Preludio
Supliqué a quien me escuchaba, que lo observado fueran alucinaciones de una mente atormentada. Sangre esparcida en el asfalto, una estela de vidrios que brillaban bajo la luz de mi teléfono, lluvia que empapaba mi cuerpo y las luces rotas de unos cristalinos faros que nunca se encendieron, le abrieron un horripilante camino a la muerte.
En mis temblorosas manos sostuve la decisión que cambió todo, sin imaginar que algo tan superficial como un teléfono salvaría mi vida de una aplastante muerte. En mi mente se albergó un centenar de hermosos recuerdos que fueron opacados por aquella escalofriante imagen abatida en el áspero asfalto, sin una leve ni agonizante respiración.
Nunca en la vida imaginé que un mísero viaje a una recóndita parte de mi país, me conduciría a un centenar de situaciones impensables, o provocaría una fatídica e indetenible reacción en cadena. No existió escapatoria a lo que avivé al posar mis ojos sobre la persona equivocada. Causé desgracias, rompí promesas, herí corazones inocentes y asesiné sin piedad. Me convertí en un monstruo deseoso de poder, con sus manos teñidas de sangre y una indeleble marca en el alma.
La pasión, el alcohol, las malas decisiones y la ambición, renacieron en mí un deseo de derrumbar frágiles paredes que no debieron ceder, y por azares del destino, terminaron desplomándose sobre una persona inocente.
Una maldita luz en un terreno baldío me salvó; lo que mi tormentoso y confundido corazón comenzó a sentir, no lo salvaguardó ni el mejor rescatista. Sucumbí ante él, esos ojos verdes que me enloquecían, la petulante sonrisa de superioridad, el aroma indiscutible y lo que evocaba en mí con el simple sonido de su voz.
Todo fue un jodido romance turbulento, lleno de altibajos.
Jamás imaginé que terminaría así: en una insólita muerte.