Salí de la bodega y me encontré con un solitario bar, sin ninguna persona en la barra ajena a las chicas en las mesas y alrededores. Caminé a la camioneta y me lancé con desespero sobre el teléfono en el asiento del copiloto. Lo apreté con ambas manos y escuché el crujir del metal entre mis dedos. Lancé el sombrero al asiento delantero, destapé mis manos y busqué su número entre los diez contactos. Me sabía su número de memoria, llamé al mío del suyo para guardarlo. Me sentía extrañamente nervioso. Esos sentimientos eran tan nuevos para mí, que me enloquecían al punto de perder el equilibrio mental. Dudé en llamarla. No me sentía seguro sobre rendirme a los bajos instintos de suplicar por verla una vez más. Era caer muy bajo, incluso para mí. Lancé mi cabeza hacia atrás y me recargué al e