CAPÍTULO VII El Conde Gustave de Cloude se volvía cada vez más insistente y Sheena encontraba que le era más y más difícil mantenerlo a distancia. Decidió escabullirse a través de los jardines formales. No sólo quería escapar dé él, sino también alejarse un poco de la alegre multitud que bailaba a la luz de la luna, aumentada por un millar de lámparas de colores colgadas entre los árboles y los arbustos. Sheena jamás había soñado con nada semejante mientras llevaba aquella existencia austera y tranquila en Escocia. Aquí la música y las voces alegres parecían sólo parte de la magia propia de las joyas resplandecientes, los vestidos de seda, satén y encaje; los caballeros en sus jubones de terciopelo, con sus espadas de empuñaduras cuajadas de piedras preciosas que, según había dicho Marí