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2219 Words
El sonido de un golpe me hace abrir los ojos. Comienzo a buscarlo en la cama y no está. Se me sube la preocupación a todo el cuerpo. ¿A dónde se fue el canijo? Sin dudar me pongo de pie, bostezo un poco y me estiro. ¡Aún tenía ganas de seguir durmiendo! — ¿Emilio? Comenzó a quejarse. Eso me hizo preocupar aún más. Su voz me condujo hasta el baño y al verlo tirado en el suelo no dude en actuar. — ¡Ay Emilio! — ¡Buenos días Miranda! —Si querías hacer del baño, me hubieses despertado canijo. A ver, dame tu mano. Su espalda estaba recargada contra una pared del sanitario, sus piernas desnudas y esa mirada tan brillosa que irradiaba inocencia. ¿Inocencia? En este momento mi Emilio parecía ser como un niño indefenso. — ¡Lo siento! Es que parecía que estabas descansando bien. —Pues si pero, mírate. ¡Te caíste! —Este yeso que no me deja mantener el equilibrio. — ¿Te lastimaste algo? ¿Estás bien? Mi preocupación por Emilio comenzaba a ser una costumbre. —No pues solo me di un guamazo bien meco. Pero ya ahorita se me pasa el dolor en las nachas. —Bueno así con ese golpe te van a crecer más las pompas. Intercambiamos sonrisas. — ¿Me ayudas a levantarme? —A si. Dame esa mano. Me apoye, use todas mis fuerzas matutinas y se las di. Su brazo me pasó por cuello, use mi mano derecha para sostenerlo por la cintura. — ¡Listo! —Necesito hacer pipí. Sus ojos estaban algo cerca de los míos y tenían un toque de picardía. — ¡Pues órale! Saca esa trompa de elefante. Le saqué una risa de esas que te alegran el día. Como bobos nos pusimos a reír sin parar. —Ok. Voy a liberar el elefante. Me giré para no ver su desnudez completa y me paré en contra espalda con él. Pasaron veinte segundos hasta que guardó su elefante. —Llévame al lavabo. — ¡Como órdenes patrón! Después de acicalarnos todos los rastros de la noche, bajamos a la cocina para tomar el desayuno. Eran las nueve de la mañana. — ¿Qué haremos hoy? —Pues estar en casa. Tú no puedes hacer mucho. Me fulmino con la mirada. — ¿Y si me llevas a caminar por el parque? Me sorprendió su petición. — ¿Hablas en serio? —Pues sí. Neta me gustaría salir a tomar el aire. ¿Y si mejor salimos de viaje? —No puedes conducir y yo aun no aprendo a manejar. —Bueno, le puedes decir a Alex o a Édgar que nos dé un aventón. — ¿A dónde quieres que te lleve de paseo? Parecía que lo estaba meditando, una sonrisa curiosa se formó en sus labios y sus ojos, sus pupilas parecían brillar al ritmo de sus pensamientos llenos de picardía. — ¡Llévame a San Francisco! Me quiero recuperar allá. Su petición fue tan inesperada. ¡Casi se me quema el desayuno! *** — ¿A San Francisco? —El tono de su voz sonaba a sorpresa—. Pero te acabas de mudar de allá. —Si ya se pero. Igual y eso le puede ayudar a Emilio con su recuperación. Ya sabes que la vida es más tranquila en el pueblo que la ciudad. — ¡Bueno! Eso si pero. ¿Y si te pasa algo? Édgar parecía estar demasiado preocupado por mí. — ¿Crees que Aldo busque hacerme daño? —Puede ser. Recuerda lo que pasó la última vez. —Pues pasaron varias cosas. — ¿Y no te da miedo que se vuelvan a repetir? Lo pensé por algunos segundos. El tiempo se había ido volando y todo eso que habíamos vivido tan solo era un recuerdo de hace mucho tiempo. Recordé la vez que intento abusar sexualmente de mi, también me acorde de la carta que había dejado aquí. ¡Y me acorde de aquella fiesta en la que lo conocí! —Pues no. Aldo es un miedoso, siempre lo ha sido. —Si. ¿Y qué tal si ese miedoso logra meterse a tu casa? —Tranquilo. Él ya se metió a mi casa. Me dejo una carta ayer. Sus ojos se abrieron por completo, parecía que se le quebrarían de la sorpresa. — ¿Cómo que se metió a la casa? Encogí mis hombros. —Pues si. Al parecer ahora él es el nuevo “anónimo”. ¿Recuerdas cuando solías dejarme cartas? Medito un poco en mis palabras. —Lo recuerdo. — ¿Crees que él esté copiando tus movimientos? — ¿Por qué razón lo haría? —Cuando eras mi anónimo, ¿alguien te pudo reconocer? — ¿Reconocer…? —O sea. ¿Crees que alguien haya podido descubrirte? —Pues la verdad no. Siempre fui muy sigiloso. Deje escapar un suspiro. —Bueno. El caso es que Aldo apareció de nuevo y busca venganza. ¡Tiene miedo! — ¿Y tú no tienes miedo? —La verdad no. No me da miedo que me haga algo o que me lastime. ¡Eso me da igual! Lo que de verdad si me da miedo y es en lo que he estado pensando últimamente, es que no quiero que lastimen a las personas que me rodean. ¡Eso si no lo puedo permitir! — ¿Emilio? — ¡Exacto! A eso me refiero. Siento, una parte de mí así lo cree. Emilio no podrá jugar por un tiempo solo porque este estúpido hombre se cree el centro del universo. ¡Eso me duele! Mis palabras irradiaban el enojo de mí ser. — ¿Has podido descansar bien? —Regular. — ¿Está situación no te deja dormir? —La neta si. — ¿Y tú quieres regresar a San Francisco? —Pues no estaría mal. Quizá eso le ayude a Emilio para que pueda recuperarse más rápido y... — ¿Y? —El medico dijo que no podría volver a jugar por algunos años. Quizá dos o tres. —Emilio sabe. —No. Aún no. Sus padres no quieren decirle. —Pero, tienen que decirle. Si no… —Le diremos al momento más indicado. Pareció meditar en mis palabras. — ¿Sus padres saben que quiere ir a San Francisco? —Yo me encargaré de eso. — ¿Quieres que yo los lleve? — ¿Quieres acompañarnos? Enarque mis cejas, le sonreí y en mi tono de voz estaba la picardía. ¿Coqueteó? ¡Nada de eso! —Por cualquier cosa, me gustaría cuidar de ti. — ¿Cuánto tiempo estás dispuesto a cuidar de mi? Por qué de una vez te digo que nos iremos a quedar al menos un mes o dos. — ¿Tanto? Me reí. —Claro. La recuperación de Emilio no será de la noche a la mañana. Además el médico dijo que ese es el tiempo aproximado para que le quiten el yeso. —De acuerdo. Entonces iré de una vez a arreglar unos pendientes de la compañía. —Ok, está bien. — ¿Cuándo planeas viajar? —Mañana. —Bien. Entonces deberías empezar a empacar. Asentí. *** — ¡Hola Gabriel! ¿Cómo estás? El chico abrió la puerta de la habitación. — ¡Hola Miranda! ¿Vienes por…? —Por cosas de Emilio. Saldremos de viaje. — ¡Orales! ¿Y cómo está él? —Lo dieron de alta, le enyesaron la pierna y ahora solo tiene que pasar tiempo para que se recupere. ¡Tú sabes que las recuperaciones son tardadas! — ¿Sabes si volverá a jugar? —Yo creo que si. Solo es cuestión de que pase el tiempo. —Está bien. ¿Y a donde irán? Por un momento quise decirle, pero, luego preferí no hacerlo. —Aún no lo decidimos. ¿Cuál es la cajonera de Emilio? — ¡Es esa! En él área de Emilio todo estaba escombrado y acomodado, la habitación de los chamacos olía a una mezcla de perfume, pies, tabaco y añejo. — ¿Tú fumas? —le pregunté. —Si. ¡Disculpa el olor! Ayer me la pase fumando con un amigo de Emilio. Eso me saco de onda. Emilio no tenía amigos cercanos que yo conociera. — ¡Ah! Ahora entiendo. —Sí, de hecho pensé que él había llegado, pero fuiste tú la que toco la puerta. Mi mente comenzaba a imaginar posibilidades. ¿Sobre qué? —Pues lo siento. Solo vine de rápido. —Sí, no te preocupes. Tomate tu tiempo. Asentí. Abrí una maleta y acomode algunos calzoncillos, playeras, pantalones. — ¿Y tú como has estado Miranda? Tenía tiempo que no te veía. —Sí, ya tenía rato que no nos veíamos. Pues veras, yo… Llamaron a la puerta y eso hizo que ambos dirigiéramos la atención. Mi celular empezó a sonar en ese instante. —Parece que ahora nos buscan a los dos —dijo Gabriel. —Si. Contestare mi llamada. Deberías ir a abrir. Asintió, se puso de pie y fue a recibir a la visita. Yo respondí la llamada, era Emilio. — ¿Qué paso? —No se te olvide traerme todos mis calzones. Me reí. —No. Ya los eche todos. ¿Alguna otra cosa? Regrese a su cajonera. —No, ya no. ¿Ya vienes? —Sí, solo deja que termine de empacar tus cosas. —Va. Te vienes con cuidado. Colgué la llamada. Termine de empacar unas playeras, escuche las voces de ambos chicos y cuando él le respondió una pregunta a Gabriel, pude reconocerlo. — ¡Miranda! Ya llego el amigo del que te hable. Me gire lentamente para confirmar mi sospecha. — ¡Hola Miranda! —me saludo él—. ¿Cómo estás? Sentí una sensación caliente por mi cuerpo. — ¡Aldo! Qué casualidad vernos aquí. — Ando de visita. Le prometí a Gabriel que beberíamos esta tarde. ¿Y esa maleta? — Son cosas para Emilio — respondí directa. — Es que irán de vi… — dijo Gabriel. — ¡Se canceló! Acaba de surgir algo y se canceló — interrumpí a Gabriel. Aldo me miraba de forma oscura, no me mostré nerviosa ante él. — ¿Planeaban salir? —me preguntó él. ¿Qué rayos estaba haciendo aquí? ¿A qué estaba jugando? ¿Qué más quería de mí? Su físico no había cambiado mucho, quizá lo único que había cambiado en él era esa barba de días, el incremento en sus músculos y ya. ¡Aldo seguía siendo el mismo llorón de la preparatoria! Algo andaba mal con todo esto. ¡Su presencia alerto a mi ser! —Eso es algo que no te incumbe. Enarco sus cejas. Gabriel estaba destapando una botella de cerveza y parecía no darse cuenta de la tensión que existía entre nosotros. — ¿Leíste mi…? —No. Me tengo que ir. — ¿No te quedas a beber con nosotros? —Llevo prisa Gabriel. Luego nos vemos. Tome la mochila, deje escapar un suspiro tenue y al pasar a su lado no me dio miedo. — ¡Nos vemos Miranda! —Aja. — ¡Espero verte pronto! *** — ¿Todo listo? —les pregunte. —Sí, ya subí el equipaje. —Genial. Emilio, quiero que vayas en el asiento de atrás para que vayas más cómodo. — ¡Gracias por ser considerada conmigo!   —Ya sabes. Oye. ¿No se te olvida nada? —No. Nada, bueno tú hiciste mi maleta. —Si ya se. De todos modos si llegara a faltarte algo allá lo compramos. Édgar encendió el motor de la camioneta. Yo ayude a Emilio para que pudiera abordar. Le puse una almohada en el cuello, sus padres sabían de todo esto y mientras le acomodaba; le acaricie el pelo. ¡No quería que nada malo le sucediera a mi Emilio! Cerré la puerta y me acerque a la puerta del copiloto, la ventanilla estaba abajo. — ¿Seguros que no se nos olvida nada? —les pregunte. —No. Ya está todo listo —respondió Édgar. Asentí. —Bueno entonces, cuídalo bien Édgar. Estaremos en comunicación constante. — ¡Claro! —asintió, sus manos estaban aferradas al volante. — ¿Miranda que dices? —Disfruta de San Francisco por mí. Y Édgar puso en marcha el vehículo. Ahí me quede, mirando cómo se iban sin mí. La camioneta giro a la derecha y desapareció completamente de mi vista. ¿Qué sentirá Emilio? ¿Se molestaría conmigo? Esta era la segunda vez que planeaba algo sin decirle mis planes. ¿Y por qué lo había decidido así? ¡Todo iba a mejorar para nosotros! Yo estaba a punto de cumplir con una petición de alguien oscuro. Saque mi celular, mi querido amigo me estaba marcando. Colgué su llamada y preferí marcar otro número. — ¿Qué paso? —Ya pueden salir de su posición. — ¡Va, ya estamos contigo! Segundos después el sonido del bochito me hizo darles mi atención. Marcos y Samuel vinieron a recogerme. Se detuvieron a mi lado. — ¿Cómo estás? —me preguntó Samuel. — ¡Estoy bien! — ¿Y Emilio? —Él va en camino a San Francisco. Apague mi celular.
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