La decisión

1962 Words
Cuando regresó a casa, se encontró a Elise acostada en su cama con Atlas, conversando mientras comían helado. Él sonrió y les enseñó el pastel de chocolate. La joven había estado intentando entender los sentimientos de Atlas hacia su madre, pero ella era reconocida por evadir sus emociones, ella había estado hablando de lugares para celebrar la boda. Elise eligió no presionarla y darle solo compañía. —¿Planean mudarnos porque hay una casa preciosa en venta cerca de la nuestra? —No voy a vivir cerca de ti —se queja Ralph y ellas ríen. —Este es el mejor pastel de chocolate en toda la ciudad. —100% chocolate, no tiene alérgenos y es espectacular. —¿Tú lo inventaste? —pregunta Elise y Ralph asiente.—¿Qué harina usas? —Harina de coco, le pongo mantequilla, aceite de oliva, diferentes tipos de cacao y diferentes presentaciones. Diferentes texturas de chocolate y queda esto tan rico. Bueno… utilizo leche entera para uno de los chocolates. —Está espectacular. —¿Ya te has decidido? —No… —Me tengo que ir. Vamos para que me prestes un recipiente y llevarme un trozo de pastel para mí y para mis hijas. Me pidieron ir al parque, ¿quieres venir, Tily? —No. Elise y Ralph ven a Atlas, y los dos esperan salir de la habitación para volver a la cocina mientras bajan. Los dos preguntan cuál es el mejor consejo para Tily y parecen desconcertados con la actitud de Atlas. No está feliz, pero tampoco se permite estar triste. No quiere llamar a sus hermanos ni ir a verlos, pero ignorar a su familia cuando su mamá ha sufrido dos eventos vasculares en tan solo días no es la mejor solución. —Creo que lo mejor es que vaya, Ralph. —Yo sé que es su mamá, pero no la soporto. Atlas y ella han discutido. —Creo que tienes que fingir y ayudarla a hacer lo correcto porque te lo resentirás al final. —Yo sé. Hablaré con ella. Elise y Ralph vuelven a la habitación y se encuentran con Atlas viendo el teléfono. La joven sonríe y les muestra unas fotos que planea subir de su compromiso. —De eso quería hablarte.—comenta Ralph mientras se sienta su lado y le quita el celular de la mano. — ¿Por qué no vamos con tu madre antes de subir nada? —Si se muere, no podré subir nada porque se murió. El comentario había sido tan cruel que Atlas sintió tristeza. Quería con todo el corazón tirarlo todo e ir a ver a su madre, intentar reconciliarse con ella. Pero las dos habían dicho cosas tan hirientes, tantas veces. Se habían alejado una de la vida de la otra e intentaban, con mucho éxito, convencerse de que estaba bien sin verse en Navidades, cumpleaños o cualquier día sin importancia de la semana, porque el dolor era más fuerte. —Atlas, tú no eres así. —Ella no me quiere ahí, es probable que le dé coraje verme y tenga un infarto fulminante. —A ti no te importará eso si muere y estás aquí evadiéndola, —¿Qué te dijeron cuando pediste mi mano? —Atlas, mi amor, pero eres mejor que ella. Tú eres dulce, amable, caritativa y te importan los demás. Tú no eres ella. Y ella no es un monstruo. Yo estaba enojado, tenía 17 años y sentía que el amor de mi vida merecía más, y sigo creyéndolo, Atlas. Te mereces todo al 100%. Lo que pasa es que yo no quise entender que la mamá de mi novia creía fielmente en la ciencia y en que podía tener a su hija mayor en casa, incluso si eso significaba, a veces, ser exigente con tu cuerpo. Verdaderamente, creo que la ciencia y las leyes te fallaron al poner límites porque una madre solo veía el dolor de su hija. ¿Recuerdas la laringitis? Cuando mi abuelo vino al hospital. —Sí, y mis padres no estaban ahí cuando desperté, Gina y tú estaban a mi lado y fueron las únicas visitas que tuve. —Atlas, mi papá y su equipo legal iban por todo, contra tus padres porque yo les presenté el caso —reconoce Ralph—. Meses antes de que pasara, y ese día fuiste con el médico a darte unas vueltas. Y cuando regresamos a verte, estabas acostada —Atlas estaba bien. Tenía un berrinche, no le sacaron sangre, ¿qué le pasó?—pregunta la mujer intentando mantener la cordura, no gritar ni montar una escena, porque uno de sus hijos enfermo era suficiente, dos al borde de la muerte era mucho más de lo que podía soportar. —Tiene una infección en la garganta y puede estar expandida a la sangre u otros órganos. —¿Cómo nadie se dio cuenta? —¿Atlas se ha quejado de algunos síntomas?—el médico le devuelve la pregunta. —¿Escuchó a su hija quejarse de dolor y cansancio? —No. —Le ha dado alergia muy seguido los últimos días. Ayer fue a la enfermería y le dieron acetaminofén —responde Ralph. —Le di té de jengibre con miel y sopa. —Gracias, Ralph. Es bueno saber que alguien cuida la salud de Atlas. —Atlas no estaba enferma—responde su madre frustrada. —Atlas necesita atención de otras personas que no son su novio. Georgina se quedó fuera de la habitación de su hija los siguientes dos días. Esperando a que sus signos vitales se recuperaran. Peleó como una leona ante todos los médicos y abogados que intentaban declararla como: “madre negligente”, pero ellos tenían mucho poder y, de cierta forma, ya el daño estaba hecho, ante los ojos de todos dejarles la custodia de su hija era posible, siempre y cuando legalmente toda decisión médica fuese tomada por un comité y sobre todo por Atlas. A partir de ese momento el día que Atlas dijera que “no deseaba ser donadora” era suficiente para detener cualquier procedimiento. —El problema es que no quiero verla, no quiero saber cómo esto es mi culpa. —¿Culpa de qué Atlas? —pregunta Elise. —La gente se enferma, no es tu culpa si alguien más se enferma. Atlas se sentía culpable de la muerte de su hermana, de la muerte de su bebé, y sobre todo, se sentía culpable por no intentar explicar o buscar el cariño de su familia después de la muerte de su hermana. Atlas se sentía culpable por todo y por nada, era como si rodearse de su familia o tomar una decisión con respecto a ella la hiciera sentirse la persona más mierda del mundo. —Tily, hay una parte de la historia que no vemos y no podemos entender. Esto es como cuando lees, hay una personaje en tu vida, quien todavía no ha tenido la oportunidad de contar su historia o reescribirla. Definitivamente, la única que tiene el poder de escribir el final, de decidir perdonar y seguir caminando eres tú. Yo dije cosas horribles a mi padre durante sus últimas 72 horas de vida. La joven se puso a llorar, cubrió su rostro con la almohada y su novio la abrazó. Elise se acercó par intentar consolarla, peor no parecía que Atlas podría parar de llorar en la próxima semana. Su esposo llamó para preguntarle si tenía que pedir una niñera y ella se disculpó con Ralph por dejarles en ese momento. Antes fuera preparar un té y le recordó a su amiga que por más doloroso que fuera, ella tenía su propia familia. Ralph simplemente se acostó a su lado, le abrazó. Dejó que Atlas se durmiera un rato, cerca de las seis la despertó y le preguntó cómo se sentía. —Creo que iré a ver a mi familia, Ralph. Les daré el beneficio de la duda, como te lo estoy dando a ti. —Está bien, Atlas. —Mira, Ralph, esto es lo mejor o lo peor que pueda pasar. Tú y yo hicimos un sacrificio. No estábamos listos para ser papás, pero yo no estaba lista para abortar y tampoco para recibir el odio de mi familia tras la muerte de mi hermana. No quería perder tanto. Tú nunca me lo has reprochado, pero sé que te herí, sé que elegí y te lastimé. Yo me merezco ser feliz y amada, y contigo tengo ambas cosas, pero te debo una disculpa, Ralphy. —No me debes nada. —Era nuestra hija —Atlas se encoge de hombros—. Tan tuya como mía. —Tendremos la oportunidad de ser papás de nuevo. Hacer lo que planeabas por tu hermana era algo de una vez en la vida. —Tú no querías, Ralph. —Entendía, y, entiendo ahora que era lo que había que hacer. Si hubiese sido yo quien decidiera, hubiese tomado la misma decisión. Atlas está por decir algo y Ralph la abraza y la sostiene. En su oído murmura que la realidad es que no estaban listos para ser papás, no tomaron la decisión de ir al mejor lugar y, sobre todo porque ella casi muere. Atlas, no tiene la culpa. Nadie la tiene fueron las circunstancias. Llegados a este punto, odiaba a la familia de su prometida, no la iba a dejar ir sola. Ralph la acompañó al hospital y la condujo hacia ella, la cubrió ante los curiosos y la llevó al piso en el cual estaba la familia Zollinger. Gina estaba sentada junto a su padre, acariciándole la espalda y tratando de darle consuelo. Drake estaba dormido, sentado junto a su esposa, a quien le sostenía la cabeza. Mily sonrió al ver a Atlas, la parte que no dijo era que, como hermanos, siempre hace falta saber que el otro está ahí, fuerte, tirando de un lado y de otro. Ella acarició a su esposo para que despertara y señaló a Tily. Drake se puso en pie y fue corriendo a abrazarla. Atlas estaba sorprendida por el recibimiento, su hermano solo la estrujaba, una mole hecha de deporte, disciplina y unos cuantos golpes, pero estaba abrazándola como si ella estuviese en riesgo. —¿Drakey? —Estás aquí… Yo te llamé, y a Ralph, y no contestaban. Luego pensé que es tu compromiso y no querías saber de nosotros, y lo entendí. Gina se acerca a sus hermanos. Atlas la saluda y la mujer sonríe, le devuelve el gesto. Las hermanas se toman de la mano mientras buscan qué decir. Gina habla primero: —Mamá no ha dejado de preguntar por ti. —Prefiero no verla —responde. —Atlas, pequeña...—intenta decir su padre. —No quiero pelearme con ustedes. Solo… vine a verles y a dejarles café, comida y unos abrigos —Yo... no quiero que se muera, y si entro, va a gritarme, y va a estar furiosa —Atlas se cubre el rostro—. No puedo cargar con más decepción. De verdad, que no puedo. —Atlas, tu madre solo quiere disculparse —replica su padre—. Los dos sabemos que lo hicimos todo mal. Todos llenos de dolor y soledad para ti. Perdimos físicamente a nuestra hija, pero emocionalmente te hicimos daño y destrozamos tu físico. Atlas, el regalo, el milagro que mamá y yo esperábamos eres tú. Dios nos dio una cuarta hija, quien sobrevivió a la prematuridad, sobrevivió a procedimientos médicos y a la negligencia de sus padres, creció y se convirtió en una mujer decente, amable, cariñosa, inteligente y generosa. No gracias a nosotros. Estás viva, Atlas, y ese es el verdadero milagro y la gran respuesta de Dios o del universo.
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