3

2122 Words
Entré a mi habitación. Estar de vuelta en este lugar me hizo sentir un poco nostálgica. La pared llena de hojas de papel impreso y esos garabatos de arte lineal, me acorde de Fernando. De aquella vez que lo traje a conocer la ciudad. ¿Donde estaba él en este mismo momento? Lo había dejado en mi casa, allá en San Francisco. Pase al sanitario, orine un poco, me acicale el rostro y quise estar en fachas el resto del día. Me quite la ropa, camine hasta mi closet en ropa interior y abrí las puertas. Me puse un pantalón de algodón de color gris y una playera holgada blanca. Escuche que mi celular empezó a sonar con el tono de llamada. —Acabo de terminar la reunión. ¿Sigues en el hospital? —No. Hace como veinte minutos que regresamos a casa. Dieron de alta a Emilio y ya estamos de vuelta. —¡Orales! Eso fue muy rápido. ¿Cómo está él? —Está muy tranquilo. Yo supongo que se siente feliz de ya no estar en el hospital —sonreía—. Es muy aburrido estar limitado a una cama. ¡Él no lo soporta! —¿Ya comieron? —Si, en eso andamos. Les compré cemitas. Emilio tenía antojo y decidí invitar al nuevo chofer a que se quedara a comer. —¿De verdad? —Si. —¿Es bueno en su trabajo? —Si. Estaba un poco nervioso pero lo he convencido de que estamos en confianza. Me pareció escuchar una risita por parte de Édgar. —Me dijo que era su primer empleo y que necesita el dinero. —Que bueno que lo contrataste. Alex parece ser un buen chico. Respetuoso y algo tímido. Camine por mi habitación, me acerque a abrir la ventana. —Y bueno, ya que les compraste comida a ellos, ¿compraste también para mí? En la cubierta de mí escritorio había un sobre de carta de color blanco. Eso era extraño. —Te compré dos. ¿Ya vienes para la casa? —Estoy afuera, terminando de estacionar el auto. Me sorprendió demasiado, fue muy inesperado que dijera eso. —Pues entonces apúrate, ya te prepare el lugar en la mesa. —¿Me estas esperando para comer? Me reí. —No soy tan cursi como para estar esperándote. —Eso lo se. Pero podrías intentarlo. —¡Nel! Tú sabes que eso del romance ya no se me da bien. Escuché que cerraba una puerta, seguramente acababa de entrar. —¿Donde estas? Solo veo a Emilio y a Alex. —En mi habitación. Necesitaba cambiarme. —Está bien. ¡Te espero para comer! Aquí los chamacos ya están comiendo. —No me esperes. No bajaré enseguida. Mi curiosidad estaba puesta en la posible carta anónima sobre mi escritorio. —Bueno. ¿Todo está bien? —Si. Todo está… Ni siquiera pude terminar de hablarle. Se apagó mi teléfono, la batería se agotó por completo. Conecte el movil a cargar y me tumbe en mi cama con la carta entre las manos. Sentí un dolor leve en cuello, lo más probable es fuera el resultado de mi estrés y mis ganas de solucionar esto. ¿Solucionar? ¿Que estaba mal conmigo? Abrí la carta, desdoble la hoja y una pequeña fotografía con el rostro de mi madre, de Sandra, me hizo temblar un poco. ¿Que era todo esto? Miranda: ¡Espero que estes bien! La neta es que yo he estado mucho mejor después de lo que hiciste ese día en la graduación. ¡Ya se que estoy loco! Pero tú también lo estás, estás loca, dañada y bien lastimada. ¡Me las vas a pagar! Lo más probable es que me odies o me guardes mucho rencor. ¡Lo siento si sueno muy arrogante! No me voy a disculpar por lo que hice o por cómo te traté. Solo quise escribir esto para decirte que prometo arruinar tu vida así como tú me arruinaste mi futuro. ¡Ahora nadie quiere creer en mí a causa de lo qué pasó ese día en la graduación! ¿Que hice yo para merecer esto, si la culpa siempre fue tuya? Tú misma me obligaste a querer tocarte de forma profunda, quise tenerte y aún hay días en los que pienso en ese deseo de poder acostarme contigo. ¿Es culpa mía el sentir esto? ¡Claro que no! Todo es culpa tuya. Tú maldita belleza y timidez flecharon a mi corazón. Así que la culpa te corresponde, tal vez si hubieses sido hombre las cosas serían diferentes. ¡Yo no tengo la culpa de que hayas nacido como mujer! Y te lo digo de forma directa y cruda: pienso hacerte pagar por haberme arruinado. Aldo. Al final de la carta había algo pegado al papel. Atraque la fotografía, era una postal que recientemente había publicado en mi catálogo. Un cielo lleno de nubes con sombras profundas de color azul. En la parte trasera tenía escrita una frase: ¿De quién es la culpa? Y entonces intentando no querer estresarme más, yo misma me obligue a aparentar fortaleza. ¿Como era posible que Aldo tuviera una fotografía de Sandra? ¿Cuáles eran las verdaderas intenciones de este chamaco? ¿Debería quedarme callada? De algo si estaba segura, esto se iba a poner feo y no era el momento para volver a ser débil. ¡El pasado no me quería dejar olvidar! *** —¿Como te sientes? —le pregunté a Emilio. Estábamos en mi habitación. El chamaco no quiso volver a la casa de sus padres. —Tú sabes que soy un canijo. Así que esto no me va a derrotar. ¡Me recupérate pronto! La noche había caído, eran las nueve y nosotros estábamos acurrucados entre mi cama mirando más de Stranger Things. —La neta es que si eres un canijo. —¡Hierba mala nunca muere! Nos reímos. Había palomitas entre nuestras piernas. —Lo bueno es que estás bien y te ves tranquilo. Fue en este momento que las cosas, las cosas de atrás comenzaban a reaparecer en nuestras vidas. Emilio era mi sostén, mi confidente, mi fuerza. Yo era la nostalgia, el dolor, la fragilidad. ¿Que éramos en este momento? —¡Gracias por estar al pendiente de mi! Neta que, lo agradezco. Su sonrisa me hizo corresponder, como un gesto incontrolable mis cejas fueron coquetas. —¡No me agradezcas! Yo lo hago por gusto. Sabes que te quiero. —Si yo sé eso. Solo que… ¿Que era? ¿Por que ese silencio? ¿Por qué las miradas profundas? —¿Que pasa? —Me hiciste mucha falta todo este tiempo que te fuiste. Se que ya te lo dije varias veces, pero en verdad, completamente te lo digo. ¡Te extrañe tanto! Su sentimiento me conmovió. Mi respiración estaba calmada. —Pues ahora estamos juntos otra vez, volveremos a ser como antes. Quizá y hasta logremos ser mejores que antes. ¿No crees? —Si. ¡Eso estaría bien chido! Intercámbianos risas. —¿No se te antoja una chelita? —Nel, no puedes tomar alcohol ahorita. —Pero solo es para… —No. El médico dijo que no. —¡Ahsss! Ahora tú apoyas más al médico que a mí. ¡Te pasas! —No es eso. Todo es por tu propio bien canijo. No seas ingrato por la forma en que te cuido. —No, si yo se que no lo haces por mi mal. Solo quería intentar a ver si podía convencerte de que me dejarás tomarme una chela. Sus dientes se pelaron como mazorca. ¡Una sonrisa amplia y estúpida a la vez! —Pues no va a funcionar. Así que mejor ya deja de andar insistiendo. —Pero… —¡Ya! Que pareces niño chiquito. Soltó una carcajada. —¡Y tú eres peor que mi madre! Lo fulmine con la mirada, mis ojos sobre su risa y los movimientos de su cuerpo, se retorcía como gusano en comal. —No digas tonterías. Obvio no soy peor que tu madre porque ella es un amor de persona. —Tienes razón. Hubo silencio entre nosotros. ¿Que sentí justo en este momento donde el pasado y el presente se mezclaban para hacerme sentir bien? —¿Quieres ver más de la serie? ¿O tienes sueño? —Pues la verdad si me siento un poco cansada. —¿Por que no has descansado bien? Había curiosidad en sus pupilas. —Nada importante. Solo esto de la mudanza y de tener que arreglar algunos pendientes de la compañía y la granja. —¿Todo está bien? —Si. Todo esta perfecto. Solo es cansancio. Sus ojos se posaron sobre mí de forma inquisitiva, era obvio que él podía reconocer cuando yo estaba tratando de ocultar la verdad para ser fuerte. —¡Algo escondes! Y no me quieres decir. —¡Ah! Para nada. —Te conozco bien Miranda. El hecho de habernos distanciado un poco no significa que perdí la capacidad de descifrar tu lenguaje corporal. —¡Hey! Te has vuelto más abusado que antes. ¡La universidad te ha cambiado un poco! —le dije para desviar el tema. —Bueno, ya sabes. Si hay algo que querías decirme con todo gusto te ayudo. —Lo se y te lo agradezco. —¡Pues no parece! —¡Ya! No te pongas como nena solo porque no quiero admitir que algo me pasa. —Como sea. ¿Dormiremos juntos? Parecía que su rostro se le iluminaba por completo. —¿Tú que crees? —Pues si. Después de todo fuiste muy bondadosa al permitirme regresar a tu habitación. ¿Te acuerdas de esa vez? —¿De cuando nos peleamos? —Si me acuerdo. Pero pues tú qué tenías tú ataque de celos. —No fueron celos. —Aja. ¿Entonces que eran? —Pues fue mi sospecha que al final se esta convirtiendo en realidad. —¿Tu sospecha? De pronto no entendía. —¡Pues si! Édgar y tú ahora andan queriendo construir algo amoroso. Su sonrisa se llenó de picardía y fugacidad. ¡Me gustaba verlo sonreír! Estaba acostado, tenía un short puesto y los vellos de sus piernas se habían vuelto más gruesos de lo normal. Color n***o, selva profunda en poros llenos de miel. ¿Cuánto habíamos cambiado? —Pues ya te dije. Solo nos andamos conociendo un poco más. Cerré la computadora portátil y la puse sobre mi buró. —¿Y te gusta lo que has conocido de él? —Pues si. Creo que es un buen hombre. —¿No te importa la diferencia de edad? —No es mucha la diferencia. —¿Desde cuando descubriste que él te gustaba? Su pregunta me hizo tambalear ante mi respuesta. Mi querido Emilio estaba siendo demasiado meticuloso a la hora de querer saber la verdad sobre mis sentimientos. —Pues verás. No se que decirte exactamente pero, recuerdo que fue ese día en que conocí a mi abuelo. Después de haber platicado y de tener el testamento en mis manos, yo regrese al vehículo y me desahogue con Édgar. Le dije un montón de cosas, me sentía algo frustrada y fue simple lo que él me respondió. Le dije algo así como, me gusta tu barba. Y es que se le ve bien chida esa barba que se carga. Entonces me respondió con, ¡a mi me gustas tú! —¿Entonces él alimento este romance entre ustedes? —¡No se! O bueno. Que te digo. Apenas tengo dieciocho años y no soy una experta en el amor. Si hoy siento algo por él, estoy segura que mañana habrá una definición en mi corazón. ¿Amor? Lo sabré con el tiempo. —Ahora hablas como toda una mujer madura. —Solo a veces. —¡Te pasas! —Si ya se, es que se me sale lo pipiris nais. Reímos, intercámbianos sentimientos y al final era muy agradable tener esta conversación con él. —¿Sabes algo? Las risas se detuvieron. —¿Que? —La volví a encontrar. —¿A quién? Dejó escapar un suspiro, se acomodó entre las almohadas en posición de querer dormir. —A mi primer amor. Sentí un nudo en el corazón. ¿Había sucedido de verdad? ¿Lo estaba diciendo enserio? —¿Cuando la encontraste?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD