VIII

2101 Words
Allegra estaba muy cansada, sus pies dolían demasiado, llevaban más de media hora caminando. Comenzaba a ventear un aire frío y el cielo se había nublado con amenaza de lluvia. Allegra se detuvo un momento y Santiago también lo hizo —Vamos, Allegra, debemos llegar a ese lugar —dijo apuntando a un boulevard alumbrado a unos tres kilómetros de distancia—. Tomaremos un taxi. —Estoy cansada, además falta mucho para llegar, esta oscuro y hace frío —dijo la joven acariciándose los brazos con sus manos. Santiago la miró con pesar, aquel vestido vaporoso y primaveral la estaba haciendo pasar frío. —Debemos llegar, ya es muy noche —dijo Santiago y ambos siguieron caminando.   Llegaron hasta la parada de autobús. Estaban cansados de hacerse pasar por autoestopistas, además de lo peligroso que resultaba, también había sido un fracaso. Santiago intentó detener un taxi, pero se sorprendió de no encontrar ninguno por ahí. Aquel boulevard era poco transitado y una ligera llovizna caía, pero aquella parada tenía un techo que los cubría, además de una banca. —¿Por qué no pasa ningún taxi? —¡No lo sé! —exclamó Santiago desesperado —Tengo mucho frío y miedo… —Tranquila, todo está bien —Santiago se quitó la chaqueta de su esmoquin y la ofreció a Allegra—. Póntela, te va a quitar el frío. —No. Tú también tendrás frio. —Vamos, por favor, yo no tengo puesto un vestidito ligero —Allegra frunció el ceño, como si se ofendiera de sus palabras y Santiago sonrió—. No estoy diciendo que te luzca feo, todo lo contrario —Santiago no pudo evitar mirarla de arriba abajo con lentitud y deseo, sus mejillas enrojecieron y tragó saliva para contener sus pensamientos —¡Déjame en paz! —dijo Allegra arrebatándole la chaqueta y cubriéndose con ella, mientras su rostro se había puesto colorado. Santiago estaba riéndose y se sentó un momento. Allegra estaba a su lado. La banca se había mojado, excepto por los asientos que ellos ocupaban. Estaban iluminados por una farola que estaba justo al lado de aquella parada de autobús. Pasaban ya de la una de la mañana. Allegra estaba tan agotada que, adormilada, ladeaba su cabeza cayendo al hombro de Santiago. —Duerme un rato —dijo Santiago, recargándola en su hombro—. No creo que encontremos un taxi, hasta el amanecer. Allegra asintió y se quedó quieta, Santiago percibió que se quedó dormida unos minutos después   Santiago pensó en Michael. Recuerdos nostálgicos de su infancia vinieron a su mente. Habían sido buenos amigos desde el colegio. Michael había sido su fortaleza cuando sus padres murieron, pero después de que Megan llegó a sus vidas, su amistad cambió. Aunque Michael se enamoró también de Megan, cuando ella se comprometió con Santiago, decidió hacerse a un lado. Pero un día antes de la boda, Michael y Megan huyeron juntos. Aquella traición había roto el corazón de Santiago, y nunca había confiado en nadie, por eso se había convertido en un solitario y amargado. Santiago recordó las palabras de Allegra, sí, el seguía buscando a Megan. Llevaba años tras su paradero, quería estar frente a ella. Muchas veces se preguntaba qué haría al estar de nuevo ante ella. ¿Le reclamaría?, y si ella estuviera dispuesta, ¿Volvería a su lado? Ella había sido la primera mujer que le hizo pensar en un matrimonio. La primera mujer con la que deseó formar una familia, pero su amor siempre fue difícil, hubo mucho drama, infidelidades y costumbre. Santiago se culpaba de todo, pero anhelaba obtener una respuesta. Por instinto alzó su brazo, y acercó a Allegra a su pecho. Así, él también pudo cobijarse con su chaqueta. El cuerpecito cálido de Allegra lo estaba enterneciendo, de pronto sintió que su dulce perfume lo envolvía, y escuchó el sonido de ambos corazones que como un dueto retumbaban juntos, como una suave sinfonía. El hombre miró el rostro de Allegra, parecía más joven mientras dormía entre sus brazos. Jamás había estado en una situación parecida con Megan, pero tampoco lo estaría, ella no era así, era tan perfecta y pulcra que solo le producía admiración y presunción, en cambio, Allegra le evocaba tantas emociones encontradas, que Santiago la abrazó con fuerza y al sentir tanta paz comenzó a quedarse dormido.   Cuando los rayos del sol iluminaron la ciudad, Santiago abrió los ojos encontrándose con el rostro adormilado de Allegra, quien recién despertaba mirándolo. Sus bellos ojos azules le miraban despistados y cuando sintió el calor de sus brazos, sonrojada se alejó. Luego Santiago se puso de pie. Ambos caminaron unas calles más, hasta llegar a otra avenida, ahí vieron una estación de taxis y abordaron uno, pidiendo un viaje hasta Miami.   Cuando llegaron a la residencia, los empleados estaban asustados por la repentina desaparición de su patrón. Pero cuando lo vieron llegar, se tranquilizaron.   Mientras Santiago se bañaba, Lorna preparaba pastel de mango, el preferido del señor. Allegra deambulaba por la cocina, observando con atención lo que Lorna hacía. —Gracia a Dios que nada malo les sucedió —dijo la mujer de algunos cincuenta años y de cabello rizado y rubio —Dios nos cuidó —dijo Allegra—. ¿Me puedes enseñar como hacer el pastel favorito del señor Santiago? La mujer la miró con intriga —Claro, ¿Por qué quieres aprender a hacerlo? —Has dicho que es el favorito de Santiago. —¿Y eso te importa mucho? —No… No —dijo Allegra titubeante y sonrojada Lorna sonrió satisfecha y Allegra fue a su habitación.   Santiago estaba vistiéndose, era mediodía. Su teléfono sonó y se apresuró a contestar al investigador privado que le servía. Pero su rostro se congeló al recibir aquella noticia. Su corazón latía con fuerza y un nudo oprimió su estómago. No estaba preparado para aquella noticia. Cuando pudo reaccionar informó al detective que asistiría al hospital. Cuando colgó la llamada se sostuvo con fuerza de la pared de su habitación. Ahogó un sollozo, pero su rostro estaba desolado «¡Michael, que has hecho!, ¡Hermano!, ¿Por qué te intentaste matar? ¿Fue por Megan o ha sido mi culpa?» pensaba atormentado. Allegra abrió la puerta de la habitación y encontró al hombre desconsolado —¿Qué te pasa? —preguntó preocupada de mirarlo en ese estado. Santiago Sanders que tenía una imagen fuerte, elegante e intimidante, ahora estaba ante ella tan frágil como un niño que se echaría a llorar. Allegra sintió temor y lo abrazó con apuro, sin saber que pasaba. Pero sintió más miedo al percibir que Santiago correspondía al abrazo, y se desmoronaba entre sus brazos, como un bebé que buscaba protección.   Santiago y Allegra fueron hasta el hospital donde Michael Jones estaba internado. Al llegar pidieron informes y debido a que eran las únicas personas que parecían interesadas en el paciente, permitieron que hablaran con el doctor —¿Va a recuperarse? —preguntó Santiago apresurado —Tuvo suerte de que las personas lo encontraran a tiempo. Usará un collarín por quince días, pero creo que estará bien, por lo menos físicamente. Sin embargo, debe iniciar un tratamiento psiquiátrico cuanto antes, de lo contrario puede reincidir en la misma conducta. —No lo hará, nosotros lo ayudaremos —dijo Allegra determinante, mientras Santiago la miraba dudoso —¿Ustedes son sus amigos? ¿Pueden localizar a algún familiar? —Su padre se encuentra de viaje, pero nosotros ayudaremos a Michael —dijo Santiago titubeante —Bien. Ahora necesito que firmen algunos papeles, voy a darlo de alta, pero deben firmar una responsiva y darnos el nombre del hospital psiquiátrico donde se atenderá —dijo el doctor, mientras Allegra y Santiago estaban aturdidos —Necesitamos un momento y pasaremos a su consultorio —dijo Santiago, el doctor se retiró —¿Su padre está de viaje? —Su padre lo odia, no lo ha visto en años y quizás no quiera verlo. —¿Fue por esa mujer? —preguntó Allegra y Santiago la miró enojado —No hables de ella. —¿Por qué? ¿Tanto te importa? —reclamó la chica, haciendo que Santiago sacudiera la cabeza y se tocara la frente —Basta, no voy a darte explicaciones. Yo me encargaré de Michael, lo instalaré en la mejor clínica de salud mental, pagaré todos sus gastos. —¿Solo lo abandonarás en una clínica? ¡No comprendes su estado!, está mal, necesita ayuda. Necesita un amigo. —¿¡Y que quieres que haga?! —exclamó Santiago furioso. Allegra se quedó en silencio y Santiago aprovechó para ir al consultorio del doctor.   Allegra decidió ver a Michael y ayudada por una enfermera subió hasta su habitación. Lo encontró dormido en la cama, tenía un collarín en su cuello y se veía pálido. Ella se detuvo a su lado y el joven abrió los ojos, no evitó su sorpresa al mirarla —¿Quién…? —intentó hablar, pero le era difícil —Soy Allegra Ferrez, nos conocimos ayer, yo… soy empleada de Santiago Sanders. Los ojos de Michael se abrieron enormes al pronunciar ese nombre y pronto se le llenaron de lágrimas —Él… ¿Él está aquí? —Claro. Apenas supo, vino a verte, estaba muy preocupado y se puso feliz al saber de tu mejoría. Te quiere mucho. Michael esbozó una sonrisa, pese a toda su frustración, aquellas palabras lo llenaban de esperanza. Había perdido todo, pero creía que conservaba el amor de su amigo. —¿Dónde está? —Pronto vendrá, está firmando tus papeles de alta, y revisando la clínica donde estarás. —¿Qué? ¿Qué clínica? —Necesitas mejorar —dijo Allegra acercándose al hombre —No —negó Michael con firmeza—. No estoy loco. —¡No!, no lo estás, nadie cree eso. Pero necesitas estar bien, y ahí van a ayudarte —la joven tomó su mano y Michael observó con atención sus ojos azules, mientras Santiago estaba recargado observando la escena sin que nadie se diera cuenta de su presencia—. Yo también se lo que es perder todo en un solo momento. Se que la culpa, el enojo y la tristeza te consumen, pero debes ayudarte y permitir que te ayuden. Tú vales mucho y te necesitamos bien. Lágrimas corrían por el rostro de Michael, hasta que distinguió a Santiago en la puerta —Hola —dijo Santiago con frialdad y Allegra enderezó su postura —Hola —dijo Michael con un hilo de voz —Estarás en un hospital psiquiátrico a diez minutos de Miami, estarás bien. Mañana te llevaremos, por lo pronto vendrás a mi casa, ahí pasarás la noche. —No. No quiero causar molestias. —¡Basta ya!, no voy a consentir tu miseria, toma esto como una acción para expiar tus culpas —dijo Santiago y salió de la habitación.   Allegra se sintió muy mal por Michael que parecía desconsolado. Por eso ella corrió tras Santiago. —¿Por qué fuiste tan cruel? —preguntó Allegra Santiago intentaba contenerse, pero una rabia lo consumía por dentro y quería explotar, entonces se giró hacia ella, lanzando una mirada rabiosa y penetrante —¿¡Y tu quien te crees que eres?! ¿Por qué estabas ahí consolándolo? —¿Qué te pasa? Estaba ayudándolo —dijo Allegra incrédula de su actitud, pero Santiago la tomó de los brazos, acercándola tanto a él, que ella podía oler su fresco aliento y su perfume de menta y madera —¡Tú estás para ayudarme a mí, para consolarme a mí, para cuidarme y consentirme a mí, y no a ese maldito traidor! ¡Tú eres mía!, me quitó todo, ¡Pero no permitiré que te robe a ti! —exclamó posesivo y paranoico, intentando contener el deseo impulsivo de besar a Allegra y llevarla lejos de ahí. Pero la chica se alejó, mirándolo sorprendida —¡Estás loco!, es un pobre hombre que necesita a su amigo, reacciona, por favor. Allegra dio la vuelta y se fue, dejó a Santiago echó un lío con sus pensamientos que se dividían entre los celos, el odio y la compasión. «¡¿Qué demonios sucede conmigo?!» pensó Santiago, luchando por recuperar la calma. —¿Por qué dije esas incoherencias?, Allegra no es nada para mí. No puedo amarla, no debo amarla, ni a ella, ni a nadie —dijo en voz alta, sin que nadie le oyera, atormentado por su secreto que se convertía en una carga cada vez más difícil de soportar.    
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