Frederic Rosenbaum estaba en ese amplio despacho, sentado sobre un sofá confortable, admiró el lujoso lugar. Tenía años sin visitar la casa de los Derickson, era casi una mansión, con enormes campos de siembra dirigidos por los empleados leales. Había sido gran amigo de Lord Derickson, aunque siempre fue un zoquete, mujeriego y manipulador, pese a todo, habían sido cercanos.
La puerta del despacho se abrió, y observó al caballero, de porte elegante, alto, miró fijo a sus grandes ojos azules, era más parecido a su madre, tomó su mano con firmeza, mientras sonreía; era extraño haberlo conocido desde niño, y ahora verlo convertido en un hombre
—Andrew Derickson, es un honor volver a verte, te deje cuando eras un pequeño, ahora eres todo un hombre —dijo sonriente, pese a la seriedad marcada en el rostro de Andrew le brindó una gran sonrisa
—A mí también me alegra volver a Glosk y verlo —tomaron asiento y una empleada les trajo té—. Me temo que he escuchado que tiene ciertos problemas de liquidez, señor Rosenbaum.
Frederic palideció, no era agradable que los demás percibieran sus problemas económicos, sobre todo porque era un hombre que siempre pudo sacar adelante su hogar con esfuerzo e inteligencia
—Estoy seguro de que superaré los problemas que han dejado la gran depresión.
—También estoy seguro de ello. Fred, se que necesita dinero en este momento, así que —Lord Derickson sacó un sobre amarillento de un cajón y se lo entregó, cuando Frederic lo abrió y vio la cantidad de dinero que era, se sorprendió, lo rechazó enseguida—; Por favor, no sea orgulloso, tómelo, ya casi somos familia.
Fred quiso negarse, de verdad iba a hacerlo, pero pensó en Mackenzie y Clarence. No creía que Rosbell tuviera tan mala entraña como para abandonar a su familia por un hombre, esa no era la hija que había criado, seguro estaba de que volvería, y podría desposarla con Derickson, ¿Y si no sucedía? El hombre respiró, pensó en su lema favorito «Todo tiene una solución, mientras haya vida»
—Sobre el matrimonio —dijo entregándole un maletín con dinero—; Dígale a mi querida señora Gema, que comience con los preparativos de la boda, que no se preocupe por la dote, y que no escatime en gastos, si necesita más dinero, solo debe pedirlo.
—Gracias.
—Pero, quiero pedirle algo —Rosenbaum lo observó atento—. Quisiera pedirle la oportunidad de ver a Rosbell, es importante que yo hable con ella.
Frederic palideció, unas gotas de sudor perlaron su rostro, y tomó un pañuelo para secarse, aclaró su garganta y sonrió con falsedad
—Lamentablemente Rosbell se encuentra un poco enferma, tiene una severa gripa, nada grave, pero me temo que no querrá contagiarte.
—Entiendo, ¿Ya la vio un médico?
—Sí, no te preocupes, solo debemos tener paciencia.
—Bueno, entonces, querido Fred, en cuanto se reponga podré verla.
—Aunque habíamos quedado que la boda sería rápida.
—Lo más rápido posible, como sabe, la soledad no es buena, además, quisiera quedarme establecido en Glosk, eso me alentaría con ganas.
Fred asintió despacio.
—¿Cuándo quieres pactar la fecha?
—Querido Fred, ¿Sería posible que de su consentimiento para dentro de ocho días?
Fred se quedó mudo, pero dijo que sí. Salió de ahí con el corazón acelerado y su cuerpo tembloroso, odiaba mentir, pero más odiaba la incertidumbre del futuro.
Apenas llegó a la hacienda contestó las preguntas de su familia, Gema estaba dichosa con el dinero recibido, y como si fuera posible el regreso de Rosbell se dedicó a preparar la boda. Pronto corrieron los rumores del matrimonio, pero de Rosbell se rumoró que estaba enferma, incluso muchas mujeres creían que quizás tenían oportunidad de capturar al Lord, porque Rosbell no mejoraría. Sin saber, que, Rosbell era feliz y sana en el cercano pueblo de Lorf.
Estaba enrollada a los brazos fuertes de John, en la cama, desnudos, ya se habían desposado. John clavó su mirada en ella, era tan hermosa, de ojos marrones, cabello rubio como el trigo y labios rosados gruesos.
—¿Quiero pronto un bebé contigo? —dijo muy seguro
—¿De verdad?
—Te amo, Rosbell, nadie nos va a separar —dijo para volver a colocarse encima de ella y dar rienda a la pasión desenfrenada que los unía
Gema trajo el vestido blanco, era precioso, Mackenzie miró a su madre como quien mira a un loco. No comprendía como era posible que creyera que Rosbell volvería, era imposible.
Cuando llegó el señor Dave, no encontró al señor Rosenbaum
—Dígame lo que sea, señor Dave.
—Niña, han visto a su hermana en Lorf, la han visto junto a John Fortune en los hoteles cercanos al mar del norte —espetó con franqueza, apenas era el amanecer Mackenzie tomó conciencia de que Lorf estaba a una hora en caballo, ensilló el suyo y sin dudar cabalgó de prisa, debía hablar con su hermana, o todo estaría destruido.
El viaje fue agotador, pero dejó su caballo con un cuidador al que le pagó una cantidad de dinero en garantía. Fue de prisa al hotel, ahí afuera estaban los hombres de John Fortune, vestidos con ropas de trabajo, bebían cerveza y fumaban, mientras reían y maldecían, pero cuando Mackenzie se acercó fijaron sus ojos lujuriosos en su figura, se sintió cohibida, pero recobró la seguridad, uno de los hombres el más alto la miró casi desnudándola, era una jovencita delgada, blanca, con cabellos rizados castaños claros, envueltos en una trenza larga, mientras una diadema plateada con un broche de flor en el centro adornaba su cabeza, sus labios eran rojos, y sus ojos azules, llevaba puesto un vestido largo, el grandulón se acercó con aire seductor
—Nena, ¿Buscas un poco de diversión?
Ella se alejó
—¡Buscó a John Fortune! —exclamó y los hombres se echaron a reír
—¡Todas buscan a John! —espetaron burlándose del hombre, que parecía enfurecido
—Cariño, tengo dinero, puedo darte lo mismo que él.
—¡Dígale que estoy aquí, y que vengo por Rosbell!
—¡A mí nadie me da órdenes! —gritó el hombre, asustándola, ella dio un paso atrás
—¡Basta, Jeremy! Yo me encargo —dijo John Fortune. Mackenzie tragó saliva, y bajó la mirada, la alzó cuando los hombres obedecían y se iban, observó a John, lo conocía de vista, de cerca era más atractivo de lo que parecía, tenía el cabello rubio y ojos cafés, una sonrisa blanca y perfecta, además un porte salvaje, amable a la vez
—Bienvenida, tú eres Mackenzie, la pequeña.
—¿Dónde está Rosbell?
—¿Cómo nos encontraste?
—Mi hermana no es una mujer libre, está comprometida con un Lord, así que he venido por ella —dijo con firmeza. Aunque lo ojos de Fortune centellaron, no se molestó, rio irónico
—Lamento decirte que Rosbell no se irá de mi lado, ahora somos familia Mack, ahora somos cuñados.
Ella estaba tan sorprendida
—¡¿Qué ha dicho que?! ¡Es imposible! Mi padre no tiene dinero, ustedes no tienen idea en el lío que nos están metiendo —dijo asustada, con los ojos enormes y llorosos. John lo notó y puso sus manos en los hombros de la chica, sintió algo de ternura por ella, mientras pensaba en que todas las hermanas Rosenbaum eran hermosas
—Tranquila, no desampararé a mi nueva familia, ve con tu padre y dile que conseguiré el dinero que necesita —Mackenzie apartó sus manos de su cuerpo
—¡¿Robando?! —gritó haciendo enrojecer a Fortune
—Niña, tú no entiendes…
—¿Cree que por robar a los que le sobra el dinero ya lo hace un héroe? Se equivoca, hay una palabra que usted desconoce; principios morales, quitarle dinero a un extraño es un robo.
—¿Ahora me darás lecciones de moralidad, Mackenzie? Tus padres querían vender a Rosbell al mejor postor con tal de un poco de plata.
Mackenzie quería gritar, golpear a ese hombre, pero no pudo, su rabia se contenía, porque en el fondo sabía que era cierto
—. Y no me digas que es un compromiso de la infancia, porque Rosbell no ama a ese hombre, ella me ama a mí, y aprende una lección ahora: el amor no se compra. Ahora vete Mackenzie, o le pediré a mis hombres que te regresen a Glosk, y no serán amables —Mackenzie tuvo miedo, había seguridad en Fortune, no sabía que sería incapaz de hacerlo
—Es un malvado y salvaje, dígale a Rosbell que cuando usted le falle, entonces se quedará sin familia —la jovencita dio la vuelta y se fue. John sintió su corazón pequeño, no solo por la discusión sino porque en el fondo sabía que las cosas se habían hecho mal y conseguir la aprobación de los Rosenbaum sería casi imposible.
Mackenzie cabalgaba rápido, sus ojos estaban llorosos, quería llegar a casa, pero no sabía que decir a su padre, estaba llegando a un cruce de caminos, no era capaz de oír el sonido del motor del auto Lincoln continental que se cruzaría con ella, Mackenzie apenas pudo sostener las riendas, porque su equino se alzó aterrorizado, dio media vuelta, pero no cayó y tuvo suerte, bajó de prisa, mientras el caballo escapaba de prisa, maldijo molesta. El hombre del auto bajó, su rostro era preocupado
—¿Está bien? —preguntó
Ella alzó la vista encontrándose con el hombre que vio en la playa. Era otro atardecer y sus ojos se embelesaron ante la magnífica presencia.