Capítulo Diez: Atada a ti

1236 Words
—El hombre retirará los cargos contra Athina Parr, y quiero que la dejen libre. El comisario lo observó incrédulo. —Pero... señor, ella ha cometido un crimen. —¿Y cuánto vale ese crimen? Póngale precio, estoy dispuesto a pagarlo —sentenció el hombre. Los ojos del comisario se volvieron ambiciosos y Phoenix pudo notar que ese sujeto tenía un precio. —Bien... la dejaré libre, el señor Thompson debe firmar esto. El hombre miró las hojas de papel, pero sintió esa mirada severa de Phoenix Masiss sobre él. No tenía idea de porqué ese hombre estaba ahí, no creía que le importara eso, ahora temía que el escándalo del video estuviera expandiéndose a todas partes. Firmó, finalmente. Phoenix le hizo una señal, y el hombre lo siguió, apartándose del comisario. —¿Qué ha pasado con la mujer? Ayer te divorciaste de ella. —¡Esa mujer es una maldita loca, señor Masiss! La dejé porque no la amaba, era mala esposa, y mala madre con mis hijos. —¿Hijos? —Eran sus hijastros, pero solo debía cuidarlos bien, y ni eso pudo hacer, por eso la dejé, de pronto, enloqueció, me encajó un cuchillo ¡Mírelo usted mismo! Phoenix miró la herida, estaba sorprendido. —Además es una ramera, la he descubierto en infidelidades, no es una buena mujer. —¿Por eso la golpeaste? —¿Cómo… lo supo? —exclamó asustado —Yo siempre sé todo, contesta. —Bueno, debía defenderme, ella ensució mi nombre, ¿Qué podía hacer? —No golpearla, tal vez, pero eres un imbécil, no me extraña de ti —dijo con ojos severos, Brian se sintió humillado, pero cerró la boca, ese hombre era todo lo que él no era, porque aún el dinero de Athina estaba invertido no podía obtenerlo—. Ahora puedes lárgate —sentenció Phoenix —Señor, le prometo que mis escándalos no influirán en mis labores. —Ya lo veremos. Brian dio la vuelta y se fue. Phoenix esperó a que realmente el hombre se hubiera marchado, miró al comisario, mis hombres vendrán por la mujer, entréguesela en la condición que ellos digan y por la puerta trasera. El comisario observó el cheque sus ojos se volvieron enormes al ver la cantidad, sonrió. —A sus órdenes, señor Masiss. El hombre salió de ahí. Athina escuchó pisadas, se puso nerviosa, de pronto un hombre abrió la reja. —Estás libre, mujer, márchate. Athina estaba sorprendida, pero obedeció, le hicieron firmar una hoja. —¿Por qué me liberaron? —No hagas preguntas, mujer, márchate. Athina obedeció, cuando pudo ver la luz de la tarde se preguntó si debía volver a King House, pero tuvo miedo de no ser bien recibida. Dio vuelta en una calle cuando un auto pasó justo a su lado, se detuvo y de ahí bajaron varios hombres. Ella gritó con miedo, cubrieron su boca, y vendaron sus ojos, como una muñeca la llevaron con ellos. Poco después, sintió que algo punzante le hirió la piel, perdió la conciencia. Brian llegó a casa de su hermana Martina. Ella mandó a llamar a sus sobrinos. —Padre, ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está madre? —exclamó Emily —Athina ya no es más su madre, ella y yo no estaremos más juntos. —¿Mami volverá? —exclamó el pequeño Liam. —¿Acaso eres sordo, niño? ¡esa mujer nunca volverá! ¡Olvídala! —sentenció severo. Liam se echó a llorar sin comprender, tan asustado, Brian lo vio llorar, se acercó a él, salvaje, lo tomó de los hombros y lo zarandeó, luego tomó con su gran mano su barbilla, apretando con fuerzas. —¡No llores, estúpido mariquita! ¡los hombres no deben llorar! ¡No llores! —exclamó con voz fuerte, asustando al pequeño de siete años. —¡Ya basta, suéltalo! —dijo Jean y lo apartó de él, abrazando a su pequeño hermano. —¡Athina es una mujerzuela! Me ha engañado con otro, no quiero más escuchar de ella, ni su maldito nombre, ustedes no tienen madre, murió hace años, así que no vuelvan a hablar de ella, ¿Entendieron? Los tres bajaron las cabezas, asustados, y el hombre volvió a gritar —¡¿Entendieron? —Sí, padre, nunca más hablaremos de esa mujerzuela que te engañó, papito —dijo Emily —Muy bien, ahora vayan a dormir. Los tres subieron a sus habitaciones. —¡Hermano! ¿De verdad Athina quiso matarte? —Claro, esa perra quiso acabar conmigo, ahora tiene lo que merece. —¿Y que pasará ahora con los niños? ¿Quién los cuidará? —exclamó —Pues tú, ¿Quién más si no? —Pero… dijiste que me casaría en este año. —¿Casarte? —el hombre rio a carcajadas—. ¡Eres una mujer fea! ¿Quién se fijará en ti? Festeja que no morirás sola y con dos gatos, ¡encárgate de mis hijos! —sentenció. Martina no pudo evitar llorar ante las horribles palabras de su hermano mayor, ella era una mujer de treinta y cinco años, y nunca consiguió el amor, ahora que sentía que el tiempo estaba encima de ella, todo lo que quería era casarse. Athina abrió los ojos, miró el techo blanco, y alrededor, intentó enderezarse, cuando sintió sus manos atadas a los barrotes. —¡¿Qué es esto?! —exclamó aterrorizada —Hasta que despertaste, ¡Ya era hora! Esa voz la sorprendió, miró frente a ella, ese hombre estaba ahí, con los codos recargados sobre sus rodillas, la barbilla recargada en sus manos, y esa mirada casi asesina. —¿Qué me has hecho? ¡Libérame ahora mismo! —exclamó rabiosa Él se levantó, la miró con ojos severos. —¿Y por qué lo haría? Nunca dijiste que eres una criminal. —¡No soy ninguna criminal! —Pues tu exesposo afirma lo contrario. Ella tragó saliva, aturdida, negó. —¡Libérame, no he hecho nada malo! Phoenix se acercó a ella, tan despacio que la mujer no sabía que esperar, tembló de miedo, él se sentó a su lado, mirándola, estaba a su merced. —¿Sabes todo lo que podría hacer contigo? —exclamó con los ojos lujuriosos —¡Tócame un solo cabello y verás lo que te pasará! —¿Qué me harás? —exclamó con ojos penetrantes—. ¿Vas a encajarme un cuchillo en el brazo como a tu exmarido? Ella sintió que se quedaba sin aire, incrédula de todo lo que Brian Thompson inventó sobre ella, furnció la boca con rabia. —Piensa lo que quieras, pero si me haces daño, si me tocas, el cuchillo que encaje en tu piel no irá en tu brazo, si no en tu pene, ¡Así que jódete y libérame! —espetó con rabia Phoenix alzó las cejas sorprendido de su léxico, luego sonrió malicioso, dio un respiró y sacó la llave, la liberó solo de una mano, y la tomó con fuerzas. —¿Dónde has dicho que me encajarás el cuchillo? ¿Acaso eres tan valiente? —el hombre tomó su mano, la bajó a su entrepierna, haciendo que ella palpara su virilidad, de pronto se acercó a sus labios, los besó con violencia liberando un jadeo de placer, ella pataleó, asustada, su pequeña mano estaba temblorosa sintiendo su dureza. —¡Suéltame, maldito seas!
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