―Ayer no sé qué pasó, estuve todo el día durmiendo, Bruno me tuvo que llevar a su camarote porque no fui capaz de nada, dice que no me quisieron llevar a nuestra habitación, se suponía que estabas durmiendo o esperándome y ninguna de las dos opciones daba para que entraran al cuarto ―le contó Ricardo a su esposa al almuerzo el día siguiente―. ¿Tú qué hiciste?
―Me dijo Nelson que no estabas disponible, así que anduve por aquí, por allá, almorcé en la piscina ―omitió lo de los juegos a propósito―. Ya no nos atiende el mesero del principio, ahora nos atiende solo la chica. Después, leí toda la tarde en la cubierta mientras tomaba el sol. ¿Por qué quedaste tan mal? ¿Hasta qué hora bebiste?
―No lo recuerdo. Recuerdo que estábamos discutiendo y me dejaste solo… hasta ahí recuerdo.
―Estabas bastante ebrio cuando te dejé.
―¿Qué te dije?
―Me dijiste que tus negocios no andaban bien, que lo habías perdido todo, ¿es verdad?
―¿Me vas a dejar por eso?
―No, sabes que no, pero quiero saber la verdad, ahora que estás sobrio quiero saber por qué dijiste que querías que te recordara como antes.
―Porque cuando me conociste yo era otro, ¿lo recuerdas? Sí, siempre he sido arrogante, con mi estampa y mi dinero bien podía darme ese lujo, pero no era así, no tenía que emborracharme, tampoco era violento.
―Eso cambió cuando nos casamos.
―No, princesa, eso cambió cuando mis negocios comenzaron a irse a pique.
―No mientas, al volver de nuestra Luna de Miel…
―Al volver de nuestra Luna de Miel… ―La interrumpió y le tomó las manos―. Al volver de nuestra Luna de Miel, una de mis empresas se fue a la quiebra, tuve que hacer muchos malabares para evitar perder otras más, todo este tiempo he luchado contra el fantasma de la bancarrota y ya no puedo más, todo está perdido.
―¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué seguiste gastando como si fueras dueño del mundo?
―Porque no podía aparecer ante ti como un fracasado, ¿qué hubieras pensado de mí?
―Por favor, Ricardo, ¿me vas a decir que por eso me golpeabas? Hubiera preferido mil veces haberme ido a vivir abajo del puente contigo, con el hombre que me enamoró, antes de sufrir lo que he tenido que sufrir a causa de tu inseguridad, ¿qué creías?
―Baja la voz, por favor.
―Ayer no bajaste la voz cuando me trataste de inútil, de estúpida, de ignorante, hasta de perra y puta…
―Basta, no voy a permitir que me dejes en ridículo en público.
―Pues entonces golpéame, golpéame delante de todos si eres tan hombre ―lo incitó envalentonada, se sentía cansada de tolerar sus arranques sin importarle, ni su dignidad, ni su integridad.
Él apretó la mandíbula y los puños, Maritza se levantó y salió apresurada de allí, no quería ser golpeada delante de todos, aunque se lo hubiera ofrecido. Al salir chocó con Ulises.
―Apártese de mi camino, siempre aparece en los peores momentos ―espetó ella y, sin esperar respuesta, siguió camino a su camarote, seguida por Nelson que tuvo que correr para darle alcance.
Ulises miró hacia la mesa donde se encontraba Zegers y lo vio negar con la cabeza, parecía frustrado, y cómo no, pensó, si con esa mujer cualquiera se frustraba.
―Jefe, ¿se va a quedar parado ahí toda la tarde? ―le preguntó Xiomara que pasaba por su lado en ese momento.
―No, no, ¿vas con el tipo ese?
―Sí, pero la esposa se fue, estaban discutiendo muy feo, claro que no tanto como antenoche.
―Te espero en la cocina ―le dijo, curioso por saber lo que había ocurrido la noche que la había encontrado en el pasillo de las cabinas, cuando habían discutido.
―Igual le interesa ―se mofó y fue a atender al hombre.
Ulises se encaminó a la cocina, los Russo se habían ido a dormir la siesta y él venía de vuelta de dejarlos en sus dormitorios. La espera se le hizo eterna. Parecía que Xiomara tardaba a propósito.
Cuando entró la joven, él le recibió la bandeja y la dejó sobre el mesón. Otro de los chicos se hizo cargo.
―Ya, ¿qué quiere saber? ―preguntó Xiomara al volver.
―Quiero que me digas todo lo que sepas de ese matrimonio de locos.
―No mucho, casi nunca andan juntos, ella es más relajada cuando él no está, él es un alcohólico sin remedio, es un tipo agresivo, no sé si quiere guardar las apariencias o quiere controlarse, pero le es muy difícil mantenerse sereno, sobre todo con su esposa; estoy segura de que la violenta.
―Ella no parece muy a disgusto con él.
―Lo está, aunque no lo parezca. Él no la hace feliz, eso se le nota a leguas, incluso creo que le teme, pero no quiere demostrarlo, como que le da vergüenza.
―Ahora parecía que habían discutido, él quedó muy enojado.
―Sí, pero justo antes de eso, ella le dijo que si quería pegarle enfrente de todos, que lo hiciera. Eso no lo escuchó usted.
―¿Lo dijo en voz alta?
―Algo así, Ignacio estaba cerca y también los escuchó.
―Tal vez lo saca de quicio. A mí me saca de quicio.
―¿Lo está justificando? ―interrogó ella con indignación.
―No, por supuesto que no, solo era una broma.
―Bueno, pues si a él no le gusta cómo es ella, que se separe, no tiene por qué amenazarla y mucho menos golpearla. Aparte que como la trató la otra noche… No me diga que tiene justificación.
―No te enojes conmigo, yo no golpeo mujeres.
―Perdón, es que me superan los tipos que se creen superiores, que abusan de las mujeres porque son más fuertes, o más ricos, o más poderosos. Los odio.
―¿Y qué pasó la otra noche?
―Él, para variar, se puso a tomar sin control, salieron a cubierta y allá él se puso a gritarla, la trató de todo, jefe, le dijo cosas horribles que no me atrevo a repetir, yo iba a intervenir, pero pensé que podía empeorar todo, igual me quedé, porque si le ponía una mano encima…
―¿Y el perro guardián que tiene?
―Se dio cuenta, pero tampoco quiso meterse, mandó al otro a buscar algo y, cuando volvió, ella se estaba yendo, él tuvo que perseguirla, el otro algo le inyectó al estúpido y se quedó dormido, ahí se lo llevó con Ignacio al camarote ese extra que pidieron.
―Ah, para sus borracheras contrataron una cabina extra.
―Puede ser. La cosa es que la señora no volvió, el que volvió fue el perro guardián, en el escándalo, dejó su cartera, su abrigo y su celular allá arriba.
Ulises se quedó pensativo, en ese momento fue cuando la encontró, ella miraba alejarse al escolta cuando chocó con él. Por eso, quizás, estaba tan a la defensiva.
―Por eso me da rabia que la trate de loca, ella no está loca, está sobreviviendo a un sicópata y usted diciendo que ella saca de quicio a cualquiera y que está bien que la trate así ―terminó con los ojos llenos de lágrimas.
Ulises sonrió comprensivo y acercó a su joven empleada hacia sí.
―Ya, relájate, solo fue una broma, sabes que yo jamás golpearía a una mujer y creo ser bastante controlado. Con la condesa estoy haciendo un máster de paciencia.
―Yo sé que usted no lo haría, pero ese tipo sí.
―¿Te preocupa ella?
―Me preocupa, porque él a veces la mira como si quisiera asesinarla.
―Eso sí es grave, Xiomara, espero que no estés viendo cosas donde no las hay.
―Eso espero yo también. Ya les dije que no me sorprendería si ella aparece como un número más en los diarios, total, para muchos, una mujer más, una mujer menos, es nada.
―¿Y qué hay del tipo que la sigue a todas partes?
―Es su escolta personal, él también tiene uno, pero más parece niñero, él es que lo lleva al camarote para que duerma la mona lejos de su mujer. El que anda con ella no la deja sola nunca, la acompaña a todas partes y, al parecer, tienen una buena relación.
―Sí, lo pude notar ayer en los juegos ―replicó con molestia.
―Sí, pero son solo jefa y empleado, no piense mal.
―No serían la primera pareja jefa-empleado que tienen un amorío secreto.
―No lo creo, parece como si él quisiera protegerla de su marido.
―Si es su guardaespaldas, es lo que debería hacer, es su trabajo.
―Sí, pero me parece que lo hace más que como su guardaespaldas, parece que quisiera protegerla… No sé, no sé cómo explicarlo. La mira extraño, no como si le gustara, no sé, no sé… Es raro. Espero no equivocarme en eso.
―¿Y si está enamorado de ella?
―Yo diría que no, pero no meto las manos al fuego por eso, a lo mejor soy yo la que no lo quiere ver.
Ulises la miró sorprendido, ¿acaso le estaba confesando que le gustaba ese mastodonte de casi dos metros de alto y dos Xiomaras de ancho? No alcanzó a decir nada, Johan entró con una bandeja y se paró frente a su compañera.
―Tu pasajero se fue indignado porque tardaste mucho con el postre.
―Pero si acabo de llevarle la comida ―refutó la chica.
―No comió, quería su postre de inmediato. Estaba furioso.
―Imbécil.
―Hey, no trates así a los clientes ―le dijo Ulises con diversión.
―Perdón, jefe.
―Solo a él ―terminó divertido.
Los tres rieron en voz baja.