―Lo siento ―atinó a decir ella y se hizo a un lado para que él pasara.
―Vaya, no es tan valiente sin su marido, al parecer.
―Por favor, no estoy de humor.
―Ah, claro, perdón, es que hoy al almuerzo la vi de muy buen humor.
―Creo que, si sigue molestándome, tendré que llamar a su jefatura, señor…
―No le diré mi nombre, ¿cree que soy estúpido?
―Bastante, le diré, pero no al punto de pensar que no sabe siquiera su nombre.
―¿Usted se cree muy inteligente?
―Más que usted.
―Lo dudo.
―Permiso, no tengo ganas de discutir.
―¿Espera que le crea eso? Usted es la reina de la discusión.
―Usted es muy fastidioso y demasiado engreído, ¿no se lo habían dicho? Demasiado para un simple mesero.
―Claro, como usted se cree la condesa del Godess Carité…
―¿Qué dijo?
―Lo que oyó, anda por ahí con aires de condesa, como si le hiciera un favor al mundo tan solo por existir.
―No voy a permitir que me trate así.
―¿Ah, no? Llame a la jefatura, a ver qué dicen. Usted me cansa, señora condesa, y si sigue en esa pose, créame que, en cuanto toquemos tierra, el dueño de este crucero la expulsará sin miramientos.
―Inténtelo, mi esposo no le permitirá…
―¿Se refiere al alcohólico de su marido? Créame que, de haber sabido la clase de gente que son, jamás se les hubiera permitido la entrada a este barco.
―¡Usted no tiene derecho!
―Es usted la que no tiene derecho, no porque alguien es de un estrato social o económico menor puede ser denigrado como usted lo ha hecho conmigo, y agradezca que fui yo, de otro modo, señora, esta es la hora que el dueño del crucero hubiera dado la orden de desviar el rumbo con tal de dejarlos en tierra. No abuse de su poder, aquí no es su país donde usted puede hacer lo que se le venga en gana porque tiene dinero, este es el Godess Carité y su esposo no manda aquí, mucho menos usted.
―Escúcheme, deje de acosarme, deje de molestarme, ni siquiera me mire, y todo estará bien, ¿entendió? ―pidió bajando la voz.
―¿De verdad usted cree que tengo ganas de estar a menos de un kilómetro cerca de usted? ¿Acosarla? Por favor, muy condesa se creerá, pero a mí me gustan mujeres de verdad, no muñecas plásticas que para lo único que sirven es para lucirlas ante los demás.
Eso dolió, pero él no lo notó, o si lo hizo, no dio muestras de darse por enterado.
―Es usted un energúmeno. Agradezca que no lo acusaré por esta falta de respeto.
―Para ser respetado hay que respetar primero. Además, usted es quien me está acusando de acosarla, como si fuese capaz de fijarme en una mujer como usted.
―Como si yo necesitara que se fijaran en mí, con mi esposo me basta y me sobra, además, y ya lo recordé, usted de dios griego solo tiene el nombre.
El hombre sonrió con suficiencia.
―Debería aprender algo de historia, mitología y literatura, condesa, Ulises no es un dios griego, fue un héroe, protagonista de la Odisea. Debería leerla, aunque no espere que me convierta en un héroe con usted, porque no lo haré bajo ninguna circunstancia.
Maritza lo miró con rabia y tristeza en los ojos y se entró a su habitación, no tenía ganas de discutir, mucho menos con él, pero si lo trataba bien y luego él mencionaba el hecho de que cuando estaba sola era de una forma distinta a la que era cuando se encontraba con su esposo, lo pagaría caro, sobre todo con la actitud tan errática que estaba teniendo su esposo esos últimos días.
A las diez en punto de la mañana, Maritza salió al pasillo, Nelson ya la esperaba.
―Buenos días, ¿cómo durmió?
―Bien, gracias, ¿y usted?
―Como un bebé ―respondió el hombre con aire jovial―. ¿Lista?
La mujer comenzó a caminar por el largo pasillo de los camarotes agarrada del brazo de su escolta hasta salir a cubierta, cerró los ojos y se cubrió la cara con la mano a causa del brillante sol que le golpeó el rostro.
―Debí haber subido con short ―comentó.
―No, con buzo está bien, hay sol, pero corre viento.
―Ah, bueno, el viento me da frío.
―Lo sé.
Llegaron al área de la piscina, donde muchos pasajeros se habían reunido para participar de los juegos y concursos preparados para ese día.
Ella se detuvo y miró a su guardaespaldas.
―No sé si quiero ir.
―Vaya, será divertido.
―Pero no, no conozco a nadie.
―Será un buen momento para conocer gente.
―No sé, además si llega mi esposo y me ve...
―Su esposo no está en condiciones de venir.
―Pero están todos en pareja o con amigos. Mejor me voy a tomar el desayuno al restaurant.
―No diga tonterías, venga. Hay comida allí.
La tomó de la mano y la guio hasta la multitud.
―Bien, se nos ha unido una pareja más. ¿Esposos? ―preguntó el locutor.
―No ―respondió Nelson por los dos―, somos amigos, su esposo se encuentra indispuesto, no pudo acompañarla.
―Ah, qué mal, pero bueno, no todos se sienten a gusto en los barcos. ¿Nombres?
―Maritza Zegers y Nelson Santini.
―¿Anotado, señor secretario? ―inquirió al productor, quien subió sus pulgares a modo de asentimiento, con una sonrisa divertida en su rostro.
Comenzaron los juegos, concursos de destreza, carreras y estrategias. Maritza se sintió tranquila y relajada, como si hubiera vuelto a ser una niña pequeña. Así se sentía con Nelson, quien a ratos se quedaba absorto admirando a su protegida.
Ulises la observó durante un buen rato, sin perder detalle de sus movimientos, hasta que Xiomara pasó cerca de él con una bandeja.
―¿No puede ver que es otra sin el imbécil de su marido? ―le dijo al pasar sin darle tiempo a contestar.
Ulises medio sonrió, ella no la había visto la noche anterior, se comportó como la misma mujer con aires de condesa que quiso humillarlo en el restaurant. ¿Él, un dios griego? Rio por lo bajo, ella se creía una condesa y no sabía siquiera quién era Ulises, ni el del libro, ni el de la vida real.
Al terminar los juegos, Maritza se veía feliz con los dos premios que ganaron, entonces el mesero se retiró a cumplir sus deberes.
―¿Ve que no era tan difícil? ―le dijo Nelson a Maritza extendiéndole un jugo de naranjas.
―Sola no hubiera podido.
―Le doy la razón, ¿lo pasó bien?
―Muy bien, gracias, hace mucho que no me divertía tanto.
―Me alegro, al parecer, necesitaba este relax.
―Sí, creo que sí.
―Supongo que ahora querrá darse una ducha antes de almorzar.
―Sí, usted también, lo dejé todo mojado en el juego de los globos ―le dijo con una risa culpable.
El hombre sonrió.
―Sí, necesito cambiarme. Vamos.
La tomó del brazo y se dirigieron a sus camarotes, el de Nelson se encontraba frente a la habitación del matrimonio.
―La espero en ¿dos horas? ―inquirió burlesco.
―Sabe que no me demoro tanto, quince minutos está bien.
―Perfecto.
Le regaló una sonrisa muy dulce, la empujó con suavidad al interior del dormitorio y cerró la puerta.
―¿Te sorprendió verla tan relajada? ―le preguntó el capitán del crucero a Ulises.
―Si, pero más me sorprendió verla con ese tipo, ¿sabes quién es?
―Me parece que es su guardaespaldas.
―Ah, con guardaespaldas es la cosa, así de importante es. Sí, es toda una condesa.
―No sé si importante sea la palabra, pero tengo entendido que su esposo la cuida mucho.
―Aquí no se ha hecho mucho cargo de ella, ha pasado más borracho que con su mujer.
―Eso es cierto, no se les ha visto casi juntos.
―Bueno, me llevo a mis pasajeros, es la hora del almuerzo de los señores Russo.
―Te viera tu abuelo volviendo a tu antiguo trabajo, sentiría un gran orgullo por ti, él nunca le temió al trabajo, mucho menos para salvar sus empresas.
―Es algo que debía hacerse, nadie puede culpar a los chicos por haberse accidentado a última hora, hay que agradecer que siguen vivos, ese accidente pudo ser fatal, por suerte ellos iban a velocidad moderada, hubiesen ido como ese borracho que los embistió, podrían haberse muerto.
―Es cierto, tuvieron mucha suerte.
―Y ya no tenía tiempo a tomar a más meseros, obligado a tomar yo su lugar, de lo que no me arrepiento, por cierto.
―Te encontraste con tu adorada condesa ―se burló.
―Loca, eso es lo que es, una loca de patio que debería estar encerrada.
―Igual te gusta.
―Por favor, ¿de dónde sacas eso?
―He visto como la miras, sobre todo hace un rato, en el que tan relajada se veía. Sonreías cuando ella reía, te brillaban los ojos cuando se sonrojaba, entonaste con ella su canción y hasta pude notar que algo más pasó por tu cuerpo cuando ella quedó mojada con los globos.
―Creo que la locura se pega, mejor me voy. Antes muerto que sentir algo más que aversión por esa mujer.
El viejo capitán sonrió, ese chico era como su hijo y no podía mentirle, esa mujer lo sacaba de quicio, pero también le gustaba con la misma furia que le hacía sentir.