—Oh, por el contrario— repuso Sheena—, ya que estoy lista, iré a cabalgar. —Lamento no poder acompañarla— suspiró el cortesano. —No quiero parecer descortés— exclamó Sheena—, pero, en realidad, prefiero ir sola. Hizo una señal a uno de los palafreneros y éste acercó un caballo al bloque usado para montar. Era un hermoso animal, casi blanco, con riendas bordadas y una silla cubierta con terciopelo escarlata oscuro. El palafrenero ayudó a Sheena a montar y ella sintió de nuevo, como le había sucedido esa mañana al despertar, unos deseos desesperados de alejarse del Palacio y disfrutar del aire libre. Dirigió la cabeza del caballo hacia la puerta y comprendió que uno de los palafreneros la seguía, al escuchar las pisadas de su montura, detrás de las de su propio caballo el nombre clásico