CAPÍTULO VIII Sheena pasó una noche inquieta y desventurada. Trató de cerrar su mente y sus pensamientos a los latidos alocados de su corazón; pero después de un tiempo comprendió que le sería imposible conciliar el sueño y que su odio violento hacia el Duque dominaba todo lo demás. Al amanecer del nuevo día y cuando los primeros rayos de luz penetraron por los lados de los cortinajes que cubrían su ventana, se levantó de la cama y cruzó la habitación. Retiró las cortinas y de pie se quedó aspirando profundamente el aire tibio de Francia, aunque hubiera querido en esos momentos ser azotada por los vientos helados del Mar del Norte, en su propio país. Eso era lo que necesitaba, pensó: la estimulante austeridad de Escocia. En Francia se sentía débil y a merced de emociones que nunca antes