Sobornado y sin poder quejarme. (Julián Molina) Ya debían ser más de las once y media de la noche cuando regresé a la casa. Caminaba casi arrastrando los pies del cansancio y porque el dolor en la espalda se intensificaba con cada paso. —¡Buenas noches, vecino! —susurró una voz debajo de una escalera ya a pocos paso de ingresar a mi habitación. —¡Ah! Es usted vecina, buenas noches. ¿Cómo está? —pregunté y la vieja llevaba un enorme tabaco en su boca, estaba en lencería de color n***o y encima llevaba un tipo de albornoz en encaje. Nunca había visto algo tan grotesco, así que quise apurarme y alejarme de esa rara en incómoda situación. —¡Vecino, descansa y sueña bonito! Si necesita algo no dudes en pedírmelo, siempre dejo la puerta de atrás abierta por si acaso en alguna ocasión tiene