~* Capítulo 05: Ama y Señora *~

2717 Words
Ya había pasado la medianoche cuando hice otra de mis rondas de inspección, que consistía en caminar por los laterales del salón principal, observando todo con atención, manteniéndome alerta para cualquier posible situación problemática. Estaba siendo una noche tranquila, un par de ebrios escandalosos en las mesas del este, unos recién casados calenturientos en la zona de parejas... Todo neutralizado rápidamente por Tom sin que yo tuviera que intervenir. Lancé una mirada hacia el chico, que en ese momento atendía una de las mesas, de las cosas que admiraba en él era su capacidad de dominar cada labor que se disponía a hacer, Viktor y yo solíamos bromear sobre él y le llamábamos “El Multiuso”, ya que asistía a todos... Desde preparar tragos tras la barra, hasta asistir en los protocolos de seguridad. De haber una cartelera de “Empleado del mes”, entonces nosotros tendríamos una pared en homenaje a Tom. Seguía mi ronda en silencio cuando de pronto oí a mi espalda el estruendo de cristales chocando entre sí, me giré para ver a Bárbara contra la barra, mirando apenada a un Manuel que la miraba con condescendencia, mientras regresaba los vasos a la bandeja. Sentí pena por la chica, su primera noche estaba siendo horrible, con esa era la tercera vez que la veía tumbar los vasos sobre la barra, y la sexta que le veía tropezar. Sonreí, porque en contra de mi buen juicio, encontraba sumamente adorable su nivel de torpeza, aunque había llegado a la conclusión de que se debía a la adorable expresión de cachorro regañado que ponía justo después de un incidente, yo mismo había sido víctima de un par. En mis dos rondas anteriores me había cruzado en su camino... La primera vez me pisó, la segunda estampó su rostro en mi espalda, y en ambas oportunidades se ganó mi perdón por tan solo mirarme a través de sus pestañas. «Sé un caballero y compórtate», me dije a mí mismo, reprimiendo el impulso de acercarme con la intención de provocar un tercer choque, pero eso no estaría bien, la pobre parecía estarla pasando mal. Pero no pude seguir pensando en ella, porque mientras me prometía mentalmente hablarle al final de la noche... Algo llamó mi atención un poco más a la derecha. En el otro extremo de la barra, Allie atendía a un hombre. No es que estuviese pasando nada alarmante, pero mi trabajo era estar atento, y no me pasó desapercibido que justo ese hombre ya había ido cuatro veces a la barra en la solo una hora, siempre procuraba que ella lo atendiera, y siempre se inclinaba más de la cuenta sobre la barra. En el bar había reglas para todo, pero en las que más se hacía énfasis era en aquellas que trataban directamente sobre proteger a las chicas, empleadas o no; así que me acerqué un par de pasos en su dirección y me mantuve a una distancia prudente hasta que ella finalmente se volteó a verme. Alcé una ceja, y ella levantó una mano hacia mí para tranquilizarme. Asentí y me retiré nuevamente a mi lugar junto a la puerta interna, no habían pasado ni tres segundos cuando el teléfono que teníamos oculto tras el pilar empezó a sonar, respiré profundo... Sabía quién era y lo que quería. —Dime —respondí sin apartar la mirada del salón. —¿Por qué el hombre sigue ahí? —preguntó Franz. —Porque Allie me aseguró que estaba todo en orden. —No necesité explicación, sabía a lo que se refería. Hubo un silencio de un par de segundos antes que volviera a hablar. —De acuerdo... Mantente atento —le escuché decir antes de colgar. Suspiré una vez más. Si había alguien más paranoico y meticuloso con la seguridad que yo... ese era Franz Bauer; él pasaba las noche arriba en su oficina, haciendo lo suyo con la administración del bar, pero parecía tener mil ojos, dos para los papeles sobre su escritorio y el resto para las cámaras de seguridad, y siempre que ocurría algo me debatía entre sí lo había visto yo primero o él. Procurando seguir su orden, miré constantemente hacia la barra luego de la llamada, todo estaba en calma, Allison conversaba con Manuel, Bárbara se estrelló contra la barra una vez más y todo estaba bien, pero veinte minutos después el tipo de un rato atrás regresó con la misma actitud, intercambió un par de palabras con mi compañera y cuando le ví dar un manotazo contra la barra, me puse en movimiento justo cuando el teléfono empezó a sonar otra vez. En cinco segundos estuve a su espalda. —¿Todo en orden, Allie? —pregunté cuadrándome de hombros y con cara de pocos amigos... Mi modo oficial. —¡Maldición! Me diste un susto tremendo, hombre —exclamó ella derramando la cerveza. —Le hiciste derramar la cerveza, hermano... De seguro te la cobrarán al final de la noche —empezó a decir el hombre, volteándose hacia mí y quedando inmóvil al ver mi rostro, tenía que admitir que al menos algo bueno le había sacado a mi desgracia, me hacía lucir más peligroso de cara a los clientes problemáticos. —¿Necesitas apoyo? —le pregunté a mi compañera ignorando las palabras del hombre. —No, tranquilo... Tengo todo bajo control —fue su desafortunada respuesta. «Esta niña nunca aprende», me dije con hastío, ya empezaba a ser molesto el asunto. —Hazme saber cuando cambies de opinión... Permiso. «En diez minutos», agregué mientras me alejaba, sabiendo que tenía los furiosos ojos de Franz sobre mis hombros, mi noche estaba a punto de irse a la mierda por culpa de la niñata testaruda que siempre quería hacer todo sola. Me ubiqué una vez más junto a la puerta, esperando la iracunda pero usual llamada de Franz en esos casos... Siempre me reprendía cuando, según él, yo no actuaba como debería. Lo que él no entendía a veces, porque ahí no era él quien hablaba sino su paranoia; era que yo no podía simplemente ir y sacar a todo el que mirara a alguna de las chicas... Era un jodido bar después de todo. Pero para mí sorpresa la llamada nunca llegó, miré hacia la barra, pensando que quizás el sujeto se había ido, pero no... Ahí seguía, pero comprendí entonces por qué Franz no me habían llamado. Conteniendo una sonrisa ví a Allie al teléfono y supe que quien se llevaría el regaño ese día no sería yo, eso estaba bien para variar. La chica me miró con actitud derrotada antes de asentir a lo que sea que el jefe le decía al teléfono. Un par de exclamaciones en la zona de parejas captaron mi atención, y por lo que ví... no supe si reír o sentir pena. Bárbara estaba prácticamente sentada sobre el regazo de un mujer en una de las mesas, la bandeja estaba tirada en el suelo y el hombre al otro lado de la mesa se apresuró a levantarla. «Viktor tenía razón... no quedará nada de ella para el final de la noche». Tuve la intención de ir a asistirle, pero el sonido del intercomunicador en mi cinturón me distrajo. Aquel aparato era el método que tenían los muchachos en el bar para llamarme cuando yo no estaba cerca, miré hacia abajo y vi el nombre en la pantalla. «Fueron menos de diez minutos», me dije mirando hacia la barra para toparme con los ojos derrotados de Allie, que asintió como toda señal para que me acercara. —Señor, aléjese de la señorita y acompáñeme a la salida —dije cuando estuve frente a ellos, el hombre dió un respingo pero se volteó enfadado. —Pero qué pasa... ¿Acaso uno no puede hacer amigos acá? Me quedé en silencio un segundo, evaluando el grado de ebriedad del hombre, meditando si debía usar la fuerza, pero le atiné a que no necesitaba armar un drama por el hombre frente a mí, sería aprovecharme de un desvalido. —Dije que me acompañe a la salida, señor —hice una pausa para amedrentarlo con la mirada—, no pienso repetirlo. Vi en el temblor de sus labios que había dado resultado... Cómo solía ser, los clientes regulares del bar sabían que no debían dar problemas o terminarían viéndoselas conmigo. Este sujeto no era recurrente en el local, pero pareció entenderlo a la primera, se levantó y con hombros caídos asintió caminando hacia mí. —¿Al menos puedo avisarle a mis amigos? —pidió mirándome con temor. —Cinco minutos —le dije y este caminó hasta una de las mesas del lado oeste. Un grupo de cinco hombres, todos por encima de los cuarenta, seguramente; escucharon a su amigo sin prestarle demasiada atención, compartir una borrachera similar, y como si fuese poco... Tres mujeres entusiastas se les habían unido a la fiesta. Supe la respuesta que le habían dado incluso antes que el hombre regresara a mí, con actitud resignada. —Bueno... Ya lo saben —comentó encogiéndose de hombros. Sentí un poco de pena por el pobre bastardo, no sabía quiénes eran los de la mesa, pero fue un acto desleal dejarlo por su cuenta en el estado en que estaba. «Pero ese no es mi problema», me dije mientras lo dirigía hasta la salida. Atravesamos el corto pasillo y entonces abrí la puerta principal, haciéndole señas al hombre para que saliera, cosa que hizo trastabillando, al punto de casi caer de cara en la acera. Un par de chicas que estaban de primeras en la fila de espera se carcajearon y otros más hicieron un par de bromas a sus cuestas, por lo visto el ambiente ahí afuera estaba movido. —¿Y este qué? —preguntó Viktor cuando nos vio salir. —Allison —respondí y de inmediato mi compañero hizo un gesto desdeñoso*. —¡Ah! Pero es que tenemos a un entusiasta con confianza en sí mismo por acá… ¿No crees que la pelirroja esta fuera de tu liga, amigo? —sonrió hacia el hombre. —Yo solo quería invitarle una cerveza —susurró este con aire perdido. —En otra vida, quizás. —Puse los ojos en blanco ante la burla de Viktor, y le lancé una mirada de advertencia antes de dirigirme al pobre bastardo que creyó que Franz Bauer iba a permitirle respirar cerca de sus trabajadoras. —Ya fue suficiente, amigo… Retírese, por favor. Él empezó a alejarse del local y me relajé, al menos no había nadie problemas, ví a Viktor atendiendo alguna riña en la fila y cuando me disponía a entrar lancé un último vistazo hacia la derecha. El tipo estaba de pie junto al poste, mirando de un lado a otro, tambaleándose, cómo si no supiera si debía cruzar la calle o no. «Tiene que ser una jodida broma», me dije; el sujeto estaba ebrio a niveles cósmicos, dejarlo marcharse solo era un crimen, y quizás a sus amigos le importaba un bledo, pero a mí me habían educado diferente. Caminé hasta él y sin decirle nada lo tomé por la parte trasera del cuello de su camisa, y empecé a arrastrarlo de regreso. —Pero… ¡¿Qué pasa?! —exclamó haciendo un mediocre esfuerzo por soltarse. —¿Dónde vives? —¿Quién? ¿Yo? —Respiré profundo y apreté los labios, recordándome que debía tener paciencia. —Sí… Tú. —Ah, yo vivo en la primera calle de Sendling, tiene las mejores vistas de la ciudad —respondió sonriendo como un imbécil. —No lo dudo… Espera aquí. —Me dirigí hacia la hilera de taxis que había frente al bar. Me acerqué al tercero en la fila y rogué para que estuviera de buen humor esa noche. —¡Bastian! Hombre… ¿Qué me tienes para hoy? —preguntó el regordete barbón que era casi plantilla del bar, ya que era a quien solíamos acudir cuando alguna chica solitaria se pasaba de tragos. —Un sujeto ebrio, claro... Sus amigos lo dejaron por su cuenta y quiero que llegue entero a casa… Vive en Sendling, calle uno. —Eso es lejos... ¿Qué tan ebrio está? —Miles ya no sé sorprendía de ninguno de nuestros pedidos. Retrocedí unos pasos y tomé al hombre otra vez de la camisa para ponerlo frente al auto. Hizo un estúpido saludo militar y luego soltó una risita como de quinceañera enamorada que hizo que Miles chasqueara la lengua con resignación. —Lo arrollará un bus si digo que no, ¿cierto? —dejó caer la cabeza pero finalmente asintió— Vale, pero si se vomita en el camino te cobraré el lavado a ti, la última vez Viktor me trajo a una chica que vómito hasta las papillas que le servían de bebé, ¡no pude trabajar en tres días! Asentí y me apresuré en abrir la puerta y bajar la ventanilla antes de voltearme hacía el hombre ebrio a mi espalda, y palmearle la mejilla para que prestará atención. —Súbete al jodido auto en silencio y mantén tu cabeza pegada a la ventanilla todo el trayecto, ¿me entendiste? Si me entero que te vomitaste… Te mato —le amenacé entre dientes. —¿Y cómo vas a encontrarme si no me conoces? —preguntó dándosela de listín. —Porque me acabas de decir dónde vives, estúpido —le recordé, perdiendo la paciencia que prometí tener y esté asintió con compresión y resignación al mismo tiempo. —Cierto. —Sin decir nada más se metió al auto y apoyó su mentón sobre el cristal de la ventanilla. El auto se puso en marcha y desapareció en cuestión de pocos minutos. Regresé al interior del bar y cuando me disponía a caminar hacia la barra, para asegurarme que Allie ya no tuviese más contratiempos, algo impactó contra mí… otra vez. Vi la expresión apenada de Bárbara mientras sus manos intentaban despegar la tela de mi camisa, ahora adherida a mi abdomen gracias a la cerveza que derramó sobre mí. —Vaya... —susurró alargando la palabra cuando la camisa volvió a su sitio—Cielos... —repitió sin salir de su asombro, mantenía su mirada fija en mi abdomen, como si si nunca hubiese visto uno antes. —¿Estás bien? —le pregunté sosteniéndola de los hombros para que no resbalara. —Sí, estoy bien... En serio lo siento, y te juro que no lo hago a propósito —se defendió abriendo aún más sus preciosos ojos, mirándome así fue como si me hubiese quedado sordo, todo el bullicio a mi alrededor se detuvo y solo quedó ella. —¿Por qué creería que lo haces? —ella sonrió con picardía está vez, haciendo que mi pulso pasara de cero a cien en un segundo. —Es que… No está ni tan mal esto de tropezar contigo a cada rato —dijo sonriendo otra vez y guiñándome un ojo, antes de alejarse de mí cómo si nada, cómo si no me hubiese robado el aliento con sus palabras. La parte consciente de mí quiso ser razonable, Bárbara era una chica efusiva y extrovertida que decía lo que pensaba... Quizás le gustaban los tipos musculosos y yo era uno, pero ella solo estaba viendo una carcasa, verme sin camisa quizás no fuese tan genial como ella pudiera pensar. Pero por otro lado, había otra parte en mí, una parte que creí muerta y enterrada ya, pero que ahora aparecía ante mí como si fuese un Lázaro revitalizado, y era esa que se regodeaba ante la admiración de una mujer... Hacía demasiado que no me sentía así. El ruido del bar fue regresando poco a poco, mientras yo intentaba sacudirme la camisa, haciendo un esfuerzo titánico por no sonreír como idiota, diciéndome que era un tonto y que eso era imposible, pero entonces miré hacia la barra, donde ella aguardaba a que Manuel le sirviera nuevamente el pedido. Sonrió una vez más y acto seguido se mordió el labio inferior, fue un movimiento sutil y distraído, duró tan solo un par de segundos, pero desde ese instante la supe ama y señora de mis pensamientos, sueños y fantasías... Nunca habría nadie más para mí.
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