Un lazo inquebrantable

X

Santiago y Allegra estaban hospedados muy cerca del Bósforo, la chica se había impresionado de lo hermoso que era aquel país, aunque apenas había visto poco de él.

Se alojaron en dos habitaciones contiguas, aquella simple decisión había volado la imaginación de Allegra, creía que quizás Santiago estaba dándole a entender algo con eso. Pero no se atrevía a preguntarle en serio.

A la mañana siguiente desayunaron en un restaurante frente al Bósforo, Allegra estaba maravillada de ver aquel río.

Comieron y bebieron el famoso té turco. Pero a pesar de que querían conocer el lugar, tuvieron que hacer una parada, y dirigirse a la clínica donde los esperaría el doctor Bristein.

Al llegar a la clínica, de inmediato se encontraron con el doctor. Allegra tuvo que quedarse en la recepción, mientras Santiago era atendido en el consultorio por el doctor.

—Lamento no haber podido avisarte de mi viaje, pero todo fue demasiado repentino —dijo el doctor Bristein

—Lo entiendo y le doy mis condolencias por el fallecimiento de su madre.

—Gracias. Bien, cuéntame, Santiago ¿Cómo te has sentido?

—Muy bien, no he tenido ningún problema de salud.

—Ya revisé los resultados que me brindaste, sin embargo, primero quiero hacerte una revisión exhausta.

Santiago se limitó a asentir, mientras comenzaba la revisión. Tras dos horas, al fin, terminó el examen médico. El doctor Bristein pidió a Santiago que volviera pasado mañana a verlo para darle los resultados.

Santiago y Allegra decidieron recorrer la ciudad. Antes del atardecer acudieron a la mezquita de Santa Sofía y al gran bazar. Compraron dulces y simit. Luego comieron en un restaurante de la torre Gálata, donde admiraron la preciosa vista. Después prosiguieron la visita al palacio de Topkapi y terminaron por volver al hotel y cenar.

—¿Qué te ha parecido el viaje? —preguntó Santiago

—Ha sido maravilloso ¡Jamás imaginé conocer lugares tan bellos! —exclamó Allegra eufórica, mientras el mesero traía postres de tiramisú para ellos

—Me alegro. Para mí también ha sido un buen viaje.

—Ah, ¿Sí? ¿Por qué?

—Bueno… el clima ha sido agradable, los lugares han sido magníficos.

—¿Y la compañía?

Santiago tuvo que sonreír ante la pregunta

—Creo que la compañía ha sido perfecta —dijo y bebió un poco de su vino

—Por lo menos no fue insípida —dijo Allegra, apuntando un golpe para el hombre, que torció la boca en señal de desagrado

—Yo… a veces cuando estoy molesto, digo tonterías.

—¿Eso es una disculpa? —preguntó Allegra

Santiago asintió con dificultad, provocando una sonrisa en el rostro de la chica, que le miraba con ojos brillantes.

A la hora de dormir, Allegra no podía conciliar el sueño. Estaba inquieta, ansiosa e ilusionada. Su corazón latía con fuerza, y todo lo que quería era cruzar aquella puerta que se interponía entre ella y Santiago para poder verlo. Pero, no se atrevía. El temor al rechazo la congelaba, pero sus ganas de amar crecían como un fuego al viento.

Mientras tanto, Santiago estaba recostado sobre la cama, intentaba leer un libro electrónico en su Tablet, pero no se concentraba. Terminó apagando el aparato y dejándolo a un lado, sentía que necesitaba aire, estaba preocupado por los resultados médicos, y por otro lado estaba luchando contra la decisión tomada sobre Allegra, aquella que tal vez la alejaría por completo de su vida.

Santiago quería convencerse de que solo era costumbre, o tal vez lo bien que manejaba su agenda de negocios, o su ayuda en la fundación que se volvía más activa gracias a su resplandeciente actitud, pero aquel sentimiento de felicidad y paz que seguía invadiéndolo cuando estaba a su lado, le decía que estaba equivocado. No podía, ni quería separarse de ella, pero ahora no sabía cómo retractarse. Solo una idea clara venía a su mente cuando pensaba en una solución, pero era casi una locura para el hombre.

De pronto, Allegra entró en la habitación, Santiago se puso de pie de inmediato, atónito.

Ella parecía nerviosa y confundida, Santiago la miraba perplejo, esperando que se dignara a hablar

—Santiago, yo… —esbozó titubeante, pero perdió el valor para hablar y bajó la mirada. Santiago dio unos pasos hacia ella observándola con duda

—Allegra, ¿Dime que pasa? —dijo Santiago angustiado al ver el rostro de la chica suplicante, como si quisiera gritar algo, entonces tuvo miedo de que algo malo estuviera pasando

—Santiago… —Allegra se puso frente a él, mirándolo fijamente—. Yo te amo —luego se arrojó a sus brazos y besó sus labios con premura, Santiago tenía los ojos abiertos, trastocado y sorprendido, pero después cerró sus ojos y se arrastró por esa sensación suave y dulce de aquel beso, hasta que la pasión los atrapó.

Allegra sentía la humedad de aquellos labios, su cuerpo temblaba y su piel se erizaba al contacto de aquellas manos que sujetaban con fuerza su cintura.

Santiago era víctima de aquella efusión de sensaciones electrizantes que le hacían hervir la sangre, se sentía tan vivo como nunca antes. Su mente estaba concentrada en ese placer que despertaba su alma. Entonces los amantes cayeron sobre la cama, poseídos por las ganas de amarse. El calor los envolvía y ningún pensamiento lógico era capaz de hacerlos desistir.

Entonces Santiago se detuvo, como si la razón volviera a su alma. Detuvo el beso poco a poco, para no lastimar a la joven, quien intentaba recuperar el aliento arrebatado por el beso

—Allegra —dijo Santiago sofocado—. No puedo… —Santiago se levantó y se alejó, Allegra lo miraba decepcionada

—¿Por qué? ¿Hay algo malo en mí?, dime, ¿No te gusto ni un poco? —dijo Allegra encarándolo

—No es eso, Allegra —Santiago intentó alejarse, porque estaba tentado por volver a besarla y sabía que si no se controlaba podía lastimarla—. Tú eres demasiado hermosa, pero yo no puedo amarte, no puedo amar a nadie.

—¿Es por Megan? ¿Aún la amas?

—No es por Megan —Santiago fue sincero—. Si se tratara de Megan yo no dudaría en intentar ser feliz a tu lado, es algo mucho peor.

Allegra sintió un escalofrío que recorrió su cuerpo, Santiago salió de la habitación dejándola desconsolada, pero incapaz de rendirse, decidió ir tras él.