Soy yo
Atlas estaba en su casa, disfrutando de un baño con agua tibia que relajaba todas las tensiones de su cuerpo. Se deseaba todo el bienestar del universo, se amaba y se cuidaba a sí misma. Sin embargo, su momento de tranquilidad se vio interrumpido cuando tomó la botella de vino y la llevó directamente a su boca. Luego, extendió su mano y tomó su consolador, lo observó divertida y le dio un pequeño beso antes de encenderlo. Lo introdujo lentamente en su lugar adecuado y presionó el botón para que comenzara a vibrar. Mientras tanto, Atlas se quedó mirando al techo.
—El día que alguien fabrique un consolador que hable sucio, será bueno —comentó la joven para sí misma.
En ese momento, sonó el timbre de su casa, pero ella optó por ignorarlo, ya que el vibrador estaba empezando a surtir efecto. Sin embargo, el timbre siguió sonando y Atlas pensó que debía tratarse de algún niño molesto del vecindario, porque sus amigos y familiares no sabían que estaba en la ciudad. Atlas no esperaba visitas. Mientras estimulaba sus pezones con los dedos, decidió empujar el vibrador y acariciar su clítoris, sintiendo cómo el placer se acumulaba en el centro de su cuerpo y se expandía rápidamente.
—Ahh... —suspiró la joven y sacó una de sus piernas de la tina mientras apagaba el consolador. Sin embargo, la botella de vino se le cayó del borde y ella lanzó la cabeza hacia atrás.
Atlas estaba disfrutando de la sensación de su orgasmo cuando creyó estar alucinando al ver a Ralph en la puerta del baño.
—¡¡Ralphy!! —gritó la joven asustada.
—Atly —saludó su ex.
Ella gritó horrorizada porque era muy real: su exnovio estaba en su baño por alguna razón y él se reía divertido, ya que esperaba asustarla un poco pero no encontrarla en medio de un orgasmo en solitario. Atlas estaba tan asustada que se golpeó la cabeza con el borde de la tina y, en un intento por salir, se resbaló. Ralph estaba tan divertido que se encontraba en el suelo riéndose.
—Perdón.
—¿Estás drogado? ¿Qué haces dentro de mi casa? —preguntó asustada—. La puerta tiene una contraseña.
—Adiviné la contraseña y la llave está bajo la alfombra, Atlas, cualquiera puede entrar.
—Así no funciona —comentó Atlas.
Ralph le alcanzó una toalla y una bata de baño.
—Te espero en la cocina para que te recuperes de eso —dijo y señaló el consolador flotando.
La joven salió del agua y se cubrió con la bata de baño, mientras él la seguía mirando. Ella le hizo una seña para que saliera del baño.
—Dame cinco minutos.
—¿Para terminar de masturbarte? —la joven rodó los ojos.
—No eres nadie para juzgarme. Y ya había terminado.
—Jumm, no te recuerdo tan… silenciosa —Atlas se cubrió el rostro—. Vale, mi amor, estás guapísima.
—Gracias —respondió con una sonrisa y le señaló la puerta.
Ralph Westborn era el nieto favorito del presidente del país, parte de una poderosa dinastía de políticos y Atlas Zollinger era la hija de una pareja de científicos. Se conocieron un día de abril en un internado a las afueras de Seinvillage. Ella estaba en detención y él también. Ralph iba en último año y Atlas, la pequeña, estaba en segundo. Sus padres se habían mudado recientemente para una investigación espacial y los padres de Ralph estaban cansados de sus travesuras, por lo que tenerlo allí era un descanso.
Los dos se miraron durante al menos dos minutos hasta que él le preguntó por qué estaba castigada.
—Escribí sobre el colegio en un blog y el director me llamó, está furioso. ¿Y tú?
—Me escapé hace un par de semanas.
—¿A dónde?
—A la playa. Mi papá está furioso conmigo y con el colegio.
—Te fuiste a la casa de playa de tus papás.
—No, a un hotel.
—Wow.
—Sí.
—Sabes, Atlas, es malo vivir la vida de los demás, por eso eres chismosa, porque no tienes una vida.
—Bueno, no soy chismosa, soy una mujer que atrae la llegada de información —Ralph se rió—. Y la publica si es correcta, lo cual requiere investigación, buenos contactos y habilidades motoras. ¿Qué clase de nombre es Ralph?
—Mi mamá estaba muy drogada durante el parto —los dos rieron—. Y mi papá pudo elegir —las risas aumentaron. Atlas vio cómo Ralph se acercaba a la ventana y la abría con cierto esfuerzo.
—¿El profesor volverá? —comentó insegura.
—Vive un poco, Atly —dijo y le ofreció su mano.
—No quiero aumentar mi tiempo de castigo.
—Vamos, vive, diviértete y después escribes sobre eso —los dos se miraron y la joven corrió hacia la ventana. Ralph rió y le dio un beso en los labios—. Que sepas que esto es una cita.
Atlas adoraba todo de Ralph, lo había amado intensamente durante siete años hasta que un día fue demasiado.
La joven escuchó el sonido de los sartenes y eso la hizo salir de su escondite. Fue corriendo a la cocina y se encontró a Ralph con un pescado gigante. La joven se cubrió la boca impresionada y le dijo:
—No sé qué te pasa, pero no quiero saber...
—¿Qué?
—¿Qué haces aquí?
—Mi amor, te he extrañado —respondió Ralph y ella le miró divertida.
—¿Estás teniendo un aneurisma, un derrame o qué demonios fumaste? Tú me dejaste, Ralph.
—Ya sé, y estuvo mal, pero fue lo mejor para los dos.
—Bueno, no te estoy esperando, tampoco te guardo rencor, así que puedes prepararme la cena —Ralph rió y se acercó a la barra de la cocina. Le sirvió una copa de vino a Atlas, quien le observaba en silencio.
Sentía su mirada en cada movimiento que hacía; sin embargo, continuó cocinando mientras buscaba las palabras correctas para recuperar a Atlas. Era una mujer difícil de convencer. Tener el amor de Atlas era intenso, pero ser parte de su vida te otorgaba lealtad para toda la vida.
—¿Me cuentas qué haces en mi casa?
—Mis papás quieren que me case.
Tily bebió un poco de vino. Era lo más estresante de ser parte de la vida de Ralph, siempre quería hacer lo mejor para todos. Aparentemente, eso implicaba avisarle que empezaría una nueva vida, con hijos, perros, un gato y una mujer mejor que ella. Le daban ganas de matarlo, pero en su lugar, Atlas fue por la champaña, le dio un abrazo, sirvió la bebida espumante y le obligó a brindar.
—Por la felicidad de Ralph —dijo ella chocando ambas copas. Los dos se quedaron en silencio mirándose. La joven bebió y se felicitó por la calidad del champán que había comprado, luego se sirvió más para soportar el resto de esa cena.
—No me has dejado terminar de contarte.
—¿La conozco? ¿Te vas a casar con una de mis amigas? —preguntó asustada—. Uhh, no, no, ahora eres gay.
—Tily, tú y yo somos esposos. No puedo casarme con nadie más y no planeo divorciarme.
—¿Cómo? ¿Cómo… hiciste eso? Oh…
—De eso quería hablarte.