, cuando la digresión de un pájaro retumbó mi silencio. Mi extenuante cuerpo se relajó en la espumosa bañera, cuando en la intemperie se alzaban las aves salvajes. Al final, con una renuencia que me tiraba a quedarme allí el resto de la tarde, es