Aparté la silla y me senté justo al tiempo que el mesero se detenía frente a nosotros para tomarnos la orden. Ambos hicimos nuestro pedido y cuando el chico se marchó me quité las gafas y las metí en el bolsillo de mi chaqueta. —Entonces... ¿Qué tramas? —pregunté mientras ella empezaba a negar con la cabeza. —No, no. Primero lo primero... ¿Quién diablos, teniendo tantas opciones deliciosas en la carta —dijo agitando el pequeño menú frente a mí—, toma un café negr* sin azúcar? —Yo. —Reí por lo bajo, mientras ella hacía una mueca de asco—. Supongo que tengo gustos simples, cosa que no se puede decir de ti, señorita “doble vainilla, doble crema y sirope extra, por favor”. —Bueno... Me gustan las cosas dulces, y eso no es ningún delito. —No, no, en absoluto... Es nocivo para tu salud, per