Sonreí, pues al menos papá, como sea que esté ahora, seguía mis pasos y me cuidaba, estaba incluso al pendiente de mí.
Caminé hasta el salón de baile, de pasos lentos con mis pensamientos neutrales y la sonrisa congelada. Algunas chicas me miraron raro, pero no entendí, hasta que Carlota, la morenita que siempre fue amable e intentó ser mi amiga cuando estaba más pequeña, se acercó a mí.
—¿Quieres que estiremos juntas? —Me sonrió también mostrándome sus dientes tan blancos, y mirándome con sus ojos cafés casi negros.
Yo asentí, y la acompañé. —¿Por qué me ven raro? —Le pregunté en un susurro.
—Es porque no están acostumbradas a ver a una chica tan peculiar como tú. —Ella me sonrió como si me agradeciera por ser como soy.
Me quedé sumergida en mis pensamientos «¿Peculiar?».
Me estiré e hice mis ejercicios de calentamiento, hasta que la señorita Sunny nos indicó lo que ensayaríamos el día de hoy. Nos informó que al final del mes que viene habría una presentación donde participaríamos representando el tema de una canción.
—El tema que van a representar será “El Ogro y la Princesa” Que es exclusiva de Maquiavelia, por la temática del mes de octubre, niñas, deben de dar lo mejor de ustedes, y sé que así será. —Hizo un guiño.
Había escuchado varias veces algunas de las canciones de dicha banda, solo porque algunas de sus letras me parecían interesantes y me daban cierta inspiración para bailar.
De ahí, comenzamos a ensayar la del Ogro y La Princesa, no era tan sencillo por lo que requeriría mucho esfuerzo y estaba dispuesta a darlo todo, ya que el premio sería ir a una escuela de Danza en España, (ridículamente irónico puesto que papá que viajando hacia allá por negocios tuvo el accidente). Pero, quería ganar para irme lejos de casa, no quería vivir con mamá ni con Jazmín, me hacían sentir mal todos los días. Eran pocas las veces en que Jazmín me trataba normal, o incluso mamá, esas veces me parecían un sueño irreal, demasiado irreal.
Seguí practicando incluso después que dieron los minutos de descanso, la profesora me dijo que no me esforzará tanto para no agotarme y así lucirme el propio día de la presentación.
De pronto el viento sopló tan fuerte que las ventanas se abrieron, haciendo volar las cortinas… Entró un frío abrazador. Las chicas fueron corriendo a ayudar a la profesora a cerrar las ventanas y acomodar las cortinas.
Me reí sin poderlo contener.
—¿Por qué te ríes? —Me preguntó Carlota, la morenita de dentadura reluciente.
—¿No te parece gracioso que las ventanas no se resistan al frío viento que golpea? —Ella me miró sin comprender.— No importa. —Concluí practicando.
Ni siquiera llevé algo para merendar, apenas llevé solo mi botellita de agua y fue la única que quedó sola practicando mientras las demás se habían tomado a la ligera la presentación o quizá no estaban tan interesadas como yo en querer ganar.
La clase terminó, y decidí irme hasta que la última niña se fuera.
—Julia. —Me llamó la señorita Sunny trayendo una barra de chocolate en su mano.
La miré sin detenerme en mi práctica.
—Ya debes irte, es tarde. No descansaste y no es bueno que te sobreesfuerces. Toma. —Me extendió la mano con un chocolate en ella.
Lo miré pensando que la última vez me había dado otra barra de chocolate nuevamente «¿Me quiere enfermar de diabetes?» Me reí mentalmente. —Gracias, nuevamente.
—Dicen que es bueno para el corazón. —Dijo como si leyera mis pensamientos.
—Señorita Sunny. —La llamé, y esta me miró atenta.— ¿Usted cree que hay vida después de la muerte?
Esa pregunta se me vino al momento que el viento golpeó las ventanas, e imaginé que podían ser fantasmas de otras personas, así como papá me acompañaba, ¿podía cada persona tener su propio fantasma?
La señorita Sunny parecía haberse quedado sin palabras, guardó silencio por un momento y contestó: —Claro que la hay, por eso debemos portarnos bien aquí para ser recompensados en la otra vida.
Me dijo aquello inclinándose a mí. —Eres muy curiosa, Julia.
Le sonreí ligeramente y tomé mis cosas para irme. Papá no estaba esta vez, pero el frío parecía aumentar y este sí hacía erizar mi piel, quizás llovería más tarde.
«¿Que se sentirá estar muerto? ¿Y otra vida? ¿como será?» Estás preguntas aparecían en mi mente y trataba yo misma de crear una respuesta coherente.
Crucé la calle y un señor en una bicicleta casi se estrella conmigo, se molestó y me gritó muchas cosas que no escuché ni entendí por estar sumergida en mis pensamientos. Él autobús casi se iba, pero corriendo me dio tiempo de subir para volver a casa, deseando que esta noche pueda cenar temprano para ponerme a practicar.
Llegué y mamá estaba leyendo un libro de color azul de nombre “Ruiseñor del ocaso”, ese era el libro favorito de mi papá.
—He llegado a casa, mamá. —Le avisé mirándola.
—Ve a bañarte, estás sudada y hueles terrible. —Ella ni me miró.
—Debo ensayar más, ya que tendremos una presentación a final del mes que viene.
—¿Y entonces? —Dijo con cierta indiferencia.
—Nada, iré a mi habitación…
Pensé que podía decirme que iría a verme, pero nuevamente me equivoqué pensando que si podría hacerlo, qué tonto de mi parte al pensar eso.
Me bañé, y me puse mis zapatillas nuevamente. Aún me sentía con energía para seguir practicando, quería que saliera perfecto.
Comencé a buscar mi caja musical hasta que recordé que mamá lo había hecho pedazos…
Me tocaría imaginar la canción en mi mente, no tenía ni teléfono porque para mamá era desperdicio de dinero y según ella yo era muy pequeña para tener uno. Debía conformarme con solo asistir a mis clases.
Intenté hacer todo el espacio que pude en mi pequeña habitación y con cuidado comencé mis prácticas. Sin darme cuenta se hizo la hora de la cena, y sin quitarme las zapatillas me fui a ayudar en lo que pudiese, aunque esta vez le tocaba cocinar a Jazmín.
—Ayúdame a servir la mesa. —Me ordenó y así lo hice. Ella me miró las zapatillas y se río negando con la cabeza.
La ignoré por completo, y de ahí fui a llama a mamá para que viniese a comer.
Ella estaba muy callada, y ni siquiera me veía, terminó de comer y se retiró nuevamente a su habitación.
«Que extraña está…» me preguntaba si llegaría a salir, necesitaba entrar a la habitación de ella para poder revisar ese cofre que oculta ella y que secretos que mantenía solo para sí misma.
No sé si papá en vida lo sabría que se hizo de la vista gorda, si lo sabía, pero no le daba importancia, o simplemente nunca lo supo y ahora que está en su otra vida se enteraría de todos los secretos que no sabía.
La verdad solo quería saber por qué ella no me quiere, ¿por qué dijo aquella vez que papá la esperaba? ¿Podía verlo ella también? Aunque… En la cena anterior le señalé y me tomaron como loca, pero bien pudo ella también fingir que no lo veía.
Me fui entonces a mi habitación a terminar mis ensayos, una y otra vez, una y otra vez.
Ensayando y ensayando. Hasta que el dolor en mis pies se intensificó y decidí concluir para acostarme.
Cuando me quité las zapatillas tenía los pies adoloridos en las plantas y algunas ampollas. Me di unos masajes y volví a tumbarme en la cama. Hasta quedarme dormida, y apareció nuevamente esa mujer con un aura gris y tortuoso, que lastimaba la piel con su frío que desprendía, y el miedo que provocaba.
—¿¡Quien eres y qué quieres de mí!? —Grité con la voz echa un desastre por los nervios.
Y en cuestión de microsegundos su rostro apareció frente al mío, sonriendo tan mecánicamente, que me hizo gritar echándome hacia atrás… —Soy yo.
Era mi madre.
O eso parecía.