Capítulo Uno: Mi esposo es un extraño
Athina escuchó murmullos, la puerta del despacho estaba entreabierta, cuando miró por la ranura, pudo ver esa imagen grotesca, asquerosa, le causó repulsión.
Sus ojos se volvieron llorosos, lágrimas mojaron sus mejillas, contuvo el nudo que ahogaba su garganta, su mente se volvió fría por un instante, estaba inmóvil, tomó su teléfono, se dio cuenta de que lo llevaba en el bolsillo de su vestido.
Abrió ligeramente la puerta, solo un poco más; ahí estaba su esposo junto a Vera, su asistente, alguien a quien ella quería y trataba bien, los dos traicionando su confianza, grabó y tomó fotos, mientras se besaban, tan embelesados sin siquiera notar su presencia.
Athina se alejó tan rápido como pudo, no quería verlo más, tuvo suficiente.
Tocó su estómago que dolía.
¿Por qué su marido la engañaba de cruel manera? Ni siquiera la había tocado a ella ni una vez, justificándose de su enfermedad extraña que lo tenía con una disfunción eréctil, imposible de cumplirle como un hombre a una mujer.
«Todo este tiempo me han engañado, viéndome la cara de idiota, ¡Cuánto se han burlado de mí! Pero, el mundo entero lo sabrá», pensó.
Athina sintió que su mente era cubierta por una neblina oscura.
—¿Mami? —exclamó el pequeño Liam.
Athina lo miró con dolor, y luego le pidió que fuera al jardín a jugar con los demás.
Brian tenía tres hijos de su antiguo matrimonio; Emily y Jean mellizos de dieciséis años, y el pequeño Liam de siete años.
Ella se casó con Brian, que era viudo, por orden de su abuela, estaba enferma, y ella tenía veintitrés años, su abuela iba a morir, Athina heredaría mucho dinero de sus padres fallecidos, pero la abuela se negó a dejarla desprotegida, creyó que, al casarla con Brian, él la cuidaría
«¡Qué equivocada estabas, abuela!», pensó con dolor, ahora ella tenía veinticinco años, y descubrió que no conocía al hombre con el que estaba casada.
Athina se apartó, miró por la ventana a todos los presentes, eran familiares y amigos de Brian, ella tenía el contacto de ellos.
«Veamos que piensan de que ese hombre que dice ser íntegro y bueno solo es un infiel traidor», pensó con las manos hechas un puño de rabia.
Caminó al jardín, la gente parecía feliz, algunos la saludaban.
—¡Qué comida tan exquisita! Brian tiene una esposa abnegada y obediente, ¡Qué afortunado!
Athina sonreía, pero su mirada era gélida, estaba por enviar el video a todos, desde su propio móvil, aún lo pensaba, sentía que sus manos temblaban de temor, pero al fin se decidió, envió el video por mensaje y les llegó a los invitados en cuestión de minutos, ni siquiera se contuvo, también lo envió al par de infieles, que al salir al jardín y escuchar los móviles resonar, observaron la pantalla de sus respectivos teléfonos.
Los ojos de los infieles se abrieron enormes, se miraron entre sí con desconcierto, sintiendo un pesar en su interior. Brian alzó la mirada y encontró los ojos castaños de Athina, mirándolo con despecho.
Las personas se levantaron impactadas, no podían creerlo. Los padres de Vera Neal estaban ahí, su madre se levantó y abofeteó su rostro, su padre solo tomó su brazo, y maldijo el nombre de Brian, la llevaron lejos de ahí, mientras la gente murmuraba incrédula, algunos se marcharon deprisa de ahí, mirando al hombre con repruebo.
Brian contuvo la rabia que sentía, fue humillado delante de sus amigos más íntimos y sus familiares.
Su hermana se acercó.
—Brian, me llevaré a los chicos a dormir a casa, fue tu esposa quien envió el video, ¡Quién lo diría! La esposa abnegada se ha rebelado ante ti, pasó de ser tan admirable, a ser una desgraciada.
Martina fue por los chicos y se los llevó.
—¿Qué es lo que pasa? —exclamó Emily—. Madre, ¿Está todo bien?
Athina fingió una sonrisa.
—Sí, cariño, vayan con la tía Martina, mañana los veré.
Athina abrazó a Liam con fuerza, y luego vio a los tres chicos partir.
De pronto, cayó en cuenta de que la casa quedó absolutamente sola, titubeó para entrar a casa, esperó un poco más. Mientras escuchaba al interior que su esposo hacia llamadas.
Por fin, entró en casa. Athina sentía que su cuerpo temblaba, caminó hasta el salón principal.
Brian estaba sentado en un sillón, sus brazos recargados sobre sus piernas, con la mirada hundida en la alfombra, tenía cuarenta años, nunca fue un hombre amoroso o dulce, solo era alguien severo con ella, que gustaba de presumirla como un trofeo cuando había reuniones, después, ella solo era un adorno más en casa, una niñera de sus hijos, pero a pesar de eso, Athina conservó la ilusión de que algún día él le confesaría su amor, sería su mujer, serían felices como siempre soñó serlo.
—Me engañaste, Brian, dijiste que… no podías estar conmigo… pero, con ella, ¡Con Vera sí que pudiste! —su voz era rabiosa.
Incluso Brian sintió que no era ella misma, sino otra mujer, una loca que no soportaría, se levantó y su mirada se ensombreció.
Se acercó despacio y ella no pudo huir, ni anticipar nada.
—¡Cállate, maldita perra! —abofeteó su rostro con tal fuerza, que Athina cayó al suelo, por un instante se quedó perpleja, como si no entendiera que acababa de pasar, nunca la golpeó en el pasado, no lo esperó, luego chilló al sentir el dolor, no solo en su cuerpo, también en su alma.