CAPÍTULO VEINTITRÉS Los Supremos Señores de los Caballeros de los Siete estaban en su sala, de pie alrededor de la mesa redonda, iluminada por el óculo que había más arriba y que proyectaba austeras sombras sobre sus caras mientras salían de la penumbra. Entraron en el pequeño círculo de luz en la torre que normalmente estaba oscura, algo que no harían a no ser que fuera un momento trascendental. Ahora era uno de aquellos momentos. Los hombres avanzaron, con sus caras envejecidas, pálidas y arrugadas, quitándose lentamente las capuchas de las caras, a cual más horrorosa, mientras dejaban al descubierto sus crueles sonrisas. Se habían mirado fijamente a la cara unos a otros durante mil años y todos ellos sabían lo que el otro estaba pensando. Y aquel día, cada uno de ellos sabía que había