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Comenzaba a amanecer, Santiago estaba recostado en su cama, Allegra estaba envuelta entre sus brazos. Estaban en Florida, era agosto, habían pasado dos meses desde que habían regresado de Turquía. El teléfono celular de Santiago sonaba a cada rato, incesante. El sonido molestaba a Allegra que comenzó a moverse, inquieta. Santiago abrió los ojos y observó alrededor, cuando descubrió al causante del escándalo tomó el móvil y se apuró a responder la llamada, sin siquiera verificar quien era. El hombre se levantó en ropa interior y caminó descalzo por el suelo —Hola —contestó con la voz adormilada, pero tras unos minutos de conversación su rostro se desencajó y terminó por despertar—. ¿En dónde está? ¡¿Aquí, en Florida?! —exclamó inquieto y provocó que Allegra terminara de despertar y