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1709 Words
—¿No tienes sueño? —le pregunté al ver que sus ojos estaban decorados con unas ojeras enormes. Eran las once de la mañana y yo estaba luchando por no quedarme dormida. —No. La neta no, ayer estuve durmiendo casi todo el día. Y tú estabas muy cansada, te dormiste a medio capítulo de Stranger Things. —La verdad si. No he dormido bien estos días. —¿Y eso por qué? La habitación del hospital olía a una combinación de medicina y a perfume de hombre. ¡Perfume de Emilio! —Ando terminando de acomodar mis cosas en la casa. —¿Regresarás a vivir a la casa de La Vista? —No. Bueno, al principio si pensaba en eso, pero… —¿Pero? La puerta se abrió de golpe y el médico entró. —¡Buenos días! ¿Como sigue el muchacho? —¡Buenos días doctor! —le respondimos al unísono. —Pues ya me siento mejor. Ya me acostumbre a tener la pierna tiesa. ¡No siento nada! Con su puño izquierdo Emilio dio un golpe en la corteza de yeso. —Es bueno escuchar eso. Estuve revisando las placas y radiografías que sacamos de tu pierna. El peroné está mejor y la tibia, bueno, tomará su tiempo para que estés al cien. —¿Cuanto tiempo? Yo permanecía en silencio, solo me limité a observar y escuchar el informe médico. —Algunos meses. No sabría decirte con exactitud. No todas las recuperaciones son iguales. —¿Podré volver a jugar? ¿Como le debes decir a alguien que su vida cambio a causa de..? El médico se mantuvo silencioso por varios segundos. —Yo espero que las terapias de recuperación te puedan ayudar a regresar pronto a la cancha del fútbol. En los ojos de mi querido Emilio destello la esperanza, aquella ilusión con ganas de seguir adelante para poder cumplir con su sueños. —¡Ojalá pueda recuperarme pronto! —Yo espero lo mismo. Bien. Ahora déjame revisar ese pie. Parece un poco inflamado. A ver, intenta mover todos los dedos. Los únicos dedos que no se movieron para nada, fueron el dedo gordo y el chiquito. —No puedo mover esos. —Trata de hacer un esfuerzo. Arrugó la frente, su boca hacía muecas que reflejaban esa lucha interna que ahora tenía. —¡Es que no puedo! Ya le hice con todas mis fuerzas y no puedo. ¿Es normal que me pase eso? —Por el momento si. Pero por eso es que debes tomar estas terapias que te digo, para que puedas retomar la movilidad completa. ¿Como ves? —¿Que días me tocarán esas terapias? —Regularmente son dos días por semana. Solo es cuestión de que tú elijas. Mi amigo se giró a mirarme por algunos segundos. ¿Que estaría pensando? ¿Que sentimientos tendría en su corazón? ¡Mi querido estaba pasando por una etapa complicada! —Está bien doc, yo… Mi celular comenzó a sonar, las vibraciones me hicieron abrir los ojos de golpe y contesté. Era Marcos. —Miranda. Salí de la habitación. —Hola Marcos. ¿Qué pasó? —¿Como está Emilio? —Él está mucho mejor. Ahorita lo está checando el doctor y dice que es muy probable que ya lo den de alta. —¡Oh! Que bien. Es bueno escuchar eso. ¿Cuanto ya pasó? —Más de una semana. —¿Como lo ves? —Él está muy animado, ya sabes; siempre positivo. Ayer nos desvelamos viendo una serie en Netflix y tiene más vida que yo. —¿Como así? —De verdad. Me siento cansada. No he dormido bien estos días. Hubo un silencio en nuestra conversación. En el pasillo del hospital el movimiento era moderado. Enfermeras caminando, uno que otro paciente de aquí para allá y yo observando cómo la vida a veces nos sigue dando cosas inesperadas. —¿Tienes miedo? Su pregunta me puso a pensar. —No, más bien. ¡Eh! Estoy un poco pensativa por lo que sucedió. —Pero Édgar ya se encargó de poner vigilancia en tu casa y en casi todos los lados a los que vas. —Eso lo se. Fíjate que no es esa mi preocupación, o sea, más bien, de que me vaya a suceder algo malo, eso no me causa temor. —¿Y que te causa temor? —El hecho de saber que Aldo ha vuelto. ¡Algo anda mal! Se que él busca venganza. —Acerca de lo que le hiciste. —Más bien, acerca de cómo me cobre su estupidez. Era obvio que yo no iba a soportar más abuso de su parte. ¡No es justo que quiera intentar meterse conmigo! Esta vez fue demasiado lejos. —¿Temes a que lastimen a más personas cercanas a ti? Y es que esa era la cuestión. —¡Exactamente! No quiero que nadie más sufra por algo en lo que sólo estamos metidos Aldo y yo. —Te entiendo. Pero bueno, tú sabes que no estás sola. —Si. Gracias por estar al tanto de mí y de Emilio. —Eso es lo que hacen los amigos. Y ya sabes, si necesitas que alguien te ayude con el trabajó sucio, aquí estoy dispuesto a mancharme. Sonreí. —¡Lo se! Solo espero que nadie se ensucie las manos. No está vez. —Vale. Te dejo, iré a comprar unas cosas y ya casi inicia mi curso pre universitario. Samuel vendrá conmigo. —Con cuidado. ¡Te lo encargó! Si se porta mal me dices. Escuche una risita. —Si. Cuenta con ello. Y avísame si dan de alta a Emilio. ¡Hay que hacerle una sorpresa de bienvenida! —¡Claro! Te aviso entonces. Finalizamos la llamada. Recargue mi cabeza contra la puerta de madera y deje escapar un suspiro. ¿Por qué estaba pasando esto? ¿Es que acaso el pasado no me quería dejar en paz? Acomode mi playera y me estire un poco. Decidí entrar de nuevo. Ambos se giraron a mirarme. —Que bueno que regresaste —Emilio tenía una sonrisa en el rostro y estaba de pie junto a su cama—. El doc dice que me dará de alta ahora mismo. *** Mientras regresábamos a casa en mi mente las cosas no me dejaban tranquila. A cada segundo era como si yo misma estuviera hurgando entre ideas y posibilidades de lo que pudiera suceder en el futuro. Ese día del juego, vi el dolor en el rostro de mi amigo. Su cara llena de vulnerabilidad me partió el alma. Corrí al campo de juego y nada me importo en lo más mínimo en ese momento; solo quería que Emilio estuviera bien. ¿Y cómo está él? Lo hicieron pedazos, pisotearon su sueño y se burlaron de mí. Justo cuando lo subieron a la ambulancia, nuestro auto empezó a arder en llamas y toda la gente comenzó a asustarse. ¡Estaba claro que Aldo había aparecido por algo! —¿Le dijiste a mis padres que me dieron de alta? —No. No les dije. ¡Que sea una sorpresa para ellos! La sonrisa de mi querido siempre me hacía sentir con vida. Tantas veces que se volvió mi sostén emocional y esta vez era el momento para que yo pudiera corresponderle. —¡Gracias por no decirles! ¿No tienes hambre? —¿Que se te antoja? Lo pediré para ti. Su rostro se iluminó de emoción. —Pídeme una cemita de carne enchilada. ¡Tengo un antojo de esos! Sonreí. Emilio venía en la parte trasera y yo iba de copiloto. Nuestro chofer era un empleado de la compañía. Édgar no había podido venir porque estaba en una junta importante con unos inversionistas. —¿Te pido tres? —¡Me conoces bien! ¿Pedirás cerveza? Sus cejas estaban arqueados y se movían de forma curiosa. ¡Sus tonterías! —No puedes beber alcohol, estás tomando medicamento. —¿Y eso que? Solo me tomaré una. Lo prometo. —¡Nel! Aunque lo prometas, ten un poco de autocontrol. Pediré que nos traigan unas aguas de sabor. Su mirada se tornó fastidiada. —¡Pues ya que! Pídeme un agua de zarzamora. —Va. ¿Y tú que quieres que pida? —le pregunté al chofer. Nunca lo había visto y él parecía un poco tímido. —Yo estoy bien así señorita. No se preocupe. —¡Tranquilo! Estamos en confianza. —Tengo que regresar a la oficina del señor Édgar después de dejarlos en su casa. —¿Te da miedo desobedecer a Édgar? El hombre al volante tendría como unos veintitrés años, piel tostada como la mía y unos ojos bien atentos a la carretera. —No es eso. Es solo que… —¿Cuál es tu nombre? —le preguntó Emilio. —Me llamó Alejandro. —¡Bien Alex! Un gusto en conocerte. Asintió. —El gusto es mío. —¿Es tu primer día? Y es que Alejandro parecía estar muy nervioso desde el principio. Que si, yo nunca lo había visto y bueno es que también era la primera vez que aceptaba que un chofer nos llevara. —Si. Hoy es mi primer día. —¿Y estás nervioso? —le pregunté. —Solo un poco. —Pues mira, eso se te quita con una buena cemita de milanesa y un agua de maracuyá. ¿Te gusta el agua de maracuyá? ¿O prefieres el agua de zarzamora? Nos detuvimos en un semáforo en rojo. —Si. La de maracuyá está bien. —¡Pues ya está! Pediré eso por ti y no puedes rechazarme. —Pero… —Ella es Miranda. ¿Sabes quien es Miranda? —le preguntó Emilio. —No. Solo se que es una buena amiga del señor Édgar. Sonreí como boba. —Pues más que su amiga, ella es su jefa. Y por tanto… Alejandro abrió los ojos de golpe. ¡Parecía haber quedado en shock! —¿Usted es mi jefa también? —¡Ahsss! Que va. No me hables de usted que tú eres mayor que yo. Solo dime Miranda. ¡Estamos en confianza!
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