Capítulo Tres: Debo escapar

971 Words
Phoenix Masiss caminaba por el hospital, desde su llegada, todos se preocuparon por atenderlo, incluso el director del hospital fue a saludarlo. Le dieron el mejor de los tratos a Athina, incluso una habitación especial por considerarla importante para el señor Masiss. —Buenas noches, señor Masiss. El hombre que en un principio estaba con la mirada pensativa, inspeccionó el rostro del doctor con atención. —¿Está muerta? —¡Oh, no, señor! Ella está bien, sufrió un golpe en el costado, pero no hubo ninguna lesión, lo demás, son solo golpes, al parecer sufrió un asalto. —¿Asalto? —el rostro del hombre fue perplejo, frunció las cejas, no era precisamente un hombre de muchos gestos, así que el doctor no sabía si estaba tranquilo o furioso, eso le angustió, el director le hizo ver que era importante complacer al señor Masiss —Sí… bueno, sus golpes, no fue por el asunto del atropello, alguien la golpeó demasiado antes de eso. «¿Así que yo no he tenido nada que ver? ¿Eh? Entonces, ¿Qué malditas cosas hago aquí?» pensó. —Ajá, entonces, ¿No se va a morir? —No, claro que no, sus lesiones en realidad no son de gravedad, y planeo darla de alta hoy mismo, solo necesita ungüentos, y algunos medicamentos, es todo. —Bien, entonces, me iré. —¡Señor! —¿Qué? —exclamó con desdén —¿Y la mujer? —¿Qué mujer? —La que arrolló… accidentalmente, claro, porque la culpa fue de ella —dijo temeroso, cuando vio los ojos del hombre curvearse—. Es que no hay datos o información sobre ella, entró como no nombre, ¿Usted la conoce? Phoenix se quedó pensativo. «En mi vida la había visto», por un instante la recordó. —No lo sé… —¿Quiere pasar a verla? Tal vez, sí la conoce. —Está bien, pasaré a verla. «Le daré algo de dinero y le diré que se vaya por donde vino», pensó. Phoenix caminó hasta la habitación, cuando entró observó esa figura femenina tendida en la camilla, era tan delgada, y pálida, pero su rostro no podía apreciar belleza porque estaba amoratado. Él recordó lo que dijo el médico, la chica sufrió un asalto y fue golpeada, Phoenix tenía la fama de ser cruel, su carácter era severo y no tenía pelos en la lengua para decir nada, pero, a decir verdad, su madre le enseñó a nunca pegar a una mujer, sea quien sea, aunque a veces se encontró con mujeres terribles, nunca las tocó. Phoenix sacó unos billetes de su cartera, los dejó a un lado, estaba por irse, cuando sintió esa mano tibia sujetando su antebrazo. —¡Por favor! ¡Sálveme! —exclamó Athina, tenía un moretón en su mejilla, su labio roto, ojos rojos y llorosos. —¿Qué te sucede, mujer? ¿De quién debo salvarte? Ella rompió en un llanto más angustiante, y de pronto se abrazó al hombre. Phoenix se quedó congelado, no era esa la clase de contacto que le gustaba con ninguna mujer, usualmente, si quería sexo lo conseguía con una mujer a la que solía visitar de vez en cuando, únicamente con ese fin, pero, abrazos, arrumacos o besos, ¡Eso no era para Phoenix Masiss! Sintió un calorcillo que lo envolvió. Se apartó de ella, brusco, la mujer casi caía de boca al suelo, cuando Athina, aún débil y aturdida, recuperó el sentido de realidad, vio a aquel hombre en su máxima expresión; alto, de cabellos oscuros, ojos grandes y azules, pero su gesto era severo, como si fuera de hielo. —Yo… —¿Acaso creíste que era un héroe? ¡Casi haces que te mate en la carretera! Mi auto sufrió un desperfecto, no sé en que líos estés metida, tampoco me importan, toma ese dinero y sigue tu camino, no te cruces por el mío —los ojos de ese hombre eran tan gélidos, le dio escalofrío, creyó que eran tan feroces como los de Brian Thompson. Phoenix salió, y ella se quedó en la camilla, sintiendo que temblaba, lágrimas surcaron su rostro. «Todos los hombres son desalmados», pensó, lágrimas calientes surcaron su rostro. Ella tomó el dinero, debía irse, pero, ¿A dónde? Athina recordó a su abuela, ella tenía razón, estaba sola en el mundo entero. Athina se vistió, tomó el efectivo, salió de ahí, estaba cruzando el pasillo, tan lento como podía, ni siquiera vio que alguien se opusiera a su salida. Observó a ese hombre subir al ascensor, acompañado de otro, sus ojos se cruzaron una sola vez. —Es la mujer que arrollé, creí que aún estaba herida… —las puertas se cerraron y se dejaron de ver Su acompañante era el asistente personal del señor Phoenix, Elon Hart, el hombre le miró sorprendido. —¿Quiere que averigüe algo de esa mujer? —¿Y por qué? —de pronto aquella pregunta fue extraña para Phoenix, no estaba haciéndola a Elon, sino a él mismo «¿Por qué averiguaría sobre esa mujer?», pensó, sintiendo que su curiosidad crecía. Athina hundió la mirada, caminaba para irse, creyó que podría hospedarse en un hotel, cuando esa voz la congeló de miedo. —Dicen que llegó una joven no identificada que fue arrollada, y creo que se trata de mi esposa; ella tiene veinticinco años, es de piel blanca, cabellos marrones, ojos azul verdosos, es delgada, mide un metro y setenta, no tiene nada de particular, bueno, es torpe, quizás se accidentó por estúpida. —Hay una paciente que llegó por ser arrollada, quizás sea ella. Una sonrisa de satisfacción, que para Athina se volvió siniestra, se dibujó en el rostro del hombre. Ella sintió miedo. «Si me descubre, seguro va a matarme, debo escapar», pensó.
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