La voz no me resultó familiar; quizá era una de las nuevas turistas que visitaban el Álamo. Escuché esa voz en alguna otra parte, mas no logré localizarla en mi cabeza. Para encontrarla debía colocarle un rostro a esa melodiosa voz. Le pregunté a Marlene si la conocía. Ella negó. No creía que mintiera sobre eso, aunque con las mujeres nunca se sabía. Aun así no tenía motivos para dudar de ella o su palabra. Marlene abrió un poco más lo ojos y me indicó con ellos que soltara sus labios. Humedeció su boca con la punta de la lengua y los regresó al oscuro color natural. —Eric, dije que te entregaría el cheque cuando volviera. La conversación quitó por completo mi inspiración. Enjuague mis manos en el lavado interno del cubículo, restregué entre los dedos y limpié cualquier residuo que pud