CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO UNO
Thorgrin, de pie en el barco que se balanceaba violentamente, miró delante suyo y lentamente, horrorizado, empezó a darse cuenta de lo que acababa de hacer. Bajó la mirada atónito hacia su propia mano, que todavía agarraba la Espada de los Muertos y, al alzar la mirada, vio a tan solo unos centímetros, la cara de su mejor amigo, Reece, que lo miraba fijamente, con los ojos abiertos como platos por el dolor y la traición. A Thor le temblaban violentamente las manos cuando se dio cuenta de que acababa de apuñalar a su mejor amigo en el pecho y estaba viendo cómo moría delante de sus ojos.
Thor no comprendía lo que había sucedido. Mientras el barco daba vueltas y giraba, las corrientes continuaban empujándolos a través de los Estrechos de la Locura hasta que, finalmente, salieron al exterior. Las corrientes se calmaron, el barco recuperó el equilibrio y las gruesas nubes empezaron a levantarse cuando, con un último estallido, salieron a las aguas calmadas y tranquilas.
Cuando lo hicieron, la niebla que había rodeado la mente de Thor se levantó y él empezó a sentir su antiguo yo, a ver el mundo con claridad una vez más. Miró a Reece, que estaba delante suyo, y se le rompió el corazón al darse cuenta de que no era el rostro de un adversario, sino el de su mejor amigo. Lentamente, se dio cuenta de lo que había hecho, se dio cuenta de que en las garras de algo superior a él, un espíritu de locura que no podía controlar, le había obligado a llevar a cabo aquel terrible acto.
“¡NO!” gritó Thorgrin, con la voz rota por la angustia.
Thor extrajo la Espada de los Muertos del pecho de su mejor amigo y, al hacerlo, Reece suspiró y se desmayó. Thor lanzó la espada lejos, sin ni siquiera mirarla y esta fue a parar a cubierta con un golpe seco y hueco, mientras Thor se desplomaba sobre sus rodillas y cogía a Reece, sujetándolo entre sus brazos, decidido a salvarlo.
“¡Reece!” exclamó destrozado por la culpa.
Thor estiró el brazo y apretó su mano contra la herida, para intentar detener la pérdida de sangre. Pero sentía que la sangre caliente corría entre sus dedos, sentía que la fuerza vital de Reece lo iba abandonando mientras lo sujetaba en sus brazos.
Elden, Matus, Indra y Angel se acercaron corriendo, liberados ellos también de las garras de su locura y se agolparon alrededor. Thor cerró los ojos y rezó con todas sus fuerzas para que su amigo volviera a él, para que se le concediera a él, Thor, una oportunidad para enmendar su error.
Thor escuchó unos pasos y, al alzar la vista, vio que Selese venía corriendo, con la piel más pálida de lo que jamás él la había visto y con los ojos brillando con una luz de otro mundo. Se dejó caer de rodillas delante de Reece, lo tomó en sus brazos y, al hacerlo, Thor lo soltó al ver el resplandor que la rodeaba y al recordar sus poderes como curandera.
Selese alzó la vista hacia Thor, sus ojos ardían con intensidad.
“Solo tú puedes salvarlo”, dijo encarecidamente. “¡Coloca tu mano sobre su herida ahora!” ordenó.
Thor alargó el brazo y puso una mano sobre el pecho de Reece y, al hacerlo, Selese colocó la suya sobre la de él. El sintió que el calor y la energía atravesaban la mano de ella, su propia mano hasta llegar a la herida de Reece.
Ella cerró los ojos y empezó a canturrear y Thor sintió que una ola de calor se levantaba en el cuerpo de su amigo. Thor rezó con todas sus fuerzas para que su amigo volviera a él, para que se le perdonara aquella locura que lo había llevado a hacer eso.
Para gran alivio de Thor, Reece empezó a abrir lentamente los ojos. Parpadeó y alzó la vista al cielo y, a continuación, se incorporó lentamente.
Thor observó estupefacto cómo Reece pestañeaba varias veces y bajaba la vista hacia su herida: estaba totalmente curada. Thor estaba sin palabras, abrumado, impresionado por los poderes de Selese.
“¡Hermano mío!” gritó.
Alargó el brazo y lo abrazó y Reece, desorientado, lo abrazó también lentamente mientras Thor lo ayudaba a ponerse de pie.
“¡Estás vivo!” exclamó Thor, sin apenas atreverse a creerlo y agarrándolo por el hombro. Thor pensó en todas las batallas en las que habían estado juntos, en todas las aventuras y no podría haber soportado la idea de perderlo.
“¿Y por qué no iba a estarlo?” Reece parpadeó confundido. Miró las caras de curiosidad de la Legión que había a su alrededor y parecía desconcertado. Los demás se adelantaron y, uno a uno, lo abrazaron.
Mientras los demás iban hacia allí, Thor miró a su alrededor y estudió la situación y de repente se dio cuenta, horrorizado, de que faltaba alguien: O’Connor.
Thor corrió hacia el barandal lateral y buscó en las aguas desesperadamente al recordar que O’Connor, en el punto más alto de su locura, había saltado del barco hacia las embravecidas corrientes.
“¡O’Connor!” exclamó.
Los otros fueron corriendo a su lado y también buscaron entre las aguas. Thor miraba fijamente hacia abajo y estiró el cuello para mirar hacia los Estrechos, a las embravecidas aguas rojas, llenas de sangre –y, al hacerlo, vio que O’Connor, agitando brazos y piernas, estaba siendo engullido justo hacia el borde de los Estrechos.
Thor no perdió el tiempo; reaccionó por instinto, saltó hasta ponerse encima del barandal y se tiró al agua de cabeza.
Sumergido y sorprendido por su temperatura, Thor notó lo espesa que era el agua, parecía que estaba nadando entre sangre. El agua estaba tan caliente que parecía que nadaba en barro.
Thor necesitó todas sus fuerzas para andar a través de las aguas viscosas de vuelta a la superficie. Fijó la mirada en O’Connor, que empezaba a hundirse y vio el pánico en sus ojos. Mientras O’Connor cruzaba el borde hacia mar abierto también vio que la locura empezaba a abandonarlo.
Sin embargo, mientras sacudía brazos y piernas, empezaba a hundirse y Thor sabía que si no lo alcanzaba pronto, pronto se hundiría hacia el fondo de los Estrechos y nunca más lo volverían a encontrar.
Thor dobló sus esfuerzos, nadaba con todas sus fuerzas, nadando a pesar del intenso dolor y el agotamiento que sentía en los hombros. Y aún así, O’Connor empezó a hundirse en el agua mientras él se acercaba.
Thor sintió una inyección de adrenalina mientras observaba cómo su amigo se hundía bajo la superficie y supo que era ahora o nunca. Salió como una ráfaga hacia delante, se zambulló bajo el agua y dio una gran patada. Nadó por debajo del agua, esforzándose por abrir los ojos y ver a través del espeso líquido; no pudo. Le escocían demasiado.
Thor cerró los ojos e hizo uso de su instinto. Evocó a una profunda parte de sí mismo que podía ver sin ver con los ojos.
Con otro golpe desesperado, Thor alargó el brazo, tocando a tientas el agua que había ante él y notó algo: una manga.
Agarró a O’Connor eufórico y sorprendido de lo que pesaba al hundirse.
Thor tiraba a la vez que daba la vuelta y se dirigía otra vez a la superficie con todas sus fuerzas. Estaba agónico, cada músculo de su cuerpo protestaba, mientras pataleaba y nadaba hacia la libertad. El agua era muy espesa, tenía mucha presión, parecía que sus pulmones le iban a estallar. A cada brazada de su mano, le parecía que estaba tirando del mundo.
Justo cuando pensaba que nunca lo conseguiría, que se hundiría con O’Connor en las profundidades y morirían en aquel horrible lugar, Thor salió a la superficie del agua de repente.
Respirando con dificultad, se giró y, al mirar a su alrededor, vio aliviado que habían aparecido al otro lado de los Estrechos de la Locura, en mar abierto. Vio que la cabeza de O’Connor aparecía de repente a su lado, vio que él también respiraba con dificultad y su sensación de alivio fue completa.
Thor observó cómo la locura abandonaba a su amigo y la cordura volvía lentamente a su mirada.
O’Connor parpadeó varias veces, tosió y echó agua y después miró a Thor de manera inquisidora.
“¿Qué estamos haciendo aquí?” preguntó confundido. “¿Dónde estamos?”
“¡Thorgrin!” llamó una voz.
Thor escuchó un chapoteo a su lado y, al darse la vuelta, vio que una pesada cuerda iba a parar al agua a su lado. Alzó la vista y vio allí a Angel, junto a los demás en el barandal del barco, que había vuelto hacia allí para recogerlos.
Thor la cogió y agarró a O’Connor con su otra mano y, al hacerlo, la cuerda se movió, Elden los alcanzó y, con su gran fuerza, tiró de ambos hasta el lateral del casco. Los otros miembros de la Legión se les unieron y tiraron, estirón a estirón, hasta que Thor sintió cómo subía hasta estar en el aire y, finalmente, por encima del barandal. Los dos fueron a parar a cubierta del barco con un fuerte batacazo.
Thor, agotado y sin respiración, todavía tosiendo agua de mar, se tumbó en cubierta al lado de O’Connor: O’Connor se giró y lo miró, igualmente agotado, y Thor vio la gratitud en su mirada. Vio cómo O’Connor le daba las gracias. No hacía falta decir ninguna palabra, Thor lo entendía. Tenían un código silencioso. Eran hermanos de la Legión. Sacrificarse el uno por el otro era lo que hacían. Era por lo que vivían.
De repente, O’Connor empezó a reír.
Al principio Thor se preocupó, preguntándose si la locura todavía estaba sobre él, pero después se dio cuenta de que O’Connor estaba bien. Acababa de volver a su antiguo yo. Reía por el alivio, reía por la alegría de estar vivo.
Thor también empezó a reír, dejando atrás el esfuerzo y los demás se le unieron. Estaban vivos, a pesar de todo, estaban vivos.
Los otros miembros de la Legión se acercaron hacia delante, agarraron a O’Connor y a Thor y tiraron de ellos hasta que se pusieron de pie. Todos estrecharon las manos, se abrazaron con alegría, sus barco, finalmente entraba navegando con suavidad por las aguas que tenía enfrente.
Thor echó un vistazo y vio aliviado que se estaban alejando más y más de los Estrechos y la cordura descendía sobre todos ellos. Lo habían conseguido; habían atravesado los Estrechos, a un alto precio, sin embargo. Thor no creía que pudieran sobrevivir a otro viaje a través de ellos.
“¡Allí!” exclamó Matus.
Thor se giró a la vez que los demás y siguió hacia donde señalaba con el dedo y se quedó estupefacto por la vista que tenían ante ellos. Vio una visión totalmente nueva que se extendía ante ellos en el horizonte, un nuevo paisaje en esta Tierra de Sangre. Era un paisaje lleno de penumbra, con oscuras nubes colgando bajas en el horizonte, el agua todavía llena de sangre y, aún así, la silueta de la orilla estaba más cerca, más visible. Era negra, desprovista de árboles o vida, parecía hecha de ceniza y barro.
Los latidos de Thor se aceleraron cuando, más allá en la distancia, divisó un castillo n***o, hecho de lo que parecía ser tierra, ceniza y barro, levantándose de la tierra como formando uno con ella. Thor percibía la maldad que emanaba de ella.
Había un estrecho canal que llevaba hasta el castillo, sus vías navegables estaban repletas de antorchas, bloqueadas por un puente levadizo. Thor vio antorchas ardiendo en las ventanas del castillo y sintió una repentina sensación de certeza: con todo su corazón, sabía que Guwayne estaba dentro del castillo esperándole.
“¡A toda vela!” exclamó Thor, sintiendo de nuevo que lo tenía todo bajo control, sintiendo que tenía una nueva meta.
Sus hermanos se pusieron enseguida en acción, elevando las velas mientras estas cogían la fuerte brisa que se levantaba por detrás y los empujaba hacia delante. Por primera vez desde que entraron a esta Tierra de Sangre, Thor tuvo una sensación de optimismo, la sensación de que realmente podía encontrar a su hijo y podía rescatarlo de allí.
“Me alegro de que estés vivo”, dijo una voz.
Thor se giró, bajó la vista y vio a Angel mirando hacia arriba y sonriéndole, mientras tiraba de su camisa. Él sonrió, se arrodilló a su lado y la abrazó.
“Igualmente yo de que tú lo estés”, respondió.
“No entiendo lo que pasó”, dijo ella. “En un minuto era yo misma y al siguiente…era como si no me conociera”.
Thor sacudió lentamente con la cabeza, intentando olvidar.
“La locura es el peor enemigo de todos”, respondió él. “Nosotros mismos somos el enemigo que no podemos vencer”.
Ella frunció el ceño preocupada.
“¿Volverá a pasar?” preguntó ella. “¿Hay algo en este lugar que se le parezca?” preguntó con miedo en la voz mientras observaba el horizonte con atención.
Thor también lo observaba mientras se preguntaba lo mismo, cuando poco después, ante su horror, la respuesta vino corriendo hacia ellos.
Se escuchó un tremendo chapoteo, como el ruido de una ballena saliendo a la superficie y Thor se sorprendió al ver la criatura más horrorosa que jamás había visto apareciendo ante él. Parecía un calamar monstruoso, de unos quince metros de altura, rojo brillante, del color de la sangre y se cernió amenazador sobre el barco al salir disparado del agua, sus interminables tentáculos de unos nueve metros de longitud, docenas de ellos esparciéndose en todas direcciones. Sus ojos amarillos pequeños y brillantes los miraban con el ceño fruncido, llenos de ira, mientras su enorme boca, repleta de afilados colmillos amarillos, se abría haciendo un ruido repugnante. La criatura bloqueó toda luz que los lúgubres cielos dejaban pasar y lanzó un grito sobrenatural mientras descendía directo hacia ellos, con los tentáculos extendidos, lista para devorar el barco entero.
Thor la observaba con terror, atrapado en su sombra junto a los demás y supo que habían ido de una muerte segura a otra.